LA FAMILIA DESHEREDADA
Para
desarrollar el tema en profundidad primeramente habrá que explicar el
significado de familia. La familia puede ser definida de acuerdo al grado de
parentesco que existe entre sus miembros. La familia nuclear está formada por
los padres y sus hijos. La familia extensa, por su parte, incluye a los
abuelos, tíos, primos y otros parientes, junto a la familia nuclear. También
puede darse el caso de una familia compuesta, que es aquella formada por los
padres y sus hijos, pero que cuenta con integrantes que mantienen vínculos
consanguíneos con solo uno de los padres.
Para
el antropólogo Lévi – Strauss, la familia nace con el matrimonio y consta de
esposo, esposa e hijos nacidos de su unión. Sus miembros que se mantienen por
los lazos legales, económicos y religiosos, respetan una red de prohibiciones y
privilegios sexuales y se encuentran vinculados por sentimientos psicológicos
como el amor, afecto y respeto.
Ahora
se puede entender el término de una manera más abstracta y más acorde con los
tiempos. A este respecto, familia es el lugar donde las personas aprenden a
cuidar y a ser cuidados.
Esta
última definición choca radicalmente con la que Aristóteles explico en su día.
Aristóteles entiende la familia como una organización natural y la mínima parte
de una organización política.
Aquí
tenemos el más claro ejemplo de cómo la familia ha evolucionado no solo en su
composición sino en terminología. Actualmente la familia no se trata de ninguna
organización donde pueda ser definida su estructura fácilmente, sino que entra
en juego una sociedad donde posee ese rol, la organización social determinará
la estructura familiar de una forma u otra.
La
familia es sustituida por el interés común, la sociedad actual o capitalista es
a la vez individualista, lo que hace que hoy día se hable de la familia como un
lugar donde las personas son mutuamente cuidadas.
La definición
de familia acepta que esta estructura social sufre cambios continuos que surgen
de diferentes procesos históricos y contextos sociales; los estudios realizados
demuestran que la estructura familiar ha sufrido cambios, no considerables, es
verdad, pero con factores como la emigración a ciudades y la industrialización,
pudieron notarse sin problemas. El núcleo familiar era la unidad más común en
la época preindustrial, y aún hoy sigue los sigue siendo en las sociedades
industrializadas modernas. De todas formas, el concepto de familia moderna ha
cambiado en cuando a su forma “tradicional” de funciones, ciclo de vida, roles
y composición. La única función que ha sobrevivido a todos los cambios es la
que incluye al afecto y al apoyo emocional para con sus miembros, en especial
para los hijos; las funciones que antes eran realizadas por familias rurales
son hoy hechas por instituciones personalizadas.
Partimos que
en la actualidad asistimos a una redefinición de la familia con respecto a
sociedades ágrafas o primitivas y sociedades pasadas. Asistimos a una
diversidad inmensa, o tal vez como muchos sectores y personas creen a una
crisis institucional de la familia.
Yo quiero
partir del hecho que no existe un ideal de familia.
"Pero no somos de
aquellos que lamentan un supuesto debilitamiento del vínculo familiar",
agrega Lacan (1) para desmarcarse de supuestas ilusiones armónicas. Si
profundizamos un poco más en el análisis y sobre todo si pensamos la familia,
no desde la perspectiva sociológica, sino desde una orientación psicoanalítica
-y hablamos así de constelación familiar, poniendo el énfasis en los aspectos
estructurales (y estructurantes): la familia entendida como una institución
cuya función básica es permitir la constitución de un sujeto-, podemos,
entonces, aproximarnos a otro enfoque del problema. La familia moderna nos
parece así complejizada, a pesar de su aparente simplicidad formal.
No se trata tanto de "decadencia" de las formas familiares como de diversidad respecto a un supuesto modelo único. Esta diversidad que va de[1]sde las familias llamadas "monoparentales" hasta las formas de "familiarismo delirante"(8) propias de la sociedad americana, comporta una atomización de las formas.
Más allá de estos cambios, que afectan
diversas funciones atribuidas tradicionalmente a la familia (crianza,
reproducción, socialización...), hay una continuidad que define, para los
psicoanalistas, lo que es esencial en la función de la familia y que podemos
enunciar así: lo irreducible de la transmisión de un deseo que no sea anónimo y
los efectos que eso tiene en el paso de un organismo a un sujeto. Trataremos de
explicarnos. Cuando un bebé nace no es, todavía, un sujeto con consciencia,
discernimiento y capacidad de amar y desear. Se trata, más bien, de un
organismo viviente regulado por un complejo mecanismo.
Para que ese organismo llegue a adquirir una identidad simbólica (un nombre, un estado civil, un lugar en las generaciones, etc.), es necesario que se ponga en marcha un dispositivo que se llama familia. Este dispositivo se compone de dos elementos diferenciados. El primero son los cuidados maternos, que permite el primer enlace afectivo de ese organismo con el mundo. La madre -o la persona que ocupa ese lugar- se constituye como el objeto primordial, capaz de generar el primer vínculo entre el viviente y el universo simbólico (familia, cultura, sociedad, lenguaje...) que le acoge. Este es un lazo alienante, en tanto que la prematuración del bebé le deja a merced de ese primer otro Primordial. Y es un lazo básico que pone en juego un deseo particular -y, por tanto, no anónimo- capaz de sostener con vida a ese organismo. Hay que recordar -como demuestran los estudios de Spitz, Bowlby y otros- la importancia de los primeros cuidados y de su regularidad como condiciones necesarias para la conservación de la vida. (1)
Será necesaria una segunda operación lógica -que llamaremos separación- para que ese viviente llegue a convertirse en sujeto. Y para eso es necesaria la intervención del segundo elemento: la función paterna, que, a diferencia del maternal, no se especifica por los cuidados sino por la capacidad de proveer de significaciones y permitir así alcanzar una identidad desde el punto de vista de una identificación simbólica. Como ya hemos señalado, no se trata de personas, sino de lugares ocupados por diferentes personas, pero de acuerdo con una serie de condiciones. Así, la paternidad no existe per se, sino como atribución de la madre. Tiene pues un valor simbólico, ya que no es la biología lo que la garantiza sino la palabra de la mujer, que atribuye a un hombre su condición de padre.
Para que ese organismo llegue a adquirir una identidad simbólica (un nombre, un estado civil, un lugar en las generaciones, etc.), es necesario que se ponga en marcha un dispositivo que se llama familia. Este dispositivo se compone de dos elementos diferenciados. El primero son los cuidados maternos, que permite el primer enlace afectivo de ese organismo con el mundo. La madre -o la persona que ocupa ese lugar- se constituye como el objeto primordial, capaz de generar el primer vínculo entre el viviente y el universo simbólico (familia, cultura, sociedad, lenguaje...) que le acoge. Este es un lazo alienante, en tanto que la prematuración del bebé le deja a merced de ese primer otro Primordial. Y es un lazo básico que pone en juego un deseo particular -y, por tanto, no anónimo- capaz de sostener con vida a ese organismo. Hay que recordar -como demuestran los estudios de Spitz, Bowlby y otros- la importancia de los primeros cuidados y de su regularidad como condiciones necesarias para la conservación de la vida. (1)
Será necesaria una segunda operación lógica -que llamaremos separación- para que ese viviente llegue a convertirse en sujeto. Y para eso es necesaria la intervención del segundo elemento: la función paterna, que, a diferencia del maternal, no se especifica por los cuidados sino por la capacidad de proveer de significaciones y permitir así alcanzar una identidad desde el punto de vista de una identificación simbólica. Como ya hemos señalado, no se trata de personas, sino de lugares ocupados por diferentes personas, pero de acuerdo con una serie de condiciones. Así, la paternidad no existe per se, sino como atribución de la madre. Tiene pues un valor simbólico, ya que no es la biología lo que la garantiza sino la palabra de la mujer, que atribuye a un hombre su condición de padre.
