Apartado
2 de "Fenomenologías, ontologías y metodologías biológicas"
Es habitual -y en esto no me
aparto de la costumbre- comenzar este tipo de reflexiones con una vuelta de
reconocimiento a Aristóteles, iniciar el tema con un "prólogo
aristotélico" como escribió Gilson (1976). Este preámbulo sirve para poner
de relieve cómo la relación entre la fenomenología biológica de Aristóteles y
su ontología asociada ofrecen un ejemplo significativo del modo en que este tipo
de perspectivas se complementan para suministrar una concepción unitaria de lo
viviente. Ross (1964, p.112) puntualiza que la Historia de los
animales de Aristóteles "es una obra preliminar que intenta registrar
los hechos fundamentales de la vida animal, (mientras que) los demás tratados
intentan presentar una teoría partiendo de los hechos registrados". Entre
estos hechos fundamentales, registrados en la primera parte de la Historia, figura
la distinción entre dos tipos de partes de los animales: las partes simples,
compuestas de partes semejantes y las
partes compuestas, formadas por partes desemejantes (Preus, 1975). En el
tratado referente a las partes de los animales expone esta diferencia aclarando
que las partes simples pueden ser entendidas como aquellas que se componen de
partes semejantes al todo respecto de la materia, pero no de la figura,
mientras que las partes compuestas se dividen en partes que no son semejantes
al todo: de las primeras son ejemplo las vísceras; de las segundas los órganos
locomotores y perceptivos (Preus, 1975).
Por tanto, los animales se
presentan como sistemas compuestos de partes cuya heterogeneidad está en la
base de los cambios que tienen lugar en ellos. "Todas las operaciones
vivientes, todo el devenir de la planta o del animal, implican y requieren la
diferenciación de ciertas partes capaces de actuar unas sobre otras; la
heterogeneidad de las partes viene exigida por la misma posibilidad de esta
causalidad de sí mismo que caracteriza el devenir de los seres vivos. Por la
misma razón, es preciso que las partes del viviente constituyan un cierto
orden" (Gilson, 1976, pp. 27-28). El orden de estos distintos tipos de
partes constituye una organización y el ser vivo es un organismo cuya materia
está organizada por estar dotada de un determinado tipo de forma. Por ello
mismo, la estructura de las partes propia de los seres vivos exige la
introducción de la causa formal. Teniendo esto en cuenta y dado que las causas
tal como las entendía Aristóteles son tanto causas de la estructura como
del cambio, puede re- construirse un contexto causal en el cual la
explicación se refiere a la oposición homogeneidad/heterogeneidad, por un lado,
y a la oposición estructura/cambio, por el otro. La tabla siguiente ilustra
estas relaciones.
CAUSA
|
ESTRUCTURA
|
CAMBIO
|
HOMOGENEIDAD
|
Material
|
Eficiente
|
HETEROGENEIDAD
|
Formal |
Final
|
Desde el punto de vista de la descripción del organismo individual que
se presenta como estructura compleja que incluye homogeneidad y heterogeneidad
de las partes, es necesaria la intervención de la materia y la forma para dar
explicaciones. Además, como los seres vivos, en tanto que seres naturales,
tienen en sí mismos el principio de su cambio (Aristóteles, Física, 192b
8-16), no puede separarse su estudio estructural de su investigación
procesual. Para este aspecto del cambio son necesarias las causas eficiente y
final. Además, cuando se atiende a la heterogeneidad de las partes, la forma y
el fin se trasladan al primer plano.
Por lo que se refiere al fin,
es útil recordar que Aristóteles entendió el fin como una forma y el proceso
que va de una forma a otra forma como la actualización de una potencia ínsita
en la materia dotada de la forma inicial. En otras palabras, entendió el
proceso de cambio de forma (de "transformación") como un proceso de
desarrollo. y el desarrollo, en cuanto pasa de una forma F1 a otra forma F2,
tiene cabida para el caso límite en que F1=F2, caso en el que el cambio se
identifica con el proceso de conservación de la forma. La conservación de la
forma, que asegura la identidad del organismo semoviente, es concebido, por
tanto, bajo la forma de una peculiar "autocausalidad" o, con un
término más utilizado, bajo la forma de la autorregulación.
Ahora bien, la forma que
gobierna el funcionamiento del cuerpo organizado tiene en el pensamiento aristotélico
el nombre de alma. Como ha señalado Smith
(1977, p. 142), la teoría aristotélica del alma "puede ser considerada
como una respuesta a la pregunta ¿‘qué es la vida?’". Aristóteles (Acerca
del alma, 412a 19-21) afirma, por su parte, que "el alma es sustancia
en cuanto forma de un cuerpo natural que
tiene vida en potencia". Como, además, la sustancia es entelequia
-argumenta seguidamente-, el alma es la entelequia, el acto de lo que tiene
vida en potencia. Pero añade también que el cuerpo natural que tiene vida en
potencia es el cuerpo orgánico. De lo que infiere (Acerca del alma, 412b
5-6) que "si fuera necesario decir algo común a toda alma, sería que es la
entelequia primera de todo cuerpo natural orgánico". Por consiguiente, el
alma es la forma del cuerpo orgánico (compuesto de partes heterogéneas), que
actualiza la potencia de vida que éste posee. Se han dado diversas
interpretaciones del concepto de alma de Aristóteles: por ejemplo, la de
Hamelin (1976) que identifica la "entelequia" con la aptitud para
funcionar. Independientemente de la interpretación concreta que se dé, sigue
manteniéndose la distinción establecida por Aristóteles entre la vida en
potencia y la vida en acto. El alma como entelequia es la realización o
actualización de la vida en los cuerpos naturales que satisfacen ciertas
condiciones determinantes de la vida en potencia.
Ésta puede tomarse como la
versión más sencilla de la caracterización que Aristóteles hizo del alma como
forma del cuerpo orgánico. Tan importante como ella es la tipología de las
almas basada en el tipo de función que le es propia a cada una. Dos son las
principales maneras de establecer esa clasificación. Por una parte, Hall (1969)
distingue cuatro clases de alma, destacando cuatro funciones: las funciones
nutritiva, sensitiva, locomotriz y racional. Más frecuente es considerar tres
tipos de alma. La primera, el alma vegetativa o nutritiva, que regula la
función de nutrición determinante del grado ínfimo de la vida; la segunda, el
alma sensitiva, propia de todos los animales; la tercera, el alma racional,
exclusiva de los seres humanos. (Cuestión discutible es la singularización por
parte de Hall (1969) de un alma locomotriz). En todo caso, sigue en pie la
formulación del concepto aristotélico de alma en términos funcionales. Se trata
de formas que integran una o varias funciones.
El alma vegetativa regula la
nutrición que se manifiesta en el crecimiento; el alma sensitiva integra
nutrición y sensación, y el alma racional incorpora nutrición, sensación y
razón. Este es el modo aristotélico de entender el carácter integrado de los distintos niveles presentes en los
seres vivos: los distintos tipos de alma son distintos tipos de integración de
diferentes niveles. Se trata de una integración ascendente que va del alma
vegetativa al alma racional, integrando las almas posteriores las funciones
incorporadas por las anteriores, siendo el alma racional la que integra todas
las funciones. Mediante una comparación con las figuras geométricas,
Aristóteles 'ilustra esta situación:
"...la situación es
prácticamente la misma en cuanto se refiere al alma y a las figuras: y es que
siempre en el término de la serie se encuentra potencialmente el anterior,
tanto en el caso de las figuras como en el caso de los seres animados, por
ejemplo, el triángulo está contenido en el cuadrilátero y la función vegetativa
está contenida en la sensitiva" (cito según la traducción de T. Calvo,
1978).
Aristóteles recoge la idea de integración
dentro de su esquema del acto y la potencia, pues las facultades o funciones
superiores asumen a las anteriores que pasan a estar en potencia. Así, el
concepto de ser vivo en Aristóteles supone la integración de niveles y
funciones en una forma: el alma. Pero el alma está configurada como una forma
en conservación: el desarrollo tiene lugar siempre dentro de ciertos
límites. En este punto el principio explicativo del proceso se presenta
como el principio de finalidad, bajo la forma de una finalidad interna
introducida para dar razón del concepto de alma como forma funcional asociada a
los procesos en que se conserva la forma. (Este recurso a la teleología, que
puede parecer insostenible a algunos, no lo es tanto, para otros, "siempre
y cuando se acote en el contexto de una teoría causal" (Moya 1985, p. 69).
El concepto de desarrollo impone a Aristóteles la introducción de un principio
explicativo: la finalidad de lo orgánico (Gilson, 1976). La finalidad debe
suministrar la explicación de los procesos de desarrollo tanto cuando se
presentan como transformaciones como cuando se ofrecen como conservaciones de
la forma. Así, la ontología de la finalidad se convierte en la base explicativa
de la fenomenología de la heterogeneidad. Grene (1974) ha insistido con razón
en que la ontología teleológica de Aristóteles no implica propósitos o planes,
sino una distancia ontológica en la forma dada y el fin, es decir, aquello que
constituye el término final intrínseco en que culmina una serie de sucesos, si
no hay impedimentos. Dicho así, la ontología de la finalidad es una teoría de
las virtualidad -distinta de la mera posibilidad- en tanto que tendencia que
culmina en resultados unívocamente determinados, siempre que no sean inhibidos
por factores o elementos del ambiente del sistema que posee dicha tendencia
-modo de reformular la causalidad en el marco de sistemas abiertos que se
cierran experimentalmente (Bhaskar, 1975). Así entendido, este tipo de
"finalismo" estaría acogido en un contexto causal. Cuán fiel sea, sin
embargo, este aggiornamento de Aristóteles, es cosa diferente.
La ontología de la finalidad
rectifica, en el pensamiento aristotélico, una fenomenología de la
heterogeneidad, pero se diría que lo hace sin que por ello el cuerpo organizado
que le sirve de punto de partida deje de ser un objeto pertinente del
pensamiento biológico. La finalidad sirve de fundamento al desarrollo ya la
conservación de la forma del individuo orgánico que es, al mismo tiempo, punto
de partida de una fenomenología y objeto propio de una ontología.
"Rectificación" equivale aquí, por tanto, a
"fundamentación" ontológica de objetos fenoménicamente presenciables
y ontológicamente consistentes. Rectificar no es reconvertir las unidades
básicas, sino completar el contexto en que las mismas unidades se hacen
inteligibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario