domingo, 24 de noviembre de 2013

LA CULTURA EN LAS CIENCIAS BIOLÓGICAS




LA NATURALIZACIÓN DE LA CULTURA EN LAS CIENCIAS BIOLÓGICAS
La naturalización de la cultura en las ciencias biológicas (Resumen)
La “naturalización” de las ciencias de la cultura y de la filosofía ha sido deseada, buscada y programada de diversas maneras. Frecuentemente se distingue entre una naturalización ontológica y una metodológica. Esta es una distinción poco afinada y también las situaciones diferentes de la filosofía y las ciencias de la cultura ameritan un tratamiento aparte. Limitando la cuestión a las iniciativas de “naturalizar” las ciencias de la cultura desde las ciencias bilógicas, principalmente mediante la proyección de teorías procedentes de la biología evolucionista en la forma de teorías de la “selección cultural”, la cuestión debatida es la legitimidad de tal proyecto sobre bases objetivas científicamente fiables. La Memética fue uno de los intentos más sonados, aunque desde hace cinco años está entre paréntesis debido a ciertos descubrimientos de las neurociencias. Aún así, la cuestión sigue abierta, como ponen de manifiesto recientes publicaciones en España.
Palabras clave: cultura, darwinismo, evolución, Memética, naturalización
Dejando al margen los procesos de adquisición de nacionalidad que en diccionarios y documentos administrativos se denominan de “naturalización”, la voz “naturalización” remite, sobre todo en el pensamiento de la segunda mitad del siglo pasado y en lo que va de éste, a una determinada opción teórica que se toma para abordar el conocimiento de determinados sistemas y procesos que, no habiendo sido en principio objeto de conocimiento de las ciencias naturales, habrán de ser considerados como si lo fueran, de una forma literal o analógica. El enfoque que queda desplazado por la llamada naturalización es o bien el filosófico, entendido como diferente y autónomo respecto de las ciencias –naturales o no, ya volveré sobre ello-, o bien el científico, característico de otras ciencias diferentes de las naturales, a las cuales deberán las primeras, si no tanto como reducirse –cosa más bien difícil- sí subordinarse a ellas de forma fuerte o débil.

Naturalización y sustitución de la filosofía por la ciencia

No podría –o, al menos no debería- comenzar mi exposición sin citar aquí el locus classicus de la naturalización en la filosofía de la segunda mitad del siglo pasado, casi de carácter general, aunque más “clásico” en la tradición analítica anglosajona que en las demás. Seguramente el lector avispado ya tiene en la punta de la lengua el ensayo “La epistemología naturalizada” de Willard van Orman Quine y probablemente recordará el volumen en que aparece, y más aun el año de su publicación: 1969. Y también la interpretación más radical de su propuesta: la sustitución de la epistemología tradicional por la psicología empírica, lo que algunos han llamado “naturalismo sustitutivo”. Entre 1969 y 1995 transcurrieron veintiséis años de la vida de Quine, pero el hilo conductor que lleva hasta su From Stimulus to Science, publicado cinco años antes de su muerte, no se rompió, aunque admita allí que la naturalización pueda tener lugar también a través de “ciencias más blandas, desde la psicología y la economía hasta la sociología y la historia” (Quine, 1995).
Pero la psicología era, en el planteamiento de 1969, una ciencia natural: “La epistemología, o algo semejante, simplemente ocupa su lugar como un capítulo de la psicología y, por tanto, de la ciencia natural” (Quine 1969, p. 82). Sea ello como fuere, y si fuera el caso de que la naturalización se transformase, al incluir ciencias no naturales, en una cientifización sustitutiva de la filosofía, entonces estaríamos ante la antigua escatología positivista comtiana en que el estadio metafísico –léase filosófico- es sustituido por el estadio positivo –el científico, y no sólo por el científico natural propiamente dicho. No abordaré este tipo de sustitución genérica de la filosofía por la ciencia, que no es pertinente a nuestro tema.
Pero la naturalización, en su sentido más fuerte –científico natural- de la filosofía, tuvo un portavoz muy anterior y, hasta si se me permite, más audaz que Quine. En 1739 con solo veintiocho años y de forma anónima iniciaba David Hume la publicación de su Treatise of Human Nature: Being an Attempt to Introduce the Experimental Method of Reasoning into Moral Subjects.   Aquí no se trata de la naturalización de la epistemología, aunque hay quien ha defendido que Hume también está en un línea semejante a Quine, sino de la naturalización –bien que metodológicamente revestida- de los temas de moral. A mi juicio, la tradición naturalizadora y la ilustrada van de la mano, en este caso particular de la de Hume. Repárese también en que los temas de conocimiento y los de moral son temas que afectan a los sujetos humanos y, por ello, su estudio lo es –dice Quine (1969, p. 82)- de “un fenómeno natural, a saber, un sujeto humano físico”.
Dos planteamientos de naturalización desde las ciencias naturales sobre la filosofía- bajo la forma de la epistemología y la moral-, ambas con una tradición normativa que habría de ceder su jurisdicción valorativa a los enunciados empíricos –fácticos- de las ciencias naturales, en concreto de una psicología sólo entrevista en tiempos de Hume y mucho más desarrollada cuando Quine afirma su propuesta sustitucionista:
La estimulación de sus receptores sensibles es toda la evidencia que cualquiera ha tenido que recorrer, en última instancia, para llegar a su representación (picture) del mundo. ¿Por qué no limitarnos a ver cómo tiene lugar realmente esta construcción? ¿Por qué no conformarnos con la psicología? (Quine 1969).
Hume pudo haber despertado de su sueño dogmático –de la metafísica racionalista como conocimiento trascendente a la experiencia- a Kant, pero este gran ilustrado no despertó de su sueño para conformarse con alguna psicología propiciatoria. Su vigilia filosófica le condujo a situar la epistemología en el plano trascendental, propio de la filosofía crítica como teoría de las condiciones de posibilidad del conocimiento científico.
En 1941 publicó Lorenz su trabajo “La teoría kantiana de lo apriorístico desde el punto de vista de la biología actual”, donde convierte el a priori trascendental en un a posteriori natural, sin perjuicio de que se trate de las condiciones determinantes conforme a las cuales tiene lugar el conocimiento. Esta concepción naturalista de lo “apriorístico” como órgano implica la destrucción de su concepto: algo que ha surgido en la adaptación filogenética a las leyes del mundo exterior natural tiene, en cierto sentido un origen a posteriori, aun cuando este origen haya seguido un camino distinto al de la abstracción o al de la deducción a partir de experiencias pasadas (Lorenz 1941).
Cuando Quine puso sobre la mesa su naturalismo sustitutivo tenía ya el terreno abonado por la tradición ilustrada de Hume y la relectura naturalista del otro gran ilustrado, Kant. La naturalización, pues, es la propuesta de sustitución de la teorías normativas de la filosofía por las teorías empíricas de la biología y la psicología entendida como ciencia natural, en su caso, también biológica. Ya en esta relación de la naturalización de la filosofía –ética o epistemológica-, a través de las correspondientes ciencias biológicas, debemos reparar en los dos modos –fuerte y débil, sustitutivo o analógico, ontológico o metodológico- de la naturalización. Veremos cómo estos dos modos reaparecerán en la propuesta de naturalización de las ciencias no subsumibles en el conjunto de las naturales. Incluso veremos, en su momento, que la oposición sustitutiva/analógica no es suficiente para incluir todos las iniciativas naturalizadoras. 
La naturalización de las ciencias humanas
Entre las ciencias naturales, especialmente las ciencias físicas fueron en la edad moderna las ciencias por excelencia, a las que aspiraron a parecerse o aproximarse las restantes ciencias naturales, así como las emergentes ciencias humanas y sociales que desde el siglo XVIII comienzan su trayectoria ascendente. Para el tema que nos ocupa –el de la naturalización de la cultura en las ciencias biológicas- la naturalización sólo puede tener lugar respecto de  actividades que, tradicionalmente, eran objeto de estudio o bien por enfoques filosóficos –como en el apartado anterior la teoría de la acción moral o la teoría de la acción cognoscitiva- o bien por ciencias no naturales. Desde el siglo XIX la oposición entre ciencias naturales y los estudios de la cultura bajo distintas denominaciones tales como ciencias del espíritu, ciencias morales y políticas, ciencias humanas y sociales, ciencias de la cultura, pero también Humanidades como disciplinas académicas, lleva implícitas ciertas clasificaciones de las ciencias. Aunque pudiera suponerse que estas oposiciones son simples variantes de las dos culturas – las ciencias (naturales) y las letras- que todos asociamos al conocido librito de Snow (1977), creo necesario hacer explícita una clasificación de las ciencias  que, junto a las naturales, exhiba las clases de ciencias con  respecto a las cuales puede plantearse el tema de la naturalización.
Presentaré una clasificación de las ciencias en ciencias naturales, ciencias semióticas y ciencias humanas que he utilizado en numerosas ocasiones y cuyo fundamento se halla en el proyecto semiótico de Morris (1972), formulado a finales de los años treinta del siglo pasado.
La semiótica, como teoría general de los signos de cualquier clase, habría de desarrollarse en tres direcciones, cada una de ellas definida por una clase relación que contiene signos (una relación semiótica), a saber: la semántica como análisis de los signos en la  medida en que se refieren a o representan objetos, la pragmática como análisis de los signos en la medida en que se relacionan con los sujetos que los emplean, y la sintaxis como análisis de las relaciones que guardan los signos entre sí.
Los términos en que Morris apoyó estas tres relaciones, a saber, signos (s), objetos (O) y sujetos (S) constituyen un conjunto, al que llamaré K = {s,O,S}. Desde 1984 he utilizado este conjunto, combinado consigo mismo, es decir, el producto cartesiano K2 =

Cuadro 1
 
SIGNOS
OBJETOS
SUJETOS
SIGNOS
Sintáctica  (s,s)
Repesentativa (s,O)
Normativa (s, S)
OBJETOS
Incorporativa (O,s)
Objetiva (O,O)
Restrictiva (O,S)
SUJETOS
Simbólicas (S,s)
Técnica (S,O)
Social (S,S)

como base de una clasificación trimembre las ciencias.
Las ciencias cuyos principios teóricos pueden asociarse a las relaciones que contienen objetos: representativas, incorporativas, ónticas, restrictivas y técnicas constituyen el conjunto de las ciencias naturales, tales como en su desarrollo histórico se nos presentan las físicas, las químicas, las biológicas, etc.
Las ciencias cuyos principios teóricos pueden asociarse a las relaciones que contienen signos: sintácticas, representativas, normativas, incorporativas y simbólicas constituyen el conjunto de las ciencias semióticas, tales como en su desarrollo histórico se nos presentan las matemáticas, las lógicas, las lingüísticas, etc.
Las ciencias cuyos principios teóricos pueden asociarse a las relaciones que contienen sujetos: normativas, restrictivas, simbólicas, técnicas y sociales constituyen el conjunto de las ciencias humanas, tales como en su desarrollo histórico se nos presentan las psicológicas, las antropológicas, las económicas, las sociales, las históricas, etc.
Para el tema que ahora me ocupa, propongo que la naturalización puede recaer desde las ciencias naturales sobre las semióticas y las humanas. La presencia de la Psicología entre las humanas sería la primera situación a revisar, si seguimos no sólo a Quine, sino a muchos más (por ejemplo,  a Bunge), y consideramos a la(s) psicología(s) una(s) ciencia(s) natural(es). Pero, también, habría que considerar a la Paleontología como una ciencia histórica entre las naturales.
Aquí me limitaré a las llamadas ciencias humanas como blanco preferido de la naturalización, porque son aquellas en que están presentes en sus principios los sujetos de nuestra especie –“fenómenos naturales”, según el Quine de 1969.  Y, además, precisamente porque los sujetos humanos son eminentemente los productores de cultura, sin perjuicio de las llamadas culturas animales (Bonner, 1982). Son estas ciencias humanas aquellas cuyo nivel de resolución, es decir, la articulación básica de su dominio teórico puede caracterizarse como el par conjugado acciones/x, siendo ‘x’ una suerte de variable, cuyos diferentes valores especificarían tipos de ciencias humanas. Ya señalé esto en un libro sobre ciertas teorías de la localización de las actividades económicas (Álvarez, 1991) y, como en ese lugar, sigo pensando en que esa ‘x’ puede ser sustituida por entramados de acciones, por resultados de acciones, etc. Cuando se considera a la Psicología fundamentalmente como una teoría de la(s) conducta(s), su nivel de resolución sería el par conjugado acciones/conductas. En otros casos podríamos encontrar pares tales como acciones/estructuras espaciales, acciones/instituciones, acciones/conocimientos, etc. Por otra parte, las ciencias humanas, en cuanto referencia, tienen además la ventaja de que su situación ha sido, en general, inestable. Históricamente, el desarrollo de las ciencias naturales, en particular las biológicas, ha favorecido intentos de acomodar las ciencias humanas –de forma más fuerte o más débil- a las biológicas. Este es el terreno de la naturalización de las ciencias humanas y, como veremos más adelante, de la cultura. El proyecto sociobiológico de Wilson (Wilson 1980; Lumsden y Wilson, 2005) y las diferentes variantes de la teoría de la selección cultural, que se tratarán más adelante, encarnan la perspectiva naturalista o naturalizadora respecto de las ciencias humanas. Pero, frente a esto, en el siglo pasado el desarrollo de las ciencias semióticas condujo a una semiotizacíón de las ciencias humanas, acerca de la cual se sostuvieron todos los debates del estructuralismo del último tercio del siglo XX. Si tomamos la Antropología, en el ámbito de las ciencias humanas, como ejemplo, la teoría antropológica estructural de Claude Lévi-Strauss sería un caso de semiotización de la Antropología: se estudian los sistemas sociales y sus subsistemas como sistemas simbólicos. Finalmente, ante estas dos tendencias centrífugas y de tentación absorbente, el materialismo histórico de Marx y el materialismo cultural de Marvin Harris (1982) pueden representar, interior y centrípetamente, la perspectiva propia de las ciencias humanas como ciencias de la acción.
Pero aquí se trata de la naturalización como proyección de las ciencias naturales –en concreto, de las biológicas- en las ciencias humanas. Veamos, pues, las modalidades de esa proyección. Como en la naturalización de los enfoques filosóficos, en las ciencias humanas  podemos encontrar dos modalidades que, para seguir con la terminología ya utilizada, llamaré sustitutiva y analógica. La primera es propia de las iniciativas que apuntan a sustituir, e incluso a eliminar, los referentes ontológicos de determinadas teorías o, simplemente, visiones generales (pop theories), en beneficio de los referentes ontológicos de teorías científicas propiamente dichas. Puede ejemplificar esta posición la mantenida por Paul y Patricia Churchland desde los años ochenta, en la que las neurociencias habrían de sustituir a la Psicología del sentido común.
Así se enunciaba ya en un conocido artículo de 1981, considerado como el manifiesto fundacional de esta corriente: El materialismo eliminativo es la tesis de que nuestra concepción del sentido común acerca de los fenómenos psicológicos constituye una teoría radicalmente falsa, una teoría tan fundamentalmente defectuosa que, tanto los principios como la ontología de esa teoría, serán a la larga desplazados, más que reducidos sin problemas, por una neurociencia consolidada. (Churchland).
La modalidad sustitutiva del materialismo eliminativo, en cuanto postura ontológica, puede tener dos versiones, que Ramsey (2003), siguiendo a Savitt, llama cambio teórico conservativo y no conservativo. En la versión conservativa, las entidades y los principios de la teoría sustituida son resituados y revisados en la sustitutiva, como ocurrió cuando se identificó la luz, cuya existencia no se niega, con una radiación electromagnética. En la versión no conservativa, en cambio, algunas entidades y principios son eliminados como inexistentes, tal como ocurrió con el flogisto. En cualquier caso este tipo de naturalización es solidaria de un cambio ontológico, no sólo de un cambio metodológico, como es el caso de la naturalización analógica.
En la naturalización analógica basta con que se apliquen a las entidades y los principios de cierto dominio los procedimientos característicos de las ciencias naturales. Aunque esto parece algo externo e incluso inofensivo –la resultante sería una ciencia del como si-, a veces ocurre que la extrapolación de principios metodológicos modifica la ontología de la que se ha partido. Esto ocurre, sin duda, en marcos que no alteran la clase de ciencia. La historia de las matemáticas muestra cómo, partiendo de los números naturales, cuya creación el viejo Kronecker atribuía a Dios, se van ampliando sucesivamente los conjuntos de números: números naturales, enteros relativos, racionales, reales, complejos, etc., con el fin de que las operaciones tengan siempre –o casi siempre- resultados numéricos. La ontología crece con la metodología o, como con metáfora biológica se ha puesto de moda decir,  coevoluciona  con ella. En sentido semejante, la extrapolación del principio de selección natural a poblaciones de polímeros duplicativos con el fin de explicar el origen de la vida hace engrosar la ontología biológica hasta la última etapa prebiótica (Cf. Álvarez, 1988).
Existe una tercera posición, más matizada, en la que coinciden cultivadores de las ciencias humanas que, siendo partidarios –más aún, defendiendo su absoluta necesidad- de la naturalización en su sentido fuerte, no la consideran suficiente. Variantes de esta modalidad son, entre otras, el naturalismo de Sperber (1996), al que me referiré en la tercera sección y la economía evolucionista de Hodgson, cuya manifestación contundente (Hodgson y Knudsen, 2006) enuncia esta circunstancia en su propio título: “¿Por qué necesitamos un darwinismo generalizado y por qué no es suficiente el darwinismo generalizado?”. Esto quiere decir que, para el análisis de todos los procesos evolutivos –entre ellos el biológico y el cultural (o los culturales)-,  los principios darwinianos de existencia de variación,  herencia y selección- “son siempre necesarios para explicar los sistemas poblacionales complejos en evolución, nunca son suficientes por sí mismos”.
La naturalización es,  en este caso, compatible con la introducción, en el marco teórico darwiniano, de principios auxiliares propios de la teoría naturalizada: El “darwinismo universal” no es una versión del reduccionismo o el ‘imperialismo biológico, donde se intenta explicarlo todo en términos biológicos. Por el contrario, el darwinismo universal sostiene que existe un núcleo de principios darwinianos generales que, junto a explicaciones auxiliares específicas de cada dominio científico, pueden aplicarse a una amplia variedad de fenómenos (Hodgson, 2002, p. 270).
Esta forma de naturalización que llamaré esquemática no es ni eliminativista ni reduccionista, pero no es meramente analógica, sino que parte de la analogía para llegar a la ontología, como indica el título del artículo de Hodgson que acabo de citar. Utilizo el término “esquemática” por oposición a “analógica”, porque en la esquemática los principios auxiliares de cada ciencia humana proporcionan su contenido al marco teórico evolucionista, como a través de los esquemas se producía la subsunción de los fenómenos en los conceptos en la teoría kantiana del conocimiento, frente a las naturalizaciones meramente analógicas –simbólicas, en la terminología kantiana- que se limitan a aplicar las reglas de la reflexión –de pensamiento, no de conocimiento- a un material ontológicamente completamente diferente. Aquí lo importante es que la naturalización esquemática es solidaria de una ontología continuista –que culmina la analogía en una ontología-, semejante a la desarrollada por Ferrater Mora (1979), mientras que la analógica es solidaria de una inconmensurabilidad ontológica arropada “simbólicamente” por la forma externa de la aplicación de un marco teórico que continúa siendo extraño al contenido ontológico al que se aplica.

Como en la naturalización de la filosofía, en la naturalización de las ciencias no naturales –aquí nos limitamos a las humanas- se presentan, pues, también las modalidades analógica y sustitutiva, a las que se añade esta que ahora llamo esquemática. No sé hasta qué punto es adecuado retrotraer esta modalidad, tan clara con relación a las ciencias humanas, a la naturalización de la filosofía, con el riesgo de tener que admitir explicaciones filosóficas adicionales. Más bien parece que la filosofía no es aquí blanco de esta naturalización, sino que sería una actividad cultural más que, como tal, sería objeto del estudio naturalizado de la cultura.
El cuadro 2 resume las oposiciones anteriores:
Cuadro 2
NATURALIZACIÓN
Filosofía
Ciencias humanas
Analógica
Métodos de las ciencias naturales aplicados en los análisis filosóficos
Métodos de las ciencias biológicas aplicados en las ciencias humanas
Sustitutiva
Condiciones biológicas de las categorías filosóficas.
Ontologías biológicas de las
acciones humanas
Esquemática
No trata directamente su relación con la filosofía.
Ontología de sistemas complejos caracterizada por la variación, la herencia y la selección, conjugada con principios específicos de cada ciencia humana naturalizada.

La naturalización de la cultura: de los memes a las neuronas espejo
Voy a entrar de lleno en el tema de la naturalización de la cultura –en planteamientos naturalistas tanto filosóficos como científicos- en la línea que anticipé al comienzo, en la que se traslada a la evolución cultural el modelo darwiniano de la evolución biológica por selección natural. Aun cuando recientes intentos (Mesoudi, Whitten y Laland) han puesto en paralelo, bajo la idea de evolución, el conjunto de las ciencias biológicas con el conjunto de las ciencias humanas, me limitaré aquí a un paralelo menos ambicioso y más conocido: el de la Memética como una variante de la teoría de la selección cultural.

Genes y memes: contagio e imitación
Para exponer este esfuerzo de naturalización de la cultura es preciso, en principio, haber preparado ya un concepto de cultura que se preste de entrada a la aplicación de una determinada versión de la teoría de la evolución. Para ello es necesario un concepto puente que permita asociar analógicamente selección natural y selección cultural. Ese concepto puente es el concepto de información. Tomaré esta aplicación del concepto de información tal como la ha formulado entre nosotros Mosterín quien, influido por los planteamientos de Dawkins (1976) y Bonner (1982), desarrolló ya en su Filosofía de la cultura (Mosterín 1993),  recogida recientemente en La naturaleza humana (Mosterín 2006), una oposición entre la herencia biológica como información genética que se trasmite directamente de genitor a descendiente –la llamada transmisión vertical-, frente a la cultura como información transmitida por aprendizaje social entre animales de la misma especie –no necesariamente la humana. Curiosamente, la noción de información, un concepto procedente propiamente de las ciencias semióticas, viene a facilitar la analogía entre evolución biológica y evolución cultural. No entraré a discutir ahora el carácter metafórico o literal de la noción de información genética (Cf. Griffiths 2000), sino que añadiré que al puente informacional, que facilita la analogía, se une, por decirlo así, por arriba, la cobertura del programa que legitima la empresa de naturalización: el llamado darwinismo universal. Nelson (2006) señala que en los últimos veinticinco años se ha producido “un renacimiento de la propuesta de que los procesos aducidos por Darwin como conductores de la evolución biológica proporcionan también un marco teórico para el análisis de la evolución de la cultura humana Muchos de los defensores de esta postura usan la expresión “darwinismo universal” para denotar la teoría que defienden”. Veamos, en resumen, cómo aconteció este proceso, facilitado instrumentalmente por la noción de información y legitimado regulativamente por la idea de la aplicabilidad universal del modelo darwiniano de explicación.
En 1976 Richard Dawkins publicó su polémico y bien conocido libro El gen egoísta de (1976, con varias ediciones en español; me referiré aquí a la de 1994). En su capítulo XI introdujo el término “meme” para denominar a un replicador cultural diferente, por escala y naturaleza, pero análogo en su ámbito –el cultural- del gen (gene), analogía que trasladó también a los procesos a los que sirven de base, a saber, la evolución biológica al último y la evolución cultural al primero.
Necesitamos un nombre para el nuevo replicador, un sustantivo que conlleve la idea de una unidad de transmisión cultural, o una unidad de imitación. «Mimeme» se deriva de una apropiada raíz griega, pero deseo un monosílabo <en inglés, JRA> que suene algo parecido a «gen». Espero que mis amigos clasicistas me perdonen si abrevio mimeme y lo dejo en meme […] Ejemplos de memes son: tonadas o sones, ideas, consignas, modas en cuanto a vestimenta, formas de fabricar vasijas o de construir arcos.” (Dawkins 1994).
Bajo la cobertura de la analogía informacional, el gen y el meme constituyen las unidades de información a las que han de ser referidos los cambios en la evolución biológica y en la evolución cultural, respectivamente. Los memes de Dawkins son, pues, unidades -más simples o más complejas- de información, que juegan en la evolución cultural un papel semejante a los genes en la evolución biológica.
Pero la cobertura que legitima la unificación, en un marco analógico, de la evolución biológica –entendida genéticamente como el cambio en las razones de alelos en las poblaciones- con la evolución cultural -como cambio diferencial de los memes en los grupos humanos- es la proyección, regulativa en sentido kantiano, del principio explicativo darwiniano, a saber, del mecanismo de la selección natural a todo proceso en el que pueda adoptarse la perspectiva poblacional que, según Mayr (1988), caracteriza a la teoría darwiniana de la evolución. A la extensión general de dicho programa explicativo se le ha concedido el nombre de “darwinismo universal” y más recientemente “darwinismo generalizado”, al que me referí en la sección anterior, criatura mencionada por Dawkins en El gen egoísta y explícitamente defendida en un trabajo suyo así titulado en 1983.
Se trata de la misma idea que Dennett caracteriza como el “ácido universal” en que consiste la “peligrosa idea de Darwin” (Dennett 1999).
Dawkins (1976) optó también, en primer lugar, por la imitación como mecanismo de transmisión de la información cultural, mecanismo que sirve de  base a los procesos de aprendizaje social intraespecífico a que remite el planteamiento de Mosterín (1993, 2006). Pero también, picoteó, como en tantas otras cosas, en el mecanismo alternativo del contagio, con su idea de los memes como “virus de la mente” (Dawkins, 1993). Efectivamente, los intentos de naturalización de la cultura sobre la base de unidades informativas (llámense memes o representaciones) han sido asociados a dos formas básicas de transmisión cultural: el contagio y la imitación. Me limito simplemente a mencionar las propuestas basadas en el contagio, entre las que destacan los trabajos de Lynch, especialmente Thought Contagion: When Ideas ACT Like Viruses (Lynch 1996) y de Sperber (1996), que desarrolla un modelo epidemiológico que pretende ser no solamente una naturalización metodológica, sino también ontológica. Baste esta declaración para ejemplificar su postura:
Lo que hace natural a una ciencia es tanto su ontología como su método, las clases de fenómenos que reconoce como parte de su mundo y el modo en que intenta explicarlos. ¿Cuáles son los fenómenos que han de ser explicados en Antropología y qué cuenta como explicación? […] He sugerido que hagamos (no en lugar de, sino además de) un juego diferente. El juego se llama “explicación causal naturalista” […] Para reconceptualizar el campo podemos inspirarnos en una ciencia que es a la vez social y natural. Me refiero a la epidemiología médica. (Sperber 1999)
La propuesta de Sperber se presenta expresamente no como sustitutiva, sino, según adelanté, como una variante de la modalidad esquemática, diferente de la de Hodgson. Indicado ya el enfoque epidemiológico, pasaré al imitativo o mimético, que nos llevará de la analogía de la selección cultural a las bases neuronales de la imitación y la empatía.

La Memética como teoría de la selección cultural
En esta sección abordaré el llamado darwinismo universal, a través de su componente explicativo principal, la selección- al modo de expresarse de Czico (1995), el marco de una teoría universal de la selección, que constituye una segunda revolución darwiniana.
Una vez que se ha establecido una unidad análoga al gen, el llamado “meme” (Dawkins 1994, Mosterín 1993), que se replica, se trasmite y se expresa, a una modalidad o variante de esta forma de una teoría de la selección cultural se la ha denominado Memética (por analogía con la Genética). La Memética proliferó abundantemente desde finales de los años 90, e incluso se mantuvo en Internet, desde 1997 hasta 2005, una revista -The Journal of Memetics- donde se desarrollaron trabajos importantes y debates interesantes sobre la Memética como teoría de la selección cultural. Su subtítulo -Evolutionary Models of Information Transmission- aclara exactamente el papel fundamental que juega, como se indicó anteriormente, la noción de información en este campo como puente entre la selección natural y le selección cultural, en el marco del llamado darwinismo universal (Cf. Dawkins 1983).
Por tanto, limitemos aquí el darwinismo universal a su principio más importante y discutido, a saber, el de la selección, en cuanto aplicable a las unidades de información llamadas memes que se trasmiten –no sólo directamente de cerebro a cerebro, sino también mediatamente, a través de formas diversas de almacenamiento en memorias de distinta naturaleza (documentos, monumentos, tradiciones orales, etc. en los soportes materiales correspondientes). Como los genes, los memes, en cuanto entidades de información instructivas, son múltiples y diversos, se trasmiten básicamente por imitación y se expresan como productos culturales – instrucciones, acciones y artefactos- de diverso valor adaptativo en los ambientes culturales (situaciones) cambiantes en los que, de entre ellos, unos tienen más (o menos) éxito que otros y prevalecen (o pierden vigencia) en más o menos tiempo.
Con esta formulación de las características de la Memética, limitamos aún más nuestro campo. En éste ya no tienen cabida algunas teorías de la evolución cultural de colaboradores frecuentes del Journal of Memetics. Especialmente significativo es el caso de Liane Gabora, quien elabora su teoría de la evolución cultural rechazando el concepto de meme (coextensivo de “idea”), como replicador propiamente dicho, postulando en cambio como replicadores las concepciones del mundo (worldviews, coextensivas de las mentes). (Cf. Gabora 2004). Las concepciones del mundo, a imagen de las redes autocatalíticas de Kauffman (1993), son como los replicadores primitivos de la vida elemental anterior a la fijación del código genético. Esta posición se basa en otra analogía biológica, ligada prioritariamente a la teoría de la autoorganización y a la evolución de los sistemas complejos.
Podemos encontrar varias presentaciones de la Memética como teoría de la selección cultural, en las que se ponen en paralelo sus características con las correspondientes a la Genética. En su libro Cultural Selection, Agner Fog (1999) presenta una comparación de ambas, que complementada con otra de Hardy-Vallé (s/d) y con ligeras modificaciones añadidas, puede presentarse como un compendio de la analogía entre selección natural y selección cultural

Cuadro 3
 
SELECCIÓN NATURAL
SELECCIÓN CULTURAL
PERSPECTIVA
Genética
Memética
Unidad*
Gen
Meme
VariaciÓn
Mutación
Innovación
SOPORTE
Único
Múltiple
TransmisiÓn*
Reproducción
Imitación
Nivel de resoluciÓn
Genotipo/Fenotipo
Instrucciones/Productos
FIDELIDAD
Alta
Baja
Temporalidad
Lenta
Rápida
EvoluciÓn
Darwiniana
¿Lamarckiana?
(Elaboración propia)
Sobre algunos paralelos contenidos en el cuadro 3 son pertinentes las siguientes consideraciones, que puntualizan las que figuran en Álvarez (2007):
1.      Siguiendo el orden de las filas se observa que, una vez establecidas las unidades de partida (genes y memes), la primera diferencia dentro de la analogía es la que media entre mutación e innovación. Es preciso dejar bien sentado que esta diferencia no debe entenderse como la existente entre cambios aleatorios y  cambios providentes, porque las mutaciones ocurren por causas determinadas, aunque sean ciegas, es decir, que sus efectos resultan favorables o desfavorables sólo a posteriori para los fenotipos producidos y, a través de su eficacia biológica, para los genes mismos. Las innovaciones, como señala Fog (1999, p. 65) no deben ser consideradas necesariamente “invenciones racionales o ingeniosas […] Pero no todas las innovaciones son descubrimientos espontáneos o casuales. La mayoría de las innovaciones son provocadas por un problema determinado que la gente quiere resolver”.
2.      Si en algo es distinta la información genética de la información memética es en que para la primera el soporte es único, mientras que la segunda puede materializarse en soportes múltiples (cerebros, libros, cintas magnéticas, discos, patrones de conducta, edificios, etc.). Una de las cuestiones más discutidas sobre los memes, incluso lo que llevó a Dawkins (1982) a distinguir entre el meme como replicador (al modo del gen) y su producto (en paralelo con el fenotipo), ha ido progresivamente asimilándose a la oposición entre las informaciones instructivas y los resultados culturales construidos a partir de ellas (incluidos los productos materiales, los llamados “artefactos”). En el libro emblemático -La máquina de los memes- de Blackmore (2000, p. 104) se distingue entre copiar el producto y copiar las instrucciones, oponiendo así, en el interior de la Memética, instrucciones y productos.
3.      Utilizo la expresión “nivel de resolución” respecto de esos pares conjugados para referirme, como hago desde hace tiempo (Cf. Álvarez, 1988, capítulo 2) a dos escalas objetivas contiguas del campo de una teoría, entre las cuales discurren las explicaciones, como en la Química del siglo XIX el par conjugado átomos/moléculas. Los niveles de resolución están ontológicamente fundados, pero no son conocidos desde el principio, sino que son establecidos metodológicamente a lo largo de la historia de una ciencia. Aquí la oposición instrucciones/productos proporciona a la Memética la articulación apropiada para su campo de estudio.
4.      Tal vez la oposición entre la alta fidelidad de la copia genética y la baja fidelidad de la copia memética sea una simplificación excesiva. Ya la distinción entre instrucciones y productos establece, dentro de la propia Memética, la oposición entre una fidelidad más alta y una más baja. Tampoco oponer la copia genética, como digital, a la copia memética, como analógica, como hace implícitamente Dawkins, ayuda a aclarar la cuestión.
5.      La temporalidad lenta de la evolución biológica y la rápida de la cultura o la historia humana, simplemente nos recuerda, en orden inverso, a La liebre y la tortuga de Barash (1989).
6.      Fog (1999) y Hardy-Vallé  consideran lamarckiana la evolución cultural, porque en ella se heredan (transmiten) los caracteres adquiridos. Esto le parece a Blackmore (2000, p.105-106)  una caracterización inapropiada.

A nadie se le habrá escapado que en el comentario a los paralelos se han omitidos dos de ellos, precisamente los fundamentales, marcados con asterisco en el cuadro 3, desde el punto de vista la naturalización de la cultura. En primer lugar, la naturaleza material de las propias unidades debe ser establecida. En segundo lugar, el mecanismo de transmisión de dichas unidades, la imitación, debe ser caracterizada de forma precisa y relacionada con sus bases biológicas. Esto no es una casualidad, sino un indicio de la debilidad de esta propuesta de naturalización que, sin solventar estas cuestiones, no pasa de ser meramente analógica.
Como señala Wilkins (2005, p. 590) los “entusiastas de los memes no pueden ponerse de acuerdo sobre lo que es un meme“. Ya Dawkins había establecido la analogía entre el gen replicador como una secuencia lineal de nucleótidos en la molécula de ADN (o ARN en el caso de algunos virus), que contiene la información necesaria para la síntesis de una macromolécula con función celular específica, y los memes, replicadores análogos de los genes, que “deben ser estructuras cerebrales replicadoras, patrones reales de conexión neuronal que se reconstruyen a sí mismos en un cerebro tras otro(Dawkins, 1994, p. 394). Los genes en los cromosomas y los memes en el cerebro. La naturalización memética conduce, por tanto, a la neurobiología.
 El neuromeme de Aunger (2003) es la propuesta más decidida, aunque está llena de problemas (Cf. Wilkins, 2005) y es más programática que doctrinal. Sus propias palabras lo atestiguan:
Como otros replicadores, los memes son objetos físicos. De hecho, son objetos eléctricos (predisposiciones a descargar) ligados al tipo especial de células llamadas neuronas (pero no son las neuronas mismas). He aquí, pues, mi definición de neuromeme: Una configuración de un nodo de una red neuronal que es capaz de inducir la replicación de su estado en otros nodos […] la memética, (por el momento, por lo menos) es agnóstica acerca de la manera en que el cerebro codifica la información y por lo tanto tiene que permanecer callada acerca de temas de escala física. (Aunger, 2003, p. 222-223).
La Memética, agnóstica respecto de la ontología de sus unidades básicas, sigue siendo por ello analógica, y el meme eléctrico una entidad misteriosa, porque misteriosa es (o era en 2002) la naturaleza de los factores que determinan la propensión de un nodo a descargar, y que son la base de definición de la configuración en que consiste el neuromene.
Ahora bien, la forma de entender y fundamentar el proceso de imitación, como forma de transmisión de los memes, en el sentido más amplio posible es, junto a la caracterización de los propios memes, el otro elemento fundamental de la Memética. Tanto es así que es nuestra característica distintiva: “la imitación es, precisamente, lo que nos hace ser tan especiales” (Blackmore 2000, p. 31). Imitar es, en su sentido más amplio, copiar memes (instructivos o productos) de un soporte a otro (no sólo directamente de cerebro a cerebro) con una fidelidad diferente de la copia genética. Pero los cerebros son ineliminables, aunque los memes puedan incorporarse en otros soportes. Como señala Wilkins (2005) en su comentario a Aunger (2003, p. 596), “al menos debemos estar de acuerdo con Aunger haciendo notar que los memes tienen que pasar por las cabezas, si han de ser considerados memes porque al pasar por las cabezas, los memes juegan un papel en la cultura”.

Los cerebros son los anfitriones que hospedan y por los que pasan los memes transmitidos por imitación. Para Susan Blackmore, esos anfitriones cuyas condiciones han sido determinadas genéticamente por selección natural, se han transformado a su vez por las necesidades de la selección cultural. El planteamiento de Blackmore (2000) de las relaciones memes-cerebros riza un rizo a través de la coevolución memes-genes, siendo estos últimos los que quedan subordinados a los primeros, subordinación que conduce al crecimiento del cerebro, necesario para la selección memética. El capítulo 6 de Blackmore (2000), titulado “El gran cerebro” es el lugar donde se aventura una hipótesis que sirve de base a “una teoría completamente nueva”. La novedad de esa teoría consiste en sostener que el momento crucial de la evolución humana tuvo lugar cuando los humanos empezaron a imitarse unos a otros. A partir de ese proceso se produjo –esta es la tesis del impulso memético (memetic drive)- un aumento masivo del cerebro.Esta conjetura es de 1999 y si se rastrea el libro de Blackmore (2000), cuyo original es de esa fecha, no se encuentra ninguna referencia a lo que Ramachandran (2000) trató en una conferencia titulada “Las neuronas espejo y el aprendizaje de la imitación como la fuerza impulsora tras el ‘gran salto adelante’ en la evolución humana”, descubrimiento que califica como el más importante, aunque prácticamente desconocido en la fecha, para el conocimiento de la evolución del cerebro humano, comparando el papel de las neuronas espejo para la Psicología con el que ha desempeñado el ADN para la Biología.
En las dos últimas décadas del siglo XX, los estudios realizados con macacos por Giacomo Rizzolatti, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese en la universidad italiana de Parma, dieron como resultado el descubrimiento de que determinadas neuronas que se encuentran en la circunvolución frontal inferior (región F5) y en el lóbulo parietal inferior de dichos macacos, se activaban no sólo cuando el animal realizaba determinada acción –por ejemplo coger un objeto-, sino cuando veía a otro de su especie –o incluso al propio experimentador- realizar la misma acción. Limitándonos aquí al caso de la Memética, con el descubrimiento de las neuronas espejo parece haberse encontrado un referente neuronal para la imitación y, a través de ella, para una teoría de la evolución cultural.
Rizzolati y Craighero (2004) resumen el conocimiento derivado del descubrimiento de las neuronas espejo en dos hipótesis principales. La primera es que la actividad de estas neuronas media en la imitación; la segunda, es que sirven de base para la comprensión de la acción. Por otra parte, la palabra “imitación” designa cosas diferentes.
Por lo pronto, como señala Byrne (2005) es útil distinguir dos tipos de imitación, el reflejo social (social mirroring) y el aprendizaje mediante copia, cada una de ellas con funciones diferentes. El reflejo social parece ser una forma de empatía o identificación mutua. El reflejo social se basa en una correspondencia entre el comportamiento de otro con acciones semejantes de uno mismo, una identificación mutua que requiere sincronía, pero no creatividad. En cambio, el aprendizaje mediante copia exige la capacidad de descomponer el comportamiento observado y la capacidad de construir nuevas destrezas a partir de componentes más simples. Las neuronas espejo se limitan básicamente al reflejo social. Refiriéndose a los trabajos de Iacoboni y sus colegas (Cf. Iacoboni, 2005), Blackmore (2005)) intenta juzgar hasta dónde confirma sus previsiones la “arquitectura mínima” de la imitación y la empatía.
Me emocioné cuando me enteré del descubrimiento de Iacoboni de que cuando se proyecta el cerebro de un chimpancé en un cerebro humano las áreas de mayor expansión son aquellas utilizadas para la imitación […] “¡Sí!”, pensé, “esto es exactamente lo que predije sobre la base de la teoría memética”.
Pero tras el entusiasmo inicial, viene la reflexión posterior. La tesis del crecimiento del cerebro como efecto de la imitación y que las áreas de expansión del cerebro humano, respecto del de los chimpancés, sean las utilizadas para imitar, no es concluyente. La posibilidad de que estas referencias neuronales sean sólidas, es sólo un primer paso, pero aún queda mucho recorrido para que la Memética llegue a ser algo más que un proyecto de naturalización puramente analógico.
Una última consideración sobre la Memética y las neurociencias. En el mismo año -2005- en que Blackmore comenta estos descubrimientos, y en que se publica el comentario de Wilkins al libro de Aunger, es decir, coincidiendo con la aparición de indicios de una posible ontología neuronal de la imitación y los memes, la revista emblemática de la corriente- el Journal of Memetics- dejó de publicarse. ¿Fue una coincidencia casual o acaso es que el programa está agotado y se ha ido a la eliminación de la Memética tradicional en beneficio de un programa neurocientífico? No tengo respuesta para esto, pero estas palabras de Ramachandran (2006) pueden apuntar en la dirección de una nueva naturalización:
Observación
El tema de la naturalización de la cultura es suficientemente amplio como para incluir en él la naturalización de la filosofía y de las ciencias semióticas y humanas.
En lo que antecede se han podido indicar tres situaciones contempladas –que no necesariamente ejercidas- en la naturalización: las que he llamado analógica, sustitutiva y esquemática. En relación con ellas sería necesario desarrollar cuestiones que han quedado implícitas o simplemente marginadas. Pero aquí no concluye el tema: el futuro, y el mismo presente, que se nos escapa cronológica y temáticamente, son terreno ya abonado para continuar en las líneas existentes o abrir otras nuevas.

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