No se trata, por tanto, de roles fijos e
inamovibles, sino de funciones a desempeñar y lugares a ocupar de acuerdo con
la dinámica de ese dispositivo familiar: asegurar que al final del proceso
habrá un sujeto cargado con un
conjunto de significaciones (teorías sobre la vida) y un modo particular de
gozar y obtener satisfacción.
Esta es la herencia que cabe esperar de una familia y en ese sentido decimos que no hay, por tanto, para el psicoanálisis, una familia tipo ideal. La familia es un fenómeno antinatural (Lacan habla de estructura natural de la familia), ya que ni el instinto maternal es tal ni la paternidad puede pensarse como atribuida al padre por el efecto de un puro significante. Es ejemplar, en este sentido, la clásica distinción de los romanos entre genitor (padre biológico) y pater (padre simbólico), dando a este último toda la consideración y respeto puesto que era él quien se hacía cargo del hijo y le asignaba un lugar en las relaciones de parentesco.
Si bien por el lado de los ideales (conjunto de significaciones transmitidas) podemos una cierta homogeneidad entre las familias, respecto al entorno social, es claro que los modos de satisfacción (la alimentación, la sexualidad, el uso del tiempo...) son particulares y, por tanto, no ideales, no asimilables unos a otros.
Esta es la herencia que cabe esperar de una familia y en ese sentido decimos que no hay, por tanto, para el psicoanálisis, una familia tipo ideal. La familia es un fenómeno antinatural (Lacan habla de estructura natural de la familia), ya que ni el instinto maternal es tal ni la paternidad puede pensarse como atribuida al padre por el efecto de un puro significante. Es ejemplar, en este sentido, la clásica distinción de los romanos entre genitor (padre biológico) y pater (padre simbólico), dando a este último toda la consideración y respeto puesto que era él quien se hacía cargo del hijo y le asignaba un lugar en las relaciones de parentesco.
Si bien por el lado de los ideales (conjunto de significaciones transmitidas) podemos una cierta homogeneidad entre las familias, respecto al entorno social, es claro que los modos de satisfacción (la alimentación, la sexualidad, el uso del tiempo...) son particulares y, por tanto, no ideales, no asimilables unos a otros.
Dentro
de una misma cultura hay familias con muy diferentes modos de satisfacción
(diferencias étnicas, pero también culturales, respecto al uso del tiempo
libre, a las prácticas sexuales, al gusto por la comida...) De ahí que no
podamos hablar de una familia ideal, bajo pena de anular las particularidades
de cada sujeto y tratar de estandarizar el goce, lo cual sólo conduce a los
episodios más negros de nuestra civilización (racismo, segregación...).
Mientras el discurso social reproduce la
idea y el miedo sobre el ocaso de la familia, en las encuestas de opinión y en
las de investigación dura, aparece una y otra vez el deseo de los jóvenes de
formar sus propias familias y el de los adultos de mantenerse
viviendo en familia. Está claro que se ha extendido la turbación y generado
incertidumbre sobre el futuro de la familia como la primera institución social,
baste ejemplificar con los discursos mediáticos que nos muestran el declive de
los valores tradicionales y el aumento de la tasa de divorcios. Pero también
queda claro que la gran mayoría de las personas queremos vivir en el amor,
compartir nuestra vida con otra persona y todavía en muchos casos trasladar ese
“amor” a otros: a los hijos (sean biológicos o adoptados). También queda claro
que el punto de refugio más importante sigue siendo la familia. Entonces, ¿qué
es lo que realmente está pasando? Porque lo que es indudable es que algo se
está moviendo con relación a la configuración y a las formas de convivencia de
la familia, tal y como la hemos venido concibiendo.
Para
responder a esta pregunta tenemos que tener presente el momento histórico
social en el que estamos viviendo y que algunos han denominado capitalismo tardío.
Se han implantado dos tendencias que replantean las dinámicas familiares: la
individualización y la urbanización.
La familia actual, como apuntaba al
principio, debe analizarse a la luz del momento histórico que le corresponde,
lo cual supone y ha supuesto oportunidades y presiones para su consolidación.
En este sentido, las lógicas de la vida contemporánea han dejado de centrarse
en los ideales homogéneos y definidos que caracterizaron la época moderna y se
han trasladado en la desmitificación, el individualismo y el riesgo que se
manifiestan en el hedonismo, el consumo masificado, la fragmentación y la
precariedad.
Los peligros de la modernidad tardía,
implican que al darse la ruptura con el modelo basado en la tradición, se ha
obligado al individuo (por lo tanto a la familia) a fundamentarse en sí mismo,
ha tomado conciencia sobre las implicaciones de sus elecciones y con ello ha
visualizado la expansión correlativa de los riesgos y los miedos han entrado a
escena (Beriain, 1996). Es decir, antes, la tradición implicaba que al casarte
lo “lógico” era la llegada de los hijos y que si por algún motivo había
problemas, rezabas para que las cosas mejoraran; en ese acto delegabas a Dios
la búsqueda de soluciones y quedabas cobijado en su sabiduría. Ahora, la sola
percepción de tener un abanico de posibilidades dispuestas y factibles de ser
elegidas por el individuo, deviene en una realidad caótica porque lo que se
hace evidente es la responsabilidad del que elige, los errores u omisiones son
referidos directamente al sujeto y no a una divinidad o entidad externa. Si
tratamos de visualizar a la familia en este escenario podemos detectar una
serie de “nuevas” condiciones que la vuelven un fenómeno complejo a nuestra
comprensión, entre las que puedo destacar la instalación de la filosofía de la
igualdad, la emancipación de la mujer y el papel errático del Estado.
La percepción de igualdad con el otro
(o los otros), de tener derechos y prerrogativas a nivel horizontal, de ejercer
una vida más democrática, deja de ser privativa del debate público y se instala
en la esfera de lo privado. El espacio de lo privado por excelencia, ha sido el
de la familia, es ahí donde las ideas se engendran porque al final de cuenta
los pensadores también viven en familia, es ahí a donde también regresan ya
reelaboradas por la opinión pública y en el proceso de “apropiación” o
“naturalización”, tales ideas transforman tanto a la familia como a la
sociedad. Así, la percepción de igualdad en la familia, se detecta en varios
niveles. Un síntoma claro del, llamémosle, síndrome de la percepción de la
igualdad, es lo que sucede en la relación entre padres e hijos:
a) Mientras los padres, después de tantos discursos
sociales que recomiendan, a propósito de la democracia y del modelo
padres-amigos con educación horizontal, en sucesión al modelo padres-formadores
o autoritarios, sufren la indecisión del rol que deben tomar, “temen el
autoritarismo que ellos vivieron, y no saben cómo ejercer la autoridad”
(Montoro Romero, 2004: 18). Esto, que parece hasta “simplón”, trae como
consecuencia el debilitamiento de la autoridad de los padres, de los profesores
y en general de los adultos para educar no sólo en las normas sociales, de
urbanidad o profesionalización a los más chicos, sino en la construcción de
valores. ¿Cómo puede un padre o un adulto ser tomado en serio en la inculcación
de lo correcto si carece de autoridad para dirigir y decidir lo que es bueno y
malo?
b) Por otra parte, esta percepción de que somos
iguales viene abrigando la posición cómoda de los hijos o de los jóvenes de
merecer lo que se tiene sin tener qué ganárselo, por lo menos como cuando nos
tocó ser jóvenes, dice Montoro (2004). La mayoría, sobre todo los estudiantes
(con sus excepciones claro) pese a no tener condiciones socioeconómicas
favorables, despliegan una actitud hedonista, que subrayo, no es privativa de
los jóvenes pero que en este momento toca analizarla desde ahí. Los hijos,
instalados en la casa paterno-materna, rechazan trabajos por considerarlos de
poca monta (meseros, dependientes, oficinistas, etc.); aún así,
requieren de ropa, calzado (a la moda por supuesto), enseres y satisfactores de
ocio (televisión, computadora, Internet, walkman, CD, automóvil, viajes, entre
otros) que por supuesto toca a los padres la responsabilidad de pagar por
ellos. Sin embargo, pese a que son los padres quienes solventan los gastos son
incapaces de exigir a los hijos que cumplan con las normas de casa, cuando las
hay, porque no saben muy bien cómo habrán de hacerlo. Porque, también habrá que
decirlo, el síndrome del igualitarismo se combina con el síndrome
de la culpabilidad de los padres que trabajan. Hoy por hoy ambos padres laboran, lo
cual ha generado la idea de que no se dedica el tiempo suficiente para “educar”
o “estar” con los hijos. Entonces el problema se agrava porque no se entiende
bien el concepto de autoridad y todavía existe la culpabilidad para ejercerla.
Al ampliarse los beneficios sociales a los diversos grupos de población,
especialmente el acceso de la mujer a la educación superior, trajo como
consecuencia lógica que quisiéramos probar fortuna allende las fronteras
domésticas. El espacio a conquistar, como era de esperarse, fue el mercado
laboral. La incursión de la mujer a la fuerza de trabajo remunerado (porque
siempre hemos trabajado pero sin salarios) movió nuevamente los referentes de
la familia. La emancipación de la mujer ha implicado
luchas en la arena pública, en el ámbito doméstico y en la conciencia de nosotras
mismas.
Para ganar terreno en los derechos de
las mujeres, no ha sido suficiente el debate en las diferentes instancias donde
se dirimen los asuntos de orden público, quizá, las negociaciones más fuertes
han tenido que librarse, primero, en la autopercepción como mujeres, como
sujetos con derechos, como sujetos pro-activos; y después, paradójicamente, en
el espacio donde se supone que somos las “reinas”: el hogar. Por supuesto que
talas negociaciones han tenido que realizarse con el “rey” de cada historia: el
padre o el esposo.
Cuando la madre ya no pudo cubrir en
todo momento, todas las necesidades de todos los miembros de la familia (del
esposo, de los hijos y muchas veces de los padres, de los suegros, de los
tíos…): como el ser la educadora, nana, enfermera, cocinera, afanadora,
confidente, entre otras cosas, porque tenía que combinar tales actividades con
las demandas laborales que, en caso de pretender la renombrada superación
profesional, implican la actualización permanente, tiempo extra en la oficina,
tiempo fuera de oficina para innovar, además de los viajes y demás compromisos;
hubo entonces que replantearse las formas de organizar las tareas domésticas.
El problema es que el hombre no ha estado entusiasmado por compartir la carga
del hogar, los hijos han pasado a la tutela temporal de abuelos, familiares,
nanas o guarderías, quienes en el mejor de los casos protegen la integridad
física pero no la espiritual y el Estado no ha estado a la altura de los
compromisos que implica este nuevo modelo de familia, después retomaremos este
aspecto.
La familia
parece estar ahí, como alternativa ante un mundo lleno de competencia, de
ritmos acelerados, de individualismo, de riesgos, de rupturas. Por un lado
parece estar rebasada como respuesta de vida en común de las parejas, pero por
otro es revalorizada porque representa, junto con la religión (véase que ambas
son instituciones primigenias), asideros ante la soledad, los miedos y la
incertidumbre.
Todavía queda
un horizonte muy largo que recorrer y muchas preguntas sin resolver en la
familia contemporánea. Pero queda claro que la familia actual se ha
reinventado, eso sí, sin olvidar sus funciones vitales como organizador socio –
económico. A cada individuo le quedara la opción de valorar si la familia
actual ha quedado desheredada de viejos valores, o si al contrario la familia
ha evolucionado para dar hincapié a un individuo cada vez más libre e
individualizado.
Para
comprender mejor este universo habrá que fijarse en la organización familiar de
antes o de sociedades diferentes, tanto en el espacio como en el tiempo.
Ahora a
menudo se oye decir que los cambios tecnológicos y políticos de nuestra
historia reciente han dado lugar a un "colapso" de la familia, y que
esto, a su vez, a la larga conducirá a la descomposición de la sociedad misma. However, these dour predictions do not have to come true
and may even rest on false assumptions. Sin embargo, estas predicciones no
tiene que hacerse realidad e incluso puede descansar en falsas suposiciones.As we have mentioned earlier, the family and society do
not stand in a static relationship to each other, but exist in a state of
dynamic tension, indeed, almost confrontation, in a creative equilibrium
subject to constant readjustment. Como hemos mencionado anteriormente,
la familia y la sociedad no se ponen de pie en una relación estática entre sí,
sino que existen en un estado de tensión dinámica, de hecho, casi la
confrontación, en un tema de equilibrio creativo para reajuste constante.
Thus, we may at present simply be going through another phase in which
the demands of family and society are being forced to find a new balance.
Cualquier
tipo de estructura familiar que seamos capaces de imaginar se ha presentado
alguna vez en alguna sociedad humana. Hay familias en las que un hombre vive
con muchas mujeres, en las que una mujer vive con muchos hombres, en las que la
madre vive sola con los hijos y mantiene encuentros sexuales esporádicos con
diferentes hombres, grupos sociales formados por hombres y mujeres que
mantienen relaciones sexuales de forma promiscua, parejas homosexuales, etc.
Las familias pueden no sólo abarcar a los padres y los hijos, sino también a
una muchedumbre de abuelos, suegros, tíos, cuñados, sobrinos y primos, y en
cada una de las sociedades cada uno de estos personajes tiene una función
asignada y un status de dominancia.
Este es el punto que quería mencionar con
respecto a la familia actual, la idea principal con respecto a una familia
pasada es la desunión de los miembros que conforman susodicha familia. Comparando
la familia contemporánea con sociedades pasadas vemos que se reduce en número y
el vínculo es cada vez menor entre los miembros. A su vez, se puede comparar
con otras sociedades con menor grado de desarrollo económico, donde observamos
que la unión y extensión familiar es mucho mayor que la nuestra. Se puede tomar
como comparación las tribus que habitan el planeta, así como sociedades del
sureste asiático, sociedades des industrializadas…etc.
Como
eje de medida podemos tomar el sistema económico, quiero decir que a mayor
desarrollo, menor vínculo y cambio de la estructura familiar. Aunque la familia
nace naturalmente, no podemos olvidar que estamos en un mundo determinista,
donde el modelo familiar cambia constantemente por fuerza del exterior.
En
nuestro modelo la homeostasis no perdura pues el sistema tiende a cerrarse y,
en algún momento, se produce un notorio e inesperado desequilibrio. En
sociedades no desarrolladas el equilibrio es constante, y que el peso económico
recaiga en la familia hace que sea mayor.
Las
actuales parejas difieren considerablemente de las de hace veinte años. En
buena parte porque los cónyuges de la actualidad al inicio de su convivencia,
son conscientes de que su matrimonio puede no ser definitivo, una concepción
que seguramente a sus padres ni tan siquiera se plantearon.
También las
relaciones de género entre los hombres y las mujeres han evolucionado. Hasta
hace unos pocos años, las obligaciones y espacios asignados a cada sexo en la familia
estaban estrictamente definidos; así, mientras los hombres se dedicaban a la
vertiente pública, las mujeres se ocupaban de la privada. En ese pasado no tan
lejano, el reparto de las tareas se aceptaba sin mayores problemas, pero hoy en
día en las familias lo que impera es la negociación, ya que la biografía de
cada persona ha pasado de ser un producto social a una trayectoria de elección
propia.Por todo ello, y gracias a la intervención de otros factores (tales como la introducción de la mujer en el mercado laboral y la lucha del feminismo en el siglo XX), parece ser que las relaciones de poder entre los hombres y las mujeres se han vuelto más ecuánimes.
Sin
embargo, a pesar de que los valores que promueven la igualdad están cada vez
más extendidos, paradójicamente la sociedad actual no se distingue por la
paridad real. Cierto que las distinciones basadas en el género se van
atenuando, pero el desequilibrio de las parejas es hoy en día claramente
manifiesta.
Los
últimos veinte años las familias han cambiado, bien porque las posibilidades de
formarlas son ahora más variadas, bien porque las relaciones entre los miembros
de la familia han ido evolucionando. En lo que al primer aspecto se refiere,
han aparecido nuevos tipos de familia que han obtenido el respaldo social, por
lo que en la actualidad se puede formar una familia no tradicional (solo, con
una pareja del mismo sexo, etc.) sin tener que ocultarse.
De
todos modos, el tipo de familia que sigue imperando es el llamado nuclear, no
sólo porque se tratar de nuestro principal referente, sino porque a la mayoría
de la gente le resulta muy difícil abandonar la casa de los padres sin tener
pareja -y es que, a fin de cuentas, es totalmente cierto el dicho que afirma
que en este país no nos casamos con una persona, sino con una hipoteca-.
Con
respecto a las relaciones familiares, señalar que son cada vez más democráticas
(tanto las relaciones entre el marido y la mujer, como las de padres e hijos),
pero sólo hasta cierto punto, ya que el modelo patriarcal sigue teniendo
muchísima fuerza en la sociedad actual, y, cómo no, en la organización de las
familias.
COMPARACIÓN GENERACIONAL
Para comprender mejor la familia actual en comparación a una época pasada me dispongo a preguntar a 2 generaciones distintas:
María
Luz Cabañeros Vivas, mujer de 43 años, natural de un pueblo; me comenta que
no solo se convivía padres e hijos, sino que bajo el ámbito familiar incluía a
abuelos. La familia es extensa (son 8 hermanos), donde todos cumplían una
función. La norma general era el cuidado de los más pequeños por parte de los
mayores, además existe una diferenciación con respecto al sexo; las mujeres se
ocupaban del ámbito doméstico y los hombres tenían la oportunidad de seguir sus
estudios. La familia es predominantemente patriarcal.
Los
vínculos según me comenta son fuertes, el compromiso y el deber son los nexos
más importantes. Existe un individualismo mínimo dentro de la familia, todo se
hace por el bien común. La emancipación de los hijos se realiza tempranamente,
todos los hermanos se han independizado en torno a los 18 – 25 años. A pesar de
la temprana emancipación, los vínculos siguen siendo muy fuertes.
Según
su experiencia, cree que la familia actual no se asemeja a la de su edad,
tendiente a desaparecer el modelo anterior. En su familia no se creó las
oportunidades necesarias para desarrollarse uno mismo, ahora se crea un abanico
de posibilidades que rompen más aún si cabe los vínculos familiares.
El
individuo se auto realiza, en consecuencia los lazos de parentesco cada vez se
separan más. La idea principal de formar una nueva familia ya no existe, lo
esencial es formarse a uno mismo.
CONCLUSIÓN
Podemos
observar como durante la historia la familia ha evolucionado en algunos casos
para mejorar como individuos dentro del propio ámbito, y en otros casos como se
rompen los lazos de parentesco. No se sabe exactamente hacía que tipo de
familia nos dirigimos, lo que está claro es de donde provenimos.
Este
trabajo ha realizado unas comparaciones que pueden caer en la ambigüedad, pero
sirve para comprendernos mejor y no olvidar la importancia socio – económica
que realiza la familia, como factor principal tanto en las familias primitivas
o sociedades actuales.
A
su vez, vemos como la organización familiar y su desarrollo depende
estrechamente de la sociedad en la que se nace. Los roles individuales dentro
de la familia en una sociedad desarrollada tienden a ser buscados,
constantemente, fuera del ámbito familiar. En cambio, respecto a sociedades
pasadas, el rol estaba claramente definido, además no se intentaba escapar
constantemente a la búsqueda de uno mismo.
El
desarrollo nos ayuda a realizarnos más como personas, a conocernos y a
formarnos. Esta idea es fundamental, ya que al formarnos a nosotros mismos
podremos formar a personar en el futuro.
BIBLIOGRAFÍA
- BECK-GERNSHEIM, E. (2003) La individualización.
Paidos, Madrid.
-
Beck-GERNSHEIM, E. (2003).
La reinvención de la familia (P. Madrigal). Barcelona, Paidós.
-
BERIAIN, J. (Ed.). (1996). Las
consecuencias perversas de la modernidad (1ra ed.). Barcelona:
Anthropos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario