0. INTRODUCCIÓN
El presente documento es una recopilación
de datos históricos, de carácter socio-cultural en el marco teórico de la
religión judía y su pensamiento.
A pesar de la escasez numérica (apenas un
0,2% de la población mundial), el judaísmo ha tenido una influencia decisiva en
la manera de pensar de miles de millones de creyentes a partir del Cristianismo
y el Islam, frutos o herejías del pensamiento judío.
Por ello, considero interesante y
constructiva la elaboración de este documentos, en el que no habrá
profundizaciones conceptuales tangibles pero sí una síntesis de ideas que
permitan aproximaciones tangibles a las características de esta religión.
El usufructo de diversa bibliografía en
soporte papel son los medios que posibilitan el aprendizaje esbozado en esta
pretensión de lienzo.
1. LA POBLACIÓN JUDÍA
La población judía actual ronda los 13 millones. El 80% vive
en Estados Unidos (5,7 millones), Israel (4,4) y la antigua Unión Soviética
(1,6) y el resto en Francia, Gran Bretaña, Canadá, Argentina, África del Sur y
Brasil, además de pequeñas minorías en muchos otros países. El 85% de la
población judía adulta de Estados Unidos, en su mayoría urbana, dice pertenecer
a una de las tres o cuatro grandes corrientes religiosas del judaísmo
contemporáneo: ortodoxa, conservadora, reconstruccionista y reformada. En torno
al 11% se dice ortodoxo, conservador el 42% y reformado el 33%.
Ser judío es ante todo, “ser diferente”. Resulta difícil
definir la identidad judía, a caballo entre lo étnico y lo religioso. Hasta la
época moderna la religión y la etnia judías componían una identidad bien
definida, aunque no dejara de haber tensiones entre ellos, que la Modernidad
exacerbó hasta extremos de ruptura, significada sobre todo en los casos
frecuentes de “asimilación” al ambiente judío.
El judaísmo tiende a marcar la “diferencia”, a separar
(lehabdil), a poner fronteras entre lo propio y lo extraño y, en lo religioso,
entre lo humano y lo divino. La historia de Israel y del judaísmo ha sido, sin
embargo, la historia de una inmersión constante en las culturas de los pueblos,
en medio de los cuales vivían dispersas las comunidades judías. En ocasiones el
influjo de la “sabiduría extranjera” (expresión acuñada en un principio para
referirse a la cultura griega) representó un grave peligro para la identidad
judía, provocando una fuerte reacción, mezcla de aceptación en lo necesario y
de rechazo en lo irrenunciable.
Las raíces biblícas transmiten al judaísmo una tensión
constitutiva entre su concepción universalista y su idea de elección del pueblo
judío. El movimiento de la Reforma y grandes sectores del pueblo judío siguen
considerando que el judaísmo tiene una misión universal, expresada
tradicionalmente con los términos del profeta Isaías: “luz para las naciones”.
Esa tensión crea un perpetuo y fecundo conflicto dentro del judaísmo y no deja
de alimentar también conflictos hacia el exterior en la relaciones con los
otros pueblos y con la sociedad moderna.
2. INFLUENCIA RELIGIOSA
Aunque la irrupción de los judíos en la historia de la
antigüedad fue tardía e insignificante, siempre los acompañó la conciencia
obsesiva de un mundo legendario en que ellos habrían desempeñado un papel
fundamental. Ese mundo mítico les sirvió de consuelo en sus tribulaciones, de
guía en su vida cotidiana, de emblema de su identidad colectiva y de trampolín
de sus esperanzas. Ese mundo legendario es el punto de partida imprescindible
para entender la historia de los judíos y de su pensamiento, así como la del
cristianismo y el islam, que heredaron los mitos hebreos y pueden considerarse
como herejías judías. Sus leyendas están recogidas en los primeros libros de la
Biblia.
Lo más importante y característico del Bereshit o la
Génesis, y de la religión judía, no son los mitos cosmogónicos adaptados de
otras culturas, sino la original concepción de un pacto, tratado, contrato o
alianza entre el dios familiar de los patriarcas ancestrales de los israelitas
y los descendientes de éstos, que forman el pueblo de ese dios. El pacto
conlleva obligaciones por ambas partes. El dios es llamado en distintas
tradiciones El, Elohim y Yahvé entre otros nombres.
2.1.
LA BIBLIA
El judaísmo es la religión
libresca por excelencia, basada en la transmisión y comentario de los libros
sagrados, que siguen ocupando el lugar de honor en la sinagoga.
La palabra latina Biblia viene
del griego ta biblía (plural de
biblion, “libro” o “rollo”) y significa “los libros”. Se utilizó para referirse
a los libros por antonomasia, los libros sagrados de los judíos, que ellos
dividían en tres grupos: la Torá o “ley”, los Nevi`im o “profetas” y los
Ketubim o “escritos” (once libros poéticos, sapienciales o históricos). Para
referirse a todos esos libros juntos, los judíos utilizan el acrónimo TaNaK,
que reúne la primera letra del nombre hebreo de cada uno de los tres grupos.
Por tanto, el TaNaK es la Biblia hebrea.
2.2.
LA TORÁ
Los cinco libros de la Torá y los
cuatro primeros libros de los Nevi´im constituyen la parte más antigua de la
Biblia. En ellos se recogen multitud de elementos diversos, poemas populares,
viejas leyendas hebreas, mitos tomados de otras culturas de Oriente Próximo,
tradiciones locales, anécdotas edificantes, historietas ad hoc para justificar
ciertos usos y normas, recuerdos idealizados, narraciones históricas, arengas,
leyes, preceptos morales y toda una ideología religiosa y nacional.
Los cinco libros de la Torá son
también conocidos como el Pentateuco.
La Torá es un cajón de sastre de
textos recogidos y redactados en épocas distintas por autores y editores
diferentes. Esta pluralidad de orígenes da lugar a contradicciones desde las
primeras páginas.
Las secciones narrativas
trasmiten la metahistoria sagrada de la creación y la historia fundacional de
la liberación de Egipto. Las secciones legales recogen los códigos legislativos
formados a lo largo de varios siglos.
2.3.
LA RELIGIÓN DEL ANTIGUO ISRAEL
Yahveh era en principio un dios
de las tribus nómadas de la región de Madián en el desierto del Sur, antes de
convertirse en el dios del grupo de tribus que, dirigido por Moisés, conoció la
experiencia de Éxodo y de la liberación de la esclavitud en Egipto.
Esta experiencia histórica,
ligada inmediatamente a la revelación de Yahveh y a la constitución del primero
derecho israelita en el Sinaí, confirió desde un principio a la religión
yahvista una fuerte impronta socio-política y de compromiso histórico. Entre
los principios básicos del yahvismo, expresados en los mandamientos del
Decálogo, llaman la atención los relativos a la exclusividad del culto a Yahveh
y a la prohibición de imágenes.
El Éxodo de Egipto confirió al
pueblo de Israel y al pueblo judío su capacidad de regeneración en situaciones
de crisis, alimentando siempre unas expectativas de liberación muy por encima
de lo razonable y realista.
En el S. IX a.C. comenzaron a
surgir figuras de profetas carismáticos, entre los que destacan Isaías, Oseas,
Amós y Miqueas. Los profetas elevaron su
voz contra los abusos sociales de la época y renovaron el espíritu yahvista, recordando
los principios del derecho y justicia.
En la época del “Primer Templo”
tomaron forma las instituciones religiosas de Israel, al igual que las civiles
y militares.
En los años de exilio en
Babilonia y los posteriores de restauración, los grupos proféticos
desarrollaron un intenso trabajo de propaganda, oral y escrita. El culto
adquirió de este modo un carácter nuevo, de tonos más pedagógicos, con
elementos incipientes del futuro culto sinagogal, tales como la lectura de la
Escritura, la confesión de las culpas y la plegaria oficial. El culto de
lamentación, característico de la situación vivida en el exilio, constituye una
de las raíces de la liturgia sinagogal judía.
2.4.
EL JUDAÍSMO CLÁSICO
En la época helenística y al
contacto con el mundo griego, el judaísmo conoció toda una floración de grupos
y tendencias. Los samaritanos decían ser los verdaderos herederos de las más
genuinas tradiciones israelitas.
El rabinismo afirma que Dios es
justo y misericordioso, haciendo del judaísmo una mezcla de idealismo y
realismo. Desde los tiempos bíblicos, el judaísmo estaba marcado por la tensión
entre dos exigencias contrapuestas: el cumplimiento de la Ley en todos sus
detalles y la vivencia de una relación amorosa de Alianza con el Dios de
Israel.
La interpretación de la Escritura
en la Sinagoga, sustituto del antiguo Templo, dio nueva vida al derecho
(halajá) y al imaginario religioso (aggadá) del judaísmo. Un proceso incesante
de interpretación de las Escrituras permitía redefinir en cada momento la
identidad y razón de ser del pueblo judío que fue así capaz de superar
sucesivas crisis históricas.
La Misná constituye una
compilación de leyes que debían regir la práctica totalidad de los aspectos que
conformaban la vida judía. En la Misná cristaliza en forma escrita la tradición
oral acumulada en épocas anteriores. Cada misná constituye una norma.
El Talmud recoge básicamente la
Torá oral, cuya importancia es comparable a la de la Torá escrita.
Aunque el judaísmo es básicamente
una religión institucional y pública, no deja de acentuar, sin embargo, los
aspectos individuales de la vida religiosa. El judaísmo rabínico ponía un
fuerte acento sobre la responsabilidad del individuo. La mesa de la casa se
convertía en un altar y la comida en un verdadero rito, en el que lo
fundamental era la pureza ritual de una comida que debía cumplir las
condiciones que la hacen kasher (ritualmente pura). La recitación de las
bendiciones conformaba en cada momento y circunstancia la vida diaria del
judío.
El tiempo del judío se mueve en
tres ritmos diferentes: uno íntimo y personal, otro anual e histórico, y un
tercero escatológico y metahistórico. El primero está marcado por los ritos de
paso: la circuncisión, la conclusión de un período de estudios, el matrimonio,
el nacimiento de un hijo, las lamentaciones fúnebres. El ritmo anual reposa
sobre la celebración semanal del Sábado, que separa el tiempo sagrado del
tiempo profano. El año judío comienza en Octubre con el rito sinagogal de Rosh
ha-shaná en el inicio del año, que celebra la soberanía, justicia y
misericordia de Dios. Siguen los diez días de penitencia que preceden al Yom
Kippur, día de la Expiación. El año está jalonado por tres grandes fiestas de
“peregrinación”: la Pascua, las Semanas o Pentecostés y Sukkot o Tabernáculos.
Estas fiestas eran en principio celebraciones relacionadas con los ciclos de la
agricultura.
3. LA EMANCIPACIÓN LEGAL DE LOS JUDÍOS
En 1776 la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos de América establecía la igualdad y libertad de todos los hombres. La
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, adoptada por la
Asamblea Nacional francesa en 1789, volvía a insistir en la igualdad y la
libertad de todos. Dos años más tarde la misma Asamblea Nacional aclaró que
estos derechos se extendían también a los judíos, que eran ciudadanos de
Francia como los demás. Finalmente los ideales ilustrados de tolerancia
religiosa e igualdad ante la ley comenzaban a ser llevados a la práctica.
En 1782 el ilustrado emperador austríaco Joseph II abolió la
obligación de los judíos d ellevar el humillante distintivo amarillo y de pagar
impuestos especiales de capitación, además de eliminar algunas de las trabas
que impedían su acceso a la educación y al comercio. Por otro lado, los obligó
a hacer el servicio militar, a abandonar sus nombres tradicionales de familia y
a adoptar nombres nuevos germanizados, prohibió el uso del yídish y el hebreo
en las transacciones comerciales y contables, sustituyéndolo por el alemán, y
eliminó la poca autonomía que quedaba a los tribunales rabínicos. En
definitiva, la emancipación sería acompañada por la asimilación.
Napoleón Bonaparte desempeñó un papel primordial en la
extensión de la emancipación de los judíos por gran parte de Europa. En 1796
Napoleón inició su campaña de conquista de Italia con la declaración: “Pueblos
de Italia, el ejército francés viene a romper vuestras cadenas”. En cualquier
caso, la llegada del ejército francés, saludada por los judíos con entusiasmo,
significó para ellos el fin de los guettos y de los distintivos amarillos, así
como el final de la Inquisición.
3.1. HERMAN COHEN
En la década de 1860 la filosofía
alemana atravesaba una crisis. El pensamiento ilustrado y riguroso de Kant
había dado lugar a un idealismo romántico, esculativo y confuso. Pensadores
como Hegel, Fichte y Schelling habían perdido todo contacto con el conocimiento
científico y, en sus manos y las de sus seguidores, la filosofía había
degenerado en mera palabrería.
Hacia 1865 empezó a extender la
convicción de que la única esperanza de restaurar la filosofía alemana
consistía en una vuelta a Kant.
El principal filósofo neokantiano
fue el judío Hermann Cohen. Fue el fundador de la Escuela de Marburg, la
principal escuela del neokantismo.
Cohen consideraba que la
filosofía no puede recurrir a una realidad independiente de la conciencia y,
apartándose de Kant, rechazaba la cosa en sí. La cosa en sí, según Cohen, no es
algo material, sino una mera idea. De todos modos, es muy dudoso que la
supresión de la cosa en sí represente mejora alguna del sistema kantiano.
Nuestro sistema cognitivo crea todo tipo de ideas y propuestas, pero sólo
algunas de ellas pasan el filtro de la contrastación empírica. Algo externo a
la conciencia, algo como la cosa en sí, es necesario para explicar que la
realidad empírica acepte unas propuestas teóricas y rechace o refute otras.
Cohen mantenía la tesis de que la
religión judía es la más compatible con la razón, y atribuye a esta religión el
origen tanto de la idea de humanidad como de la idea de compasión.
Estas pretensiones son
insostenibles. Ya los budistas y otros habían tenido la idea de compasión,
antes y con más intensidad que los judíos. Y Hume hacía de la compasión una de
las dos emociones morales básicas (la otra es el egoísmo). Su socialismo ético,
basado en la ley moral judía, influyó en la socialdemocracia alemana.
En cualquier caso, el hecho de
que un judío como Cohen que mantenía y defendía su religión pudiese llegar a
convertirse en la cabeza visible de la filosofía alemana (en su escuela más
prestigiosa, la neokantiana) mostraba bien a las claras hasta qué punto la
emancipación de los judíos había tenido éxito en Alemania. Poco después, otro
judío, Edmund Husserl (1859-1938), fundaría la fenomenología y tendría una gran
influencia en toda Europa.
4. EL JUDAÍSMO EN LA ÉPOCA MODERNA
Antes de la Modernidad el
judaísmo se había enfrentado ya a culturas y religiones muy diversas. Sin
embargo, la Ilustración supuso un reto absolutamente nuevo. Una cultura secular
con pretensiones de universalidad amenazaba la identidad cultural y religiosa
del judío. Las crisis y las persecuciones de las épocas anteriores habían sido
por lo general consecuencia de factores externos, aunque no dejaban de acarrear
fuertes conmociones internas. Pero la haskalá o “ilustración” judía venía a ser
en gran medida un fenómeno interno que entrañaba el peligro de autodisolución,
de asimilación al mundo circundante y de conversión incluso a la religión
cristiana mayoritaria de gran número de judíos.
El judaísmo moderno toma forma a
partir del proceso de “emancipación” que afectó a las comunidades judías de los
diferentes países a lo largo de más de un siglo, desde la revolución francesa
de 1790 hasta la rusa de 1917 y que supuso un vuelco en el estatuto jurídico,
político, social, cultural y religioso de los judíos de Europa. Sus comunidades
habían gozado hasta entonces del derecho de autogobierno, rigiéndose por leyes
propias que obligaban a todo el que, habiendo nacido judío, no hubiera
renunciado formalmente a su fe a favor de otra religión.
A partir de entonces la
pertenencia a la comunidad judía se hacía voluntaria y el mismo ser y
mantenerse judío se convertía en una opción, más que en una cuestión de
nacimiento, lo que suponía una mengua considerable del poder tradicional de las
comunidades judías organizadas y de sus rabinos.
Los judíos emancipados
abandonaron las ideas mesiánicas y revisaron la liturgia acomodándola al gusto
de la emergente burguesía judía, en particular por lo que se refería al uso del
alemán en lugar del hebreo en el culto sinagogal. El judaísmo había respondido
a la persecución encerrándose en guetos, pero ahora, alcanzada la libertad, era
el momento de integrarse plenamente en la sociedad y de propagar en medio de
ella el universalismo latente en el judaísmo y en el monoteísmo ético de los
profetas de Israel. Los judíos “ilustrados” o maskilim reconocían la
importancia de la Biblia, pero rechazaban el Talmud y la tradición judía.
Al contrario del cristianismo y
del paganismo, el judaísmo establece una total separación entre Dios y la
Naturaleza y entre el poder de la razón y la libertad moral.
4.1. CORRIENTES DEL JUDAÍSMO MODERNO
La emancipación favoreció la
aparición de corrientes o “confesiones” dentro del judaísmo, en especial el de
Norteamérica.
a)
El judaísmo
reformado, liberal y progresista, de finales del S. XVIII y comienzos del
S. XIX. Proclamaba en sus primeros momentos que el judaísmo estaba destinado a
un fin más elevado y universal que no el encerrado entre los muros de los
guettos judíos, tendiendo a reducir así lo religioso a lo ético. Pero los
progroms (purgas) de finales del S. XIX y seguidamente el Holocausto terminaron
por minar aquella fe en el progreso y frenaron el avance de la corriente
reformada.
b)
El judaísmo
ortodoxo constituyó un movimiento de reacción frente al judaísmo reformado
y a las nuevas corrientes que propugnaban la emancipación política y las nuevas
formas de entender la vida judía.
El movimiento ortodoxo se
difundió en el primer cuarto del siglo XIX por el Imperio Austro-Húngaro y de
modo particular, por Hungría. Pretendía afianzar y expandir la autoridad de los
rabinos. La ortodoxia impulsó la emigración a Israel y tuvo importancia en la
creación de la antigua comunidad judía de Jerusalén (S. XIX).
Las comunidades ortodoxas tenían
carácter autónomo y su actividad se centraba en el cuto sinagogal.
El éxito y la fuerza de la
ortodoxia han radicado siempre en el establecimiento de comunidades reducidas,
capaces de transmitir a todos sus miembros el necesario sentimiento de
identidad junto con una no menos necesaria sensación de seguridad. Se afianzó
en Alemania y Hungría, contentándose con formar un partido minoritario, sin
mayores pretensiones de proselitismo.
c)
La corriente
conservadora surgió en Europa Central a mediados del siglo XIX en un
intento por evitar los extremos del liberalismo y del tradicionalismo a
ultranza. Reaccionaba de modo particular contra la adopción por el judaísmo
reformado de modelos cristianos o de la sociedad moderna. A pesar de haber
nacido como reacción frente a la ortodoxia, la enemiga del conservadurismo fue
más bien la Reforma judía, así como la teología protestante del S.XIX tocada ya
de tendencias antisemitas. Si ésta había abandonado los tres pilares del
judaísmo tradicional, es decir, la hajalá, la esperanza de liberación nacional
y el uso de la lengua hebrea en la liturgia, el movimiento consercador se
proponía desarrollar un “Judaísmo histórico-positivo”, insistiendo para ello en
que el judaísmo no es sólo una religión sino también una cultura, por lo que
llevó a cabo toda una labor de recuperación de la Misná, el Talmud y las obras
de los poetas y filósofos del Medievo, menospreciadas y olvidadas tanto por los
cristianos como por los ilustrados.
d)
El movimiento
reconstruccionista es el único que rechaza la idea de elección del pueblo
judío, por considerar que introduce diferencias conducentes al resentimiento y
regeneradoras de rivalidades entre las religiones y los pueblos.
El judaísmo es una civilización
étnica, basada en una tierra, una lengua, una historia, un calendario, unos
héroes, instituciones, artes, valores, etc., con la religión como núcleo más
profundo. El pueblo judío ha de “reconstruir” la vida popular: su cultura,
música, arte, etc., reorganizando sus instituciones, de modo que sea la
comunidad, y no un movimiento religioso o una sinagoga, el centro de referencia
que hace posible y manifiesta la pertenencia al judaísmo.
4.2. EL
ANTISEMITISMO EN RUSIA
A mediados del siglo XIX la mayor
parte de los judíos del mundo vivía en Europa Oriental, hablaban yídish,
dependían de la retrógrada monarquía rusa y estaban confinados en una bolsa
territorial que abarcaba gran parte de Polonia, Bielorrusia, Ucrania y zonas
cercanas. En 1855 accedió al trono de los zares Alejandro II. En los veintiséis
años de su reinado, Rusia empezó a salir de la Edad Media. En 1861, Alejandro
II decretó la liberación de los siervos, hasta entonces auténticos esclavos.
Promulgó los primeros derechos individuales y estableció tribunales locales de
justicia para velar por ellos. Redujo la censura de prensa, las restricciones a
los viajes al extranjero y a la entrada en la universidad.
El poeta judío Yudá Leib Gordon,
principal maskil o representante de la Kaskalá o ilustración judía, invitaba a
su pueblo a participar en el nuevo despertar de la libertad rusa. Toda esta
ilusión y esperanza se vino abajo en 1881 con el asesinato de Alejandro II por
unos “revolucionarios nihilistas” que le arrojaron una bomba a su paso por San
Petersburgo. Su sucesor, Alejandro III, un monarca mucho menos esclarecido,
trató de volver a la Edad Media. Además, estaba rodeado de consejeros y jefes
de policía extremadamente reaccionarios, antisemitas y faltos de escrúpulos.
Inmediatamente se pusieron manos a la obra para hacer la vida imposible a los
judíos. En 1891 fueron expulsados casi todos los 35.000 judíos que residían en
Moscú. Perseguidos, esquilmados, empobrecidos, expulsados de un sitio a otro y
permanentemente acosados por la policía zarista, no sabían adónde ir. En este
medio surgió la idea del sionismo.
A finales del siglo XIX y
principios del siglo XX, un continuo éxodo de judíos (unos 24.000 al año) huían
de Rusia y emigraban, sobre todo, a Estados Unidos, pero también a Europa
Occidental y Central e incluso a Palestina. La emancipación frustrada de los
judíos rusos condujo a bastantes jóvenes intelectuales hacia los círculos
revolucionarios. Varios de los bolcheviques más notables eran judíos, empezando
por Lev Trotski (1879-1940), el creador del ejército rojo y segundo de Lenin en
la dirección de la Revolución Soviética. De todos modos, la revolución, la
guerra civil y el régimen soviético causaron enorme miseria entre los judíos de
a pie. Stalin era profundamente antisemita y ordenó más asesinatos de judíos
que nadie (excepto Hitler), incluyendo el del propio Trotski, llevado a cabo en
México en 1940.
En 1953, cuando todavía quedaban
unos dos millones de judíos en Rusia, Stalin estaba preparando una “solución
final” de la cuestión judía que consistiría en la deportación masiva de todos
los judíos a Siberia, como ya había hecho con otros grupos étnicos, lo que sin
duda habría causado la muerte de la mayoría de los implicados, dadas las
condiciones en que se efectuaban dichas deportaciones; pero la imprevista
muerte de Stalin, sin necesidad de envenenamiento alguno, puso fin a todo el
proyecto.
4.3. EL MOVIMIENTO SIONISTA, EL HOLOCAUSTO Y EL
ESTADO DE ISRAEL
El sionismo constituyó en principio una reacción tanto contra el judaísmo
ilustrado como frente al ortodoxo. El sionismo forzó al judaísmo a plantearse
con toda radicalidad la cuestión de la relación entre nacionalismo y religión.
Proclamaba que los judíos constituían una nación y no una religión, luchando
por la restauración del judaísmo y la reunificación del pueblo judío en su
antigua tierra de Israel.
La guerra mundial y el Holocausto, la Shoá o “destrucción total”, que
tuvo lugar en la Alemania nazi entre los años 1933 y 1945, cambiaron
radicalmente la historia del judaísmo. Hasta entonces los judíos en general y
sobre todo los renovados se habían integrado en la vida y cultura de los países
europeos en los que vivían como ciudadanos de pleno derecho, imbuidos de un
sentimiento ético universal más que de los ideales sionistas de un
resurgimiento nacional judío.
El Holocausto fue un hecho sin precedentes en la historia del judaísmo.
Constituyó un intento de genocidio del pueblo judío hasta la “solución final”:
el exterminio total de los judíos, sin superviviente alguno, en los campos de
concentración nazis. Fue un programa llevado a cabo con los medios más
sofisticados y conforme a un plan minuciosamente elaborado, que llegó a ser
justificado, o encubierto al menos, por no pocos intelectuales, filósofos,
historiadores y teólogos de la época.
Para un judío la historia del mundo no puede ser ni será ya la misma tras
el Holocausto, que ha puesto en cuestión todas las filosofías modernas de la
historia que proclaman el incesante progreso de la humanidad. Las posibilidades
de depravación de los humanos parecen ser infinitas e inagotables. Para muchos
judíos el Holocausto ha echado por tierra todos los planteamientos que
sustentaron la fe y la vida de los judíos a lo largo de los siglos en situación
de exilio y diáspora o Galut. El judío perseguido tenía entonces únicamente dos
opciones: esconderse o huir. Si, no pudiendo escapar, optaba por la muerte
antes que apostatar, se convertía en mártir o, conforme a la expresión Kiddush
haShem, santificaba así el Nombre de Dios.
5. LA VISIÓN DEL MUNDO JUDÍA
Los judíos han sido, desde
sus inicios, una comunidad muy unida entre ellos, cuyos intereses han girado,
de manera constante, en torno a cuestiones religiosas. Esta unidad ha hecho que
se desarrolle en los judíos un sentimiento de pertenencia basado en la práctica
tanto religiosa como política, entendiendo por política la “actividad orientada
en forma ideológica a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos
objetivos.”
En este caso, objetivos de
supervivencia y unidad religiosos.
La vida a la defensiva y
las constantes hostilidades marcaron al pueblo judío e hicieron de su política
una política reactiva en el corto plazo pero mesiánica en el largo plazo que
marcó su visión del mundo. Reactiva por cuanto había que responder de manera
inmediata a numerosas intimidaciones por parte de los gentiles o no judíos y
mesiánica porque, a través del fundamentalismo, la política se centró en sentar
las bases para la venida del Mesías, aun cuando en este proceso se generara más
violencia en la zona del Medio Oriente.
Más aún, desde una
perspectiva histórica, las comunidades judías reaccionaron frente a estas
[intimidaciones] cerrándose al mundo, construyendo muros para mantenerse
aislados y minimizar la intervención [de los gentiles].... La práctica
religiosa... se convirtió en la manera de separar lo judío de lo no judío en el
mundo... Y, estas separaciones se convirtieron en sinónimo de la supervivencia
judía.
Estas separaciones
generaron un sentimiento de cohesión bastante profundo que sirvió para
retroalimentar los miedos judíos frente al mundo gentil; un mundo que para los
sionistas representa las fuerzas de sitra aharao fuerzas del mal. Un concepto
que convierte la visión de mundo de los judíos en una visión maniqueista y que
persiste en la actualidad.
También sirvieron estas
separaciones para convertir, dentro del imaginario judío, el sistema
internacional en un contenedor de potenciales amenazas en donde la
clandestinidad constituye un arma de supervivencia y donde la desconfianza es
su punta de lanza.
,
6. BIBLIOGRAFÍA
Trebolle Barrear, J. “El judaísmo”. Ed. del Orto. Madrid 2001.
Páginas: 14-16, 18-22, 24-30, 32, 33, 37-50.
Mosterín, J. “Los judíos”, historia del pensamiento. Ed. Alianza
editorial S.A. Madrid. 2011.
Páginas: 11, 16, 73-75, 249, 250, 254, 256, 257, 259, 260-266.
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