LA
NATURALIZACIÓN DE LA
CULTURA EN LAS CIENCIAS BIOLÓGICAS
La naturalización de la cultura en
las ciencias biológicas (Resumen)
La “naturalización” de las ciencias de la cultura y de la filosofía
ha sido deseada, buscada y programada de diversas maneras. Frecuentemente se
distingue entre una naturalización ontológica y una metodológica. Esta es una
distinción poco afinada y también las situaciones diferentes de la filosofía y
las ciencias de la cultura ameritan un tratamiento aparte. Limitando la cuestión
a las iniciativas de “naturalizar” las ciencias de la cultura desde las
ciencias bilógicas, principalmente mediante la proyección de teorías
procedentes de la biología evolucionista en la forma de teorías de la
“selección cultural”, la cuestión debatida es la legitimidad de tal proyecto
sobre bases objetivas científicamente fiables. La Memética fue uno de los
intentos más sonados, aunque desde hace cinco años está entre paréntesis debido
a ciertos descubrimientos de las neurociencias. Aún así, la cuestión sigue
abierta, como ponen de manifiesto recientes publicaciones en España.
Palabras clave: cultura,
darwinismo, evolución, Memética, naturalización
Dejando al margen los procesos de adquisición de nacionalidad que en
diccionarios y documentos administrativos se denominan de “naturalización”, la
voz “naturalización” remite, sobre todo en el pensamiento de la segunda mitad
del siglo pasado y en lo que va de éste, a una determinada opción teórica que
se toma para abordar el conocimiento de determinados sistemas y procesos que,
no habiendo sido en principio objeto de conocimiento de las ciencias naturales,
habrán de ser considerados como si lo fueran, de una forma literal o analógica.
El enfoque que queda desplazado por la llamada naturalización es o bien el filosófico,
entendido como diferente y autónomo respecto de las ciencias –naturales o no,
ya volveré sobre ello-, o bien el científico, característico de otras ciencias
diferentes de las naturales, a las cuales deberán las primeras, si no tanto
como reducirse –cosa más bien difícil- sí subordinarse a ellas de forma fuerte
o débil.
Naturalización y sustitución de la filosofía por la ciencia
No podría –o, al menos no
debería- comenzar mi exposición sin citar aquí el locus classicus de la
naturalización en la filosofía de la segunda mitad del siglo pasado, casi de
carácter general, aunque más “clásico” en la tradición analítica anglosajona
que en las demás. Seguramente el lector avispado ya tiene en la punta de la
lengua el ensayo “La epistemología naturalizada” de Willard van Orman Quine y
probablemente recordará el volumen en que aparece, y más aun el año de su
publicación: 1969. Y también la interpretación más radical de su propuesta: la sustitución
de la epistemología tradicional por la psicología empírica, lo que algunos han
llamado “naturalismo sustitutivo”. Entre 1969 y 1995 transcurrieron veintiséis
años de la vida de Quine, pero el hilo conductor que lleva hasta su From
Stimulus to Science, publicado cinco años antes de su muerte, no se rompió,
aunque admita allí que la naturalización pueda tener lugar también a través de
“ciencias más blandas, desde la psicología y la economía hasta la sociología y la
historia” (Quine, 1995).
Pero la psicología era, en el
planteamiento de 1969, una ciencia natural: “La epistemología, o algo
semejante, simplemente ocupa su lugar como un capítulo de la psicología y, por
tanto, de la ciencia natural” (Quine 1969, p. 82). Sea ello como fuere, y si
fuera el caso de que la naturalización se transformase, al incluir ciencias no
naturales, en una cientifización sustitutiva de la filosofía, entonces
estaríamos ante la antigua escatología positivista comtiana en que el estadio
metafísico –léase filosófico- es sustituido por el estadio positivo –el
científico, y no sólo por el científico natural propiamente dicho. No abordaré
este tipo de sustitución genérica de la filosofía por la ciencia, que no es
pertinente a nuestro tema.
Pero la naturalización, en su
sentido más fuerte –científico natural- de la filosofía, tuvo un portavoz muy
anterior y, hasta si se me permite, más audaz que Quine. En 1739 con solo
veintiocho años y de forma anónima iniciaba David Hume la publicación de su Treatise
of Human Nature: Being an Attempt to Introduce the Experimental Method of
Reasoning into Moral Subjects. Aquí no se trata de la
naturalización de la epistemología, aunque hay quien ha defendido que Hume
también está en un línea semejante a Quine, sino de la naturalización –bien que
metodológicamente revestida- de los temas de moral. A mi juicio, la tradición
naturalizadora y la ilustrada van de la mano, en este caso particular de la de
Hume. Repárese también en que los temas de conocimiento y los de moral son
temas que afectan a los sujetos humanos y, por ello, su estudio lo es –dice
Quine (1969, p. 82)- de “un fenómeno natural, a saber, un sujeto humano
físico”.
Dos planteamientos de
naturalización desde las ciencias naturales sobre la filosofía- bajo la forma
de la epistemología y la moral-, ambas con una tradición normativa que habría
de ceder su jurisdicción valorativa a los enunciados empíricos –fácticos- de
las ciencias naturales, en concreto de una psicología sólo entrevista en
tiempos de Hume y mucho más desarrollada cuando Quine afirma su propuesta
sustitucionista:
La estimulación de sus receptores
sensibles es toda la evidencia que cualquiera ha tenido que recorrer, en última
instancia, para llegar a su representación (picture) del mundo. ¿Por qué
no limitarnos a ver cómo tiene lugar realmente esta construcción? ¿Por qué no
conformarnos con la psicología? (Quine 1969).
Hume pudo haber despertado de
su sueño dogmático –de la metafísica racionalista como conocimiento
trascendente a la experiencia- a Kant, pero este gran ilustrado no despertó de
su sueño para conformarse con alguna psicología propiciatoria. Su vigilia
filosófica le condujo a situar la epistemología en el plano trascendental,
propio de la filosofía crítica como teoría de las condiciones de posibilidad
del conocimiento científico.
En 1941 publicó Lorenz su
trabajo “La teoría kantiana de lo apriorístico desde el punto de vista de la
biología actual”, donde convierte el a priori trascendental en un a
posteriori natural, sin perjuicio de que se trate de las condiciones
determinantes conforme a las cuales tiene lugar el conocimiento. Esta concepción
naturalista de lo “apriorístico” como órgano implica la destrucción de su
concepto: algo que ha surgido en la adaptación filogenética a las leyes del
mundo exterior natural tiene, en cierto sentido un origen a posteriori,
aun cuando este origen haya seguido un camino distinto al de la abstracción
o al de la deducción a partir de experiencias pasadas (Lorenz 1941).
Cuando Quine puso sobre la
mesa su naturalismo sustitutivo tenía ya el terreno abonado por la tradición
ilustrada de Hume y la relectura naturalista del otro gran ilustrado, Kant. La
naturalización, pues, es la propuesta de sustitución de la teorías normativas
de la filosofía por las teorías empíricas de la biología y la psicología
entendida como ciencia natural, en su caso, también biológica. Ya en esta
relación de la naturalización de la filosofía –ética o epistemológica-, a
través de las correspondientes ciencias biológicas, debemos reparar en los dos
modos –fuerte y débil, sustitutivo o analógico, ontológico o metodológico- de
la naturalización. Veremos cómo estos dos modos reaparecerán en la propuesta de
naturalización de las ciencias no subsumibles en el conjunto de las naturales.
Incluso veremos, en su momento, que la oposición sustitutiva/analógica no es
suficiente para incluir todos las iniciativas naturalizadoras.
La
naturalización de las ciencias humanas
Entre las ciencias naturales,
especialmente las ciencias físicas fueron en la edad moderna las ciencias por
excelencia, a las que aspiraron a parecerse o aproximarse las restantes
ciencias naturales, así como las emergentes ciencias humanas y sociales que
desde el siglo XVIII comienzan su trayectoria ascendente. Para el tema que nos
ocupa –el de la naturalización de la cultura en las ciencias biológicas- la
naturalización sólo puede tener lugar respecto de actividades que,
tradicionalmente, eran objeto de estudio o bien por enfoques filosóficos –como
en el apartado anterior la teoría de la acción moral o la teoría de la acción
cognoscitiva- o bien por ciencias no naturales. Desde el siglo XIX la oposición
entre ciencias naturales y los estudios de la cultura bajo distintas
denominaciones tales como ciencias del espíritu, ciencias morales y políticas,
ciencias humanas y sociales, ciencias de la cultura, pero también Humanidades como
disciplinas académicas, lleva implícitas ciertas clasificaciones de las
ciencias. Aunque pudiera suponerse que estas oposiciones son simples variantes
de las dos culturas – las ciencias (naturales) y las letras- que todos
asociamos al conocido librito de Snow (1977), creo necesario hacer explícita
una clasificación de las ciencias que, junto a las naturales, exhiba las
clases de ciencias con respecto a las cuales puede plantearse el tema de
la naturalización.
Presentaré
una clasificación de las ciencias en ciencias naturales, ciencias semióticas y
ciencias humanas que he utilizado en numerosas ocasiones y cuyo fundamento se
halla en el proyecto semiótico de Morris (1972), formulado a finales de los
años treinta del siglo pasado.
La
semiótica, como teoría general de los signos de cualquier clase, habría de
desarrollarse en tres direcciones, cada una de ellas definida por una clase
relación que contiene signos (una relación semiótica), a saber: la semántica
como análisis de los signos en la medida en que se refieren a o
representan objetos, la pragmática como análisis de los signos en la
medida en que se relacionan con los sujetos que los emplean, y la sintaxis
como análisis de las relaciones que guardan los signos entre sí.
Los términos
en que Morris apoyó estas tres relaciones, a saber, signos (s), objetos
(O) y sujetos (S) constituyen un conjunto, al que llamaré K =
{s,O,S}. Desde 1984 he utilizado este conjunto, combinado consigo mismo,
es decir, el producto cartesiano K2 =
Cuadro 1
|
SIGNOS
|
OBJETOS
|
SUJETOS
|
SIGNOS
|
Sintáctica
(s,s)
|
Repesentativa
(s,O)
|
Normativa
(s, S)
|
OBJETOS
|
Incorporativa
(O,s)
|
Objetiva
(O,O)
|
Restrictiva
(O,S)
|
SUJETOS
|
Simbólicas
(S,s)
|
Técnica
(S,O)
|
Social
(S,S)
|
como base de una clasificación
trimembre las ciencias.
Las ciencias
cuyos principios teóricos pueden asociarse a las relaciones que contienen
objetos: representativas, incorporativas, ónticas, restrictivas y técnicas
constituyen el conjunto de las ciencias naturales, tales como en su
desarrollo histórico se nos presentan las físicas, las químicas, las
biológicas, etc.
Las ciencias
cuyos principios teóricos pueden asociarse a las relaciones que contienen
signos: sintácticas, representativas, normativas, incorporativas y simbólicas
constituyen el conjunto de las ciencias semióticas, tales como en su
desarrollo histórico se nos presentan las matemáticas, las lógicas, las
lingüísticas, etc.
Las ciencias
cuyos principios teóricos pueden asociarse a las relaciones que contienen
sujetos: normativas, restrictivas, simbólicas, técnicas y sociales constituyen
el conjunto de las ciencias humanas, tales como en su desarrollo
histórico se nos presentan las psicológicas, las antropológicas, las
económicas, las sociales, las históricas, etc.
Para el tema
que ahora me ocupa, propongo que la naturalización puede recaer desde las
ciencias naturales sobre las semióticas y las humanas. La presencia de la Psicología entre las
humanas sería la primera situación a revisar, si seguimos no sólo a Quine, sino
a muchos más (por ejemplo, a Bunge), y consideramos a la(s) psicología(s)
una(s) ciencia(s) natural(es). Pero, también, habría que considerar a la Paleontología como
una ciencia histórica entre las naturales.
Aquí me limitaré a las llamadas
ciencias humanas como blanco preferido de la naturalización, porque son
aquellas en que están presentes en sus principios los sujetos de nuestra
especie –“fenómenos naturales”, según el Quine de 1969. Y, además,
precisamente porque los sujetos humanos son eminentemente los
productores de cultura, sin perjuicio de las llamadas culturas animales
(Bonner, 1982). Son estas ciencias humanas aquellas cuyo nivel de resolución,
es decir, la articulación básica de su dominio teórico puede caracterizarse
como el par conjugado acciones/x, siendo ‘x’ una suerte de
variable, cuyos diferentes valores especificarían tipos de ciencias humanas. Ya
señalé esto en un libro sobre ciertas teorías de la localización de las
actividades económicas (Álvarez, 1991) y, como en ese lugar, sigo pensando en
que esa ‘x’ puede ser sustituida por entramados de acciones, por
resultados de acciones, etc. Cuando se considera a la Psicología
fundamentalmente como una teoría de la(s) conducta(s), su nivel de resolución
sería el par conjugado acciones/conductas. En otros casos podríamos encontrar
pares tales como acciones/estructuras espaciales, acciones/instituciones,
acciones/conocimientos, etc. Por otra parte, las ciencias humanas, en cuanto
referencia, tienen además la ventaja de que su situación ha sido, en general,
inestable. Históricamente, el desarrollo de las ciencias naturales, en
particular las biológicas, ha favorecido intentos de acomodar las ciencias
humanas –de forma más fuerte o más débil- a las biológicas. Este es el terreno
de la naturalización de las ciencias humanas y, como veremos más adelante, de
la cultura. El proyecto sociobiológico de Wilson (Wilson 1980; Lumsden y
Wilson, 2005) y las diferentes variantes de la teoría de la selección cultural,
que se tratarán más adelante, encarnan la perspectiva naturalista o
naturalizadora respecto de las ciencias humanas. Pero, frente a esto, en el
siglo pasado el desarrollo de las ciencias semióticas condujo a una
semiotizacíón de las ciencias humanas, acerca de la cual se sostuvieron todos
los debates del estructuralismo del último tercio del siglo XX. Si tomamos la Antropología, en el
ámbito de las ciencias humanas, como ejemplo, la teoría antropológica
estructural de Claude Lévi-Strauss sería un caso de semiotización de la Antropología: se
estudian los sistemas sociales y sus subsistemas como sistemas simbólicos.
Finalmente, ante estas dos tendencias centrífugas y de tentación absorbente, el
materialismo histórico de Marx y el materialismo cultural de Marvin Harris
(1982) pueden representar, interior y centrípetamente, la perspectiva propia de
las ciencias humanas como ciencias de la acción.
Pero aquí se
trata de la naturalización como proyección de las ciencias naturales –en
concreto, de las biológicas- en las ciencias humanas. Veamos, pues, las
modalidades de esa proyección. Como en la naturalización de los enfoques
filosóficos, en las ciencias humanas podemos encontrar dos modalidades
que, para seguir con la terminología ya utilizada, llamaré sustitutiva y
analógica. La primera es propia de las iniciativas que apuntan a
sustituir, e incluso a eliminar, los referentes ontológicos de determinadas
teorías o, simplemente, visiones generales (pop theories), en beneficio
de los referentes ontológicos de teorías científicas propiamente dichas. Puede
ejemplificar esta posición la mantenida por Paul y Patricia Churchland desde
los años ochenta, en la que las neurociencias habrían de sustituir a la Psicología del sentido
común.
Así se
enunciaba ya en un conocido artículo de 1981, considerado como el manifiesto
fundacional de esta corriente: El materialismo eliminativo
es la tesis de que nuestra concepción del sentido común acerca de los fenómenos
psicológicos constituye una teoría radicalmente falsa, una teoría tan
fundamentalmente defectuosa que, tanto los principios como la ontología de esa
teoría, serán a la larga desplazados, más que reducidos sin problemas, por una
neurociencia consolidada. (Churchland).
La modalidad
sustitutiva del materialismo eliminativo, en cuanto postura ontológica, puede
tener dos versiones, que Ramsey (2003), siguiendo a Savitt, llama cambio
teórico conservativo y no conservativo. En la versión
conservativa, las entidades y los principios de la teoría sustituida son
resituados y revisados en la sustitutiva, como ocurrió cuando se identificó la
luz, cuya existencia no se niega, con una radiación electromagnética. En la
versión no conservativa, en cambio, algunas entidades y principios son
eliminados como inexistentes, tal como ocurrió con el flogisto. En cualquier
caso este tipo de naturalización es solidaria de un cambio ontológico, no sólo
de un cambio metodológico, como es el caso de la naturalización analógica.
En la
naturalización analógica basta con que se apliquen a las entidades y los
principios de cierto dominio los procedimientos característicos de las ciencias
naturales. Aunque esto parece algo externo e incluso inofensivo –la resultante
sería una ciencia del como si-, a veces ocurre que la extrapolación de
principios metodológicos modifica la ontología de la que se ha partido. Esto
ocurre, sin duda, en marcos que no alteran la clase de ciencia. La historia de
las matemáticas muestra cómo, partiendo de los números naturales, cuya creación
el viejo Kronecker atribuía a Dios, se van ampliando sucesivamente los
conjuntos de números: números naturales, enteros relativos, racionales, reales,
complejos, etc., con el fin de que las operaciones tengan siempre –o casi
siempre- resultados numéricos. La ontología crece con la metodología o, como
con metáfora biológica se ha puesto de moda decir, coevoluciona
con ella. En sentido semejante, la extrapolación del principio de selección
natural a poblaciones de polímeros duplicativos con el fin de explicar el
origen de la vida hace engrosar la ontología biológica hasta la última etapa
prebiótica (Cf. Álvarez, 1988).
Existe una
tercera posición, más matizada, en la que coinciden cultivadores de las
ciencias humanas que, siendo partidarios –más aún, defendiendo su absoluta
necesidad- de la naturalización en su sentido fuerte, no la consideran
suficiente. Variantes de esta modalidad son, entre otras, el naturalismo de
Sperber (1996), al que me referiré en la tercera sección y la economía
evolucionista de Hodgson, cuya manifestación contundente (Hodgson y Knudsen,
2006) enuncia esta circunstancia en su propio título: “¿Por qué necesitamos un darwinismo
generalizado y por qué no es suficiente el darwinismo generalizado?”. Esto
quiere decir que, para el análisis de todos los procesos evolutivos –entre
ellos el biológico y el cultural (o los culturales)-, los principios
darwinianos de existencia de variación, herencia y selección- “son
siempre necesarios para explicar los sistemas poblacionales complejos en
evolución, nunca son suficientes por sí mismos”.
La
naturalización es, en este caso, compatible con la introducción, en el
marco teórico darwiniano, de principios auxiliares propios de la teoría
naturalizada: El “darwinismo universal” no es una versión del reduccionismo o
el ‘imperialismo biológico, donde se intenta explicarlo todo en términos
biológicos. Por el contrario, el darwinismo universal sostiene que existe un
núcleo de principios darwinianos generales que, junto a explicaciones
auxiliares específicas de cada dominio científico, pueden aplicarse a una
amplia variedad de fenómenos (Hodgson, 2002, p. 270).
Esta forma
de naturalización que llamaré esquemática no es ni eliminativista ni
reduccionista, pero no es meramente analógica, sino que parte de la analogía
para llegar a la ontología, como indica el título del artículo de Hodgson que
acabo de citar. Utilizo el término “esquemática” por oposición a “analógica”,
porque en la esquemática los principios auxiliares de cada ciencia humana
proporcionan su contenido al marco teórico evolucionista, como a través de los
esquemas se producía la subsunción de los fenómenos en los conceptos en la teoría
kantiana del conocimiento, frente a las naturalizaciones meramente analógicas –simbólicas,
en la terminología kantiana- que se limitan a aplicar las reglas de la
reflexión –de pensamiento, no de conocimiento- a un material ontológicamente
completamente diferente. Aquí lo importante es que la
naturalización esquemática es solidaria de una ontología continuista –que
culmina la analogía en una ontología-, semejante a la desarrollada por Ferrater
Mora (1979), mientras que la analógica es solidaria de una inconmensurabilidad
ontológica arropada “simbólicamente” por la forma externa de la aplicación de
un marco teórico que continúa siendo extraño al contenido ontológico al que se
aplica.
Como en la
naturalización de la filosofía, en la naturalización de las ciencias no
naturales –aquí nos limitamos a las humanas- se presentan, pues, también las
modalidades analógica y sustitutiva, a las que se añade esta que ahora llamo
esquemática. No sé hasta qué punto es adecuado retrotraer esta modalidad, tan
clara con relación a las ciencias humanas, a la naturalización de la filosofía,
con el riesgo de tener que admitir explicaciones filosóficas adicionales. Más
bien parece que la filosofía no es aquí blanco de esta naturalización, sino que
sería una actividad cultural más que, como tal, sería objeto del estudio
naturalizado de la cultura.
El cuadro 2 resume las
oposiciones anteriores:
Cuadro 2
NATURALIZACIÓN
|
Filosofía
|
Ciencias humanas
|
Analógica
|
Métodos
de las ciencias naturales aplicados en los análisis filosóficos
|
Métodos
de las ciencias biológicas aplicados en las ciencias humanas
|
Sustitutiva
|
Condiciones
biológicas de las categorías filosóficas.
|
Ontologías biológicas de las
acciones humanas
|
Esquemática
|
No
trata directamente su relación con la filosofía.
|
Ontología
de sistemas complejos caracterizada por la variación, la herencia y la
selección, conjugada con principios específicos de cada ciencia humana
naturalizada.
|
La
naturalización de la cultura: de los memes a las neuronas espejo
Voy a entrar de lleno en el tema
de la naturalización de la cultura –en planteamientos naturalistas tanto
filosóficos como científicos- en la línea que anticipé al comienzo, en la que
se traslada a la evolución cultural el modelo darwiniano de la evolución
biológica por selección natural. Aun cuando recientes intentos (Mesoudi,
Whitten y Laland) han puesto en paralelo, bajo la idea de evolución, el
conjunto de las ciencias biológicas con el conjunto de las ciencias humanas, me
limitaré aquí a un paralelo menos ambicioso y más conocido: el de la Memética como una
variante de la teoría de la selección cultural.
Genes y memes: contagio e imitación
Para exponer
este esfuerzo de naturalización de la cultura es preciso, en principio, haber
preparado ya un concepto de cultura que se preste de entrada a la aplicación de
una determinada versión de la teoría de la evolución. Para ello es necesario un
concepto puente que permita asociar analógicamente selección natural y
selección cultural. Ese concepto puente es el concepto de información.
Tomaré esta aplicación del concepto de información tal como la ha formulado
entre nosotros Mosterín quien, influido por los planteamientos de Dawkins
(1976) y Bonner (1982), desarrolló ya en su Filosofía de la cultura
(Mosterín 1993), recogida recientemente en La naturaleza humana
(Mosterín 2006), una oposición entre la herencia biológica como información
genética que se trasmite directamente de genitor a descendiente –la llamada
transmisión vertical-, frente a la cultura como información transmitida por
aprendizaje social entre animales de la misma especie –no necesariamente la
humana. Curiosamente, la noción de información, un concepto procedente propiamente
de las ciencias semióticas, viene a facilitar la analogía entre
evolución biológica y evolución cultural. No entraré a discutir ahora el
carácter metafórico o literal de la noción de información genética (Cf.
Griffiths 2000), sino que añadiré que al puente informacional, que facilita
la analogía, se une, por decirlo así, por arriba, la cobertura del programa que
legitima la empresa de naturalización: el llamado darwinismo
universal. Nelson (2006) señala que en los últimos veinticinco años se ha
producido “un renacimiento de la propuesta de que los procesos aducidos por
Darwin como conductores de la evolución biológica proporcionan también un marco
teórico para el análisis de la evolución de la cultura humana Muchos de los
defensores de esta postura usan la expresión “darwinismo universal” para
denotar la teoría que defienden”. Veamos, en resumen, cómo aconteció este
proceso, facilitado instrumentalmente por la noción de información y legitimado
regulativamente por la idea de la aplicabilidad universal del modelo darwiniano
de explicación.
En
1976 Richard Dawkins publicó su polémico y bien conocido libro El gen egoísta
de (1976, con varias ediciones en español; me referiré aquí a la de 1994). En
su capítulo XI introdujo el término “meme” para denominar a un replicador
cultural diferente, por escala y naturaleza, pero análogo en su ámbito –el
cultural- del gen (gene), analogía que trasladó también a los procesos a
los que sirven de base, a saber, la evolución biológica al último y la
evolución cultural al primero.
Necesitamos
un nombre para el nuevo replicador, un sustantivo que conlleve la idea de una
unidad de transmisión cultural, o una unidad de imitación. «Mimeme» se
deriva de una apropiada raíz griega, pero deseo un monosílabo <en inglés,
JRA> que suene algo parecido a «gen». Espero que mis amigos clasicistas me
perdonen si abrevio mimeme y lo dejo en meme […] Ejemplos de memes son:
tonadas o sones, ideas, consignas, modas en cuanto a vestimenta, formas de
fabricar vasijas o de construir arcos.” (Dawkins 1994).
Bajo
la cobertura de la analogía informacional, el gen y el meme constituyen las
unidades de información a las que han de ser referidos los cambios en la
evolución biológica y en la evolución cultural, respectivamente. Los memes de
Dawkins son, pues, unidades -más simples o más complejas- de información, que
juegan en la evolución cultural un papel semejante a los genes en la evolución
biológica.
Pero
la cobertura que legitima la unificación, en un marco analógico, de la
evolución biológica –entendida genéticamente como el cambio en las razones de
alelos en las poblaciones- con la evolución cultural -como cambio diferencial
de los memes en los grupos humanos- es la proyección, regulativa en sentido
kantiano, del principio explicativo darwiniano, a saber, del mecanismo de la
selección natural a todo proceso en el que pueda adoptarse la perspectiva poblacional
que, según Mayr (1988), caracteriza a la teoría darwiniana de la evolución. A
la extensión general de dicho programa explicativo se le ha concedido el nombre
de “darwinismo universal” y más recientemente “darwinismo generalizado”, al que
me referí en la sección anterior, criatura mencionada por Dawkins en El gen
egoísta y explícitamente defendida en un trabajo suyo así titulado en 1983.
Se
trata de la misma idea que Dennett caracteriza como el “ácido universal” en que
consiste la “peligrosa idea de Darwin” (Dennett 1999).
Dawkins
(1976) optó también, en primer lugar, por la imitación como mecanismo de
transmisión de la información cultural, mecanismo que sirve de base a los
procesos de aprendizaje social intraespecífico a que remite el planteamiento de
Mosterín (1993, 2006). Pero también, picoteó, como en tantas otras cosas, en el
mecanismo alternativo del contagio, con su idea de los memes como “virus
de la mente” (Dawkins, 1993). Efectivamente, los intentos de naturalización de
la cultura sobre la base de unidades informativas (llámense memes o
representaciones) han sido asociados a dos formas básicas de transmisión
cultural: el contagio y la imitación. Me limito simplemente a mencionar las
propuestas basadas en el contagio, entre las que destacan los trabajos de
Lynch, especialmente Thought Contagion: When Ideas
ACT Like Viruses (Lynch 1996) y de Sperber
(1996), que desarrolla un modelo epidemiológico que pretende ser no solamente
una naturalización metodológica, sino también ontológica. Baste esta declaración
para ejemplificar su postura:
Lo que hace natural a una ciencia es tanto su ontología
como su método, las clases de fenómenos que reconoce como parte de su mundo y
el modo en que intenta explicarlos. ¿Cuáles son los fenómenos que han de ser
explicados en Antropología y qué cuenta como explicación? […] He sugerido que
hagamos (no en lugar de, sino además de) un juego diferente. El juego se llama
“explicación causal naturalista” […] Para reconceptualizar el campo podemos
inspirarnos en una ciencia que es a la vez social y natural. Me refiero a la
epidemiología médica. (Sperber 1999)
La propuesta de Sperber se presenta expresamente no como
sustitutiva, sino, según adelanté, como una variante de la modalidad esquemática,
diferente de la de Hodgson. Indicado ya el enfoque epidemiológico, pasaré al
imitativo o mimético, que nos llevará de la analogía de la selección cultural a
las bases neuronales de la imitación y la empatía.
La Memética como teoría de la selección cultural
En esta sección abordaré el llamado darwinismo universal, a
través de su componente explicativo principal, la selección- al modo de
expresarse de Czico (1995), el marco de una teoría universal de la selección,
que constituye una segunda revolución darwiniana.
Una vez que se ha establecido
una unidad análoga al gen, el llamado “meme” (Dawkins 1994, Mosterín 1993), que
se replica, se trasmite y se expresa, a una modalidad o variante de esta forma
de una teoría de la selección cultural se la ha denominado Memética (por
analogía con la Genética).
La Memética
proliferó abundantemente desde finales de los años 90, e incluso se mantuvo en
Internet, desde 1997 hasta 2005, una revista -The Journal of Memetics-
donde se desarrollaron trabajos importantes y debates interesantes sobre la Memética como teoría de
la selección cultural. Su subtítulo -Evolutionary Models of Information
Transmission- aclara exactamente el papel fundamental que juega, como se
indicó anteriormente, la noción de información en este campo como puente
entre la selección natural y le selección cultural, en el marco del llamado darwinismo
universal (Cf. Dawkins 1983).
Por tanto, limitemos aquí el darwinismo universal a
su principio más importante y discutido, a saber, el de la selección, en cuanto
aplicable a las unidades de información llamadas memes que se trasmiten
–no sólo directamente de cerebro a cerebro, sino también mediatamente, a través
de formas diversas de almacenamiento en memorias de distinta naturaleza
(documentos, monumentos, tradiciones orales, etc. en los soportes materiales
correspondientes). Como los genes, los memes, en cuanto entidades de
información instructivas, son múltiples y diversos, se trasmiten básicamente
por imitación y se expresan como productos culturales – instrucciones, acciones
y artefactos- de diverso valor adaptativo en los ambientes culturales
(situaciones) cambiantes en los que, de entre ellos, unos tienen más (o menos)
éxito que otros y prevalecen (o pierden vigencia) en más o menos tiempo.
Con
esta formulación de las características de la Memética, limitamos aún
más nuestro campo. En éste ya no tienen cabida algunas teorías de la evolución
cultural de colaboradores frecuentes del Journal of Memetics.
Especialmente significativo es el caso de Liane Gabora, quien elabora su teoría
de la evolución cultural rechazando el concepto de meme (coextensivo de
“idea”), como replicador propiamente dicho, postulando en cambio como
replicadores las concepciones del mundo (worldviews, coextensivas de las
mentes). (Cf. Gabora 2004). Las concepciones del mundo, a imagen de las redes
autocatalíticas de Kauffman (1993), son como los replicadores primitivos
de la vida elemental anterior a la fijación del código genético. Esta posición
se basa en otra analogía biológica, ligada prioritariamente a la teoría de la autoorganización
y a la evolución de los sistemas complejos.
Podemos
encontrar varias presentaciones de la Memética como teoría de la selección cultural, en
las que se ponen en paralelo sus características con las correspondientes a la Genética. En su libro
Cultural Selection, Agner Fog (1999) presenta una comparación de ambas,
que complementada con otra de Hardy-Vallé (s/d) y con ligeras modificaciones
añadidas, puede presentarse como un compendio de la analogía entre selección
natural y selección cultural
Cuadro 3
|
SELECCIÓN NATURAL
|
SELECCIÓN CULTURAL
|
PERSPECTIVA
|
Genética
|
Memética
|
Unidad*
|
Gen
|
Meme
|
VariaciÓn
|
Mutación
|
Innovación
|
SOPORTE
|
Único
|
Múltiple
|
TransmisiÓn*
|
Reproducción
|
Imitación
|
Nivel de resoluciÓn
|
Genotipo/Fenotipo
|
Instrucciones/Productos
|
FIDELIDAD
|
Alta
|
Baja
|
Temporalidad
|
Lenta
|
Rápida
|
EvoluciÓn
|
Darwiniana
|
¿Lamarckiana?
|
(Elaboración propia)
Sobre algunos paralelos
contenidos en el cuadro 3 son pertinentes las siguientes consideraciones, que
puntualizan las que figuran en Álvarez (2007):
1. Siguiendo el orden de las filas se
observa que, una vez establecidas las unidades de partida (genes y memes), la
primera diferencia dentro de la analogía es la que media entre mutación
e innovación. Es preciso dejar bien sentado que esta diferencia no debe
entenderse como la existente entre cambios aleatorios y cambios
providentes, porque las mutaciones ocurren por causas determinadas, aunque sean
ciegas, es decir, que sus efectos resultan favorables o desfavorables sólo a
posteriori para los fenotipos producidos y, a través de su eficacia
biológica, para los genes mismos. Las innovaciones, como señala Fog (1999, p.
65) no deben ser consideradas necesariamente “invenciones racionales o
ingeniosas […] Pero no todas las innovaciones son descubrimientos espontáneos o
casuales. La mayoría de las innovaciones son provocadas por un problema
determinado que la gente quiere resolver”.
2. Si en algo es distinta la
información genética de la información memética es en que para la primera el
soporte es único, mientras que la segunda puede materializarse en
soportes múltiples (cerebros, libros, cintas magnéticas, discos,
patrones de conducta, edificios, etc.). Una de las cuestiones más discutidas
sobre los memes, incluso lo que llevó a Dawkins (1982) a distinguir entre el
meme como replicador (al modo del gen) y su producto (en paralelo con el
fenotipo), ha ido progresivamente asimilándose a la oposición entre las
informaciones instructivas y los resultados culturales construidos a partir de
ellas (incluidos los productos materiales, los llamados “artefactos”). En el
libro emblemático -La máquina de los memes- de Blackmore (2000, p. 104)
se distingue entre copiar el producto y copiar las instrucciones, oponiendo
así, en el interior de la
Memética, instrucciones y productos.
3. Utilizo la expresión “nivel de
resolución” respecto de esos pares conjugados para referirme, como hago desde
hace tiempo (Cf. Álvarez, 1988, capítulo 2) a dos escalas objetivas contiguas
del campo de una teoría, entre las cuales discurren las explicaciones, como en la Química del siglo XIX el
par conjugado átomos/moléculas. Los niveles de resolución están ontológicamente
fundados, pero no son conocidos desde el principio, sino que son establecidos
metodológicamente a lo largo de la historia de una ciencia. Aquí la
oposición instrucciones/productos proporciona a la Memética la articulación
apropiada para su campo de estudio.
4. Tal vez la oposición entre la alta
fidelidad de la copia genética y la baja fidelidad de la copia memética sea una
simplificación excesiva. Ya la distinción entre instrucciones y productos
establece, dentro de la propia Memética, la oposición entre una fidelidad más
alta y una más baja. Tampoco oponer la copia genética, como digital, a la copia
memética, como analógica, como hace implícitamente Dawkins, ayuda a aclarar la
cuestión.
5. La temporalidad lenta de la
evolución biológica y la rápida de la cultura o la historia humana, simplemente
nos recuerda, en orden inverso, a La liebre y la tortuga de Barash
(1989).
6. Fog (1999) y Hardy-Vallé consideran lamarckiana la evolución cultural,
porque en ella se heredan (transmiten) los caracteres adquiridos. Esto le
parece a Blackmore (2000, p.105-106) una caracterización inapropiada.
A
nadie se le habrá escapado que en el comentario a los paralelos se han omitidos
dos de ellos, precisamente los fundamentales, marcados con asterisco en el
cuadro 3, desde el punto de vista la naturalización de la cultura. En primer
lugar, la naturaleza material de las propias unidades debe ser
establecida. En segundo lugar, el mecanismo de transmisión de dichas
unidades, la imitación, debe ser caracterizada de forma precisa y relacionada
con sus bases biológicas. Esto no es una casualidad, sino un indicio de la
debilidad de esta propuesta de naturalización que, sin solventar estas
cuestiones, no pasa de ser meramente analógica.
Como
señala Wilkins (2005, p. 590) los “entusiastas de los memes no pueden ponerse
de acuerdo sobre lo que es un meme“. Ya Dawkins había establecido la analogía
entre el gen replicador como una secuencia lineal de nucleótidos en la molécula
de ADN (o ARN en el caso de algunos virus), que contiene la información
necesaria para la síntesis de una macromolécula con función celular específica,
y los memes, replicadores análogos de los genes, que “deben ser estructuras
cerebrales replicadoras, patrones reales de conexión neuronal que se
reconstruyen a sí mismos en un cerebro tras otro(Dawkins, 1994, p. 394). Los
genes en los cromosomas y los memes en el cerebro. La naturalización memética
conduce, por tanto, a la neurobiología.
El neuromeme de Aunger (2003) es la propuesta
más decidida, aunque está llena de problemas (Cf. Wilkins, 2005) y es más
programática que doctrinal. Sus propias palabras lo atestiguan:
Como otros replicadores, los memes son objetos físicos. De hecho, son
objetos eléctricos (predisposiciones a descargar) ligados al tipo
especial de células llamadas neuronas (pero no son las neuronas mismas). He
aquí, pues, mi definición de neuromeme: Una configuración de un nodo de una red
neuronal que es capaz de inducir la replicación de su estado en otros nodos […]
la memética, (por el momento, por lo menos) es agnóstica acerca de la manera en
que el cerebro codifica la información y por lo tanto tiene que permanecer
callada acerca de temas de escala física. (Aunger, 2003, p. 222-223).
La Memética, agnóstica
respecto de la ontología de sus unidades básicas, sigue siendo por ello
analógica, y el meme eléctrico una entidad misteriosa, porque misteriosa
es (o era en 2002) la naturaleza de los factores que determinan la propensión
de un nodo a descargar, y que son la base de definición de la configuración en
que consiste el neuromene.
Ahora bien, la forma de
entender y fundamentar el proceso de imitación, como forma de transmisión de
los memes, en el sentido más amplio posible es, junto a la caracterización de
los propios memes, el otro elemento fundamental de la Memética. Tanto es
así que es nuestra característica distintiva: “la imitación es,
precisamente, lo que nos hace ser tan especiales” (Blackmore 2000, p. 31).
Imitar es, en su sentido más amplio, copiar memes (instructivos o productos) de
un soporte a otro (no sólo directamente de cerebro a cerebro) con una fidelidad
diferente de la copia genética. Pero los cerebros son ineliminables, aunque los
memes puedan incorporarse en otros soportes. Como señala Wilkins (2005) en su
comentario a Aunger (2003, p. 596), “al menos debemos estar de acuerdo con
Aunger haciendo notar que los memes tienen que pasar por las cabezas, si
han de ser considerados memes porque al pasar por las cabezas, los memes juegan
un papel en la cultura”.
Los cerebros son los
anfitriones que hospedan y por los que pasan los memes transmitidos por
imitación. Para Susan Blackmore, esos anfitriones cuyas condiciones han sido
determinadas genéticamente por selección natural, se han transformado a su vez
por las necesidades de la selección cultural. El planteamiento de Blackmore
(2000) de las relaciones memes-cerebros riza un rizo a través de la coevolución
memes-genes, siendo estos últimos los que quedan subordinados a los primeros,
subordinación que conduce al crecimiento del cerebro, necesario para la
selección memética. El capítulo 6 de Blackmore (2000), titulado “El gran
cerebro” es el lugar donde se aventura una hipótesis que sirve de base a “una
teoría completamente nueva”. La novedad de esa teoría consiste en sostener que
el momento crucial de la evolución humana tuvo lugar cuando los humanos
empezaron a imitarse unos a otros. A partir de ese proceso se produjo –esta es
la tesis del impulso memético (memetic drive)- un aumento masivo
del cerebro.Esta conjetura es de 1999 y si se rastrea el libro de Blackmore
(2000), cuyo original es de esa fecha, no se encuentra ninguna referencia a lo
que Ramachandran (2000) trató en una conferencia titulada “Las neuronas espejo
y el aprendizaje de la imitación como la fuerza impulsora tras el ‘gran salto
adelante’ en la evolución humana”, descubrimiento que califica como el más
importante, aunque prácticamente desconocido en la fecha, para el conocimiento
de la evolución del cerebro humano, comparando el papel de las neuronas espejo
para la Psicología
con el que ha desempeñado el ADN para la Biología.
En las dos últimas décadas del
siglo XX, los estudios realizados con macacos por Giacomo Rizzolatti, Leonardo
Fogassi y Vittorio Gallese en la universidad italiana de Parma, dieron como
resultado el descubrimiento de que determinadas neuronas que se encuentran en
la circunvolución frontal inferior (región F5) y en el lóbulo parietal inferior
de dichos macacos, se activaban no sólo cuando el animal realizaba
determinada acción –por ejemplo coger un objeto-, sino cuando veía a otro de su
especie –o incluso al propio experimentador- realizar la misma acción. Limitándonos aquí al caso de la Memética, con el
descubrimiento de las neuronas espejo parece haberse encontrado un referente
neuronal para la imitación y, a través de ella, para una teoría de la evolución
cultural.
Rizzolati y Craighero (2004)
resumen el conocimiento derivado del descubrimiento de las neuronas espejo en
dos hipótesis principales. La primera es que la actividad de estas neuronas
media en la imitación; la segunda, es que sirven de base para la comprensión de
la acción. Por otra parte, la palabra “imitación” designa cosas diferentes.
Por lo pronto, como señala
Byrne (2005) es útil distinguir dos tipos de imitación, el reflejo social (social
mirroring) y el aprendizaje mediante copia, cada una de ellas con funciones
diferentes. El reflejo social parece ser una forma de empatía o identificación
mutua. El reflejo social se basa en una correspondencia entre el comportamiento
de otro con acciones semejantes de uno mismo, una identificación mutua que
requiere sincronía, pero no creatividad. En cambio, el aprendizaje mediante
copia exige la capacidad de descomponer el comportamiento observado y la
capacidad de construir nuevas destrezas a partir de componentes más simples.
Las neuronas espejo se limitan básicamente al reflejo social. Refiriéndose a
los trabajos de Iacoboni y sus colegas (Cf. Iacoboni, 2005), Blackmore (2005))
intenta juzgar hasta dónde confirma sus previsiones la “arquitectura mínima” de
la imitación y la empatía.
Me emocioné cuando me enteré
del descubrimiento de Iacoboni de que cuando se proyecta el cerebro de un
chimpancé en un cerebro humano las áreas de mayor expansión son aquellas
utilizadas para la imitación […] “¡Sí!”, pensé, “esto es exactamente lo que
predije sobre la base de la teoría memética”.
Pero tras el entusiasmo
inicial, viene la reflexión posterior. La tesis del crecimiento del cerebro
como efecto de la imitación y que las áreas de expansión del cerebro humano,
respecto del de los chimpancés, sean las utilizadas para imitar, no es
concluyente. La posibilidad de que estas referencias neuronales sean sólidas,
es sólo un primer paso, pero aún queda mucho recorrido para que la Memética llegue a ser
algo más que un proyecto de naturalización puramente analógico.
Una última consideración sobre
la Memética
y las neurociencias. En el mismo año -2005- en que Blackmore comenta estos
descubrimientos, y en que se publica el comentario de Wilkins al libro de
Aunger, es decir, coincidiendo con la aparición de indicios de una posible
ontología neuronal de la imitación y los memes, la revista emblemática de la
corriente- el Journal of Memetics- dejó de publicarse. ¿Fue una
coincidencia casual o acaso es que el programa está agotado y se ha ido a la eliminación
de la Memética
tradicional en beneficio de un programa neurocientífico? No tengo respuesta
para esto, pero estas palabras de Ramachandran (2006) pueden apuntar en la
dirección de una nueva naturalización:
Observación
El tema de la naturalización
de la cultura es suficientemente amplio como para incluir en él la
naturalización de la filosofía y de las ciencias semióticas y humanas.
En lo que antecede se han
podido indicar tres situaciones contempladas –que no necesariamente ejercidas-
en la naturalización: las que he llamado analógica, sustitutiva y esquemática.
En relación con ellas sería necesario desarrollar cuestiones que han quedado
implícitas o simplemente marginadas. Pero aquí no concluye el tema: el futuro,
y el mismo presente, que se nos escapa cronológica y temáticamente, son terreno
ya abonado para continuar en las líneas existentes o abrir otras nuevas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario