LA
FILOSOFIA Y LAS TERCERAS CULTURAS
La mejor manera de enjuiciar la idea de la “tercera cultura” es
preguntarse si alguna vez ha habido más de una cultura. Esta es la cuestión
central ¿Es el saber divisible o no tiene costura? Desde mediados del siglo XVI
hasta mediados del presente la respuesta era obvia: cultura es cultura […]
Entonces salió C.P. Snow con un lema que era como una traca y que describía una
división que puede o no haber existido […] La cuestión ahora, igual que en los
días de Snow, es si existe una cultura a la que pueda acceder cualquier persona
instruida. La respuesta es que si no la hay, ciertamente debería haberla. Si
uno no puede hablar en términos generales sobre temas científicos igual que
sobre temas no científicos, entonces no puede considerarse una persona
civilizada (Steve Jones) La
tercera cultura.
Creo que para el lector general y para los mismos científicos, el
contenido específico de una idea en física es mucho menos importante que el
proceso que le dio nacimiento. Considero también que las implicaciones
filosóficas de una idea presentan un interés general mayor que sus aplicaciones
a fenómenos específicos (Robert March, Física para poetas)
Nuestras
esperanzas van […] en otra dirección, a saber: la aparición de una cultura
intelectual racionalista pero no dogmática, con mentalidad científica pero no
cientificista, amplia de miras pero no frívola, políticamente progresista pero
no sectaria. Pero esto, por supuesto, es sólo una esperanza y, quizá, sólo un
sueño (Alan Sokal y Jean Bricmont, Imposturas intelectuales)
El humanista de este fin de siglo no tiene por qué ser un
científico en sentido estricto (ni seguramente puede serlo), pero tampoco tiene
por qué ser necesariamente la contrafigura del científico natural o el representante
finisecular del espíritu del profeta Jeremías, siempre quejoso ante las
potenciales implicaciones negativas de tal o cual descubrimiento científico. Si
se limita a ser esa contrafigura, el literato, el filósofo (el humanista, en
suma) tiene todas las de perder. Puede, desde luego, optar por callarse ante
los descubrimientos científicos contemporáneos y abstenerse de intervenir en
las polémicas públicas sobre las implicaciones de estos descubrimientos. Sólo
que entonces dejará de ser un contemporáneo. Con lo cual se desembocaría en una
paradoja cada vez más frecuente: la del filósofo posmoderno contemporáneo de la
premodernidad (europea u oriental). (Francisco Fernández Buey, Filosofía
pública y tercera cultura)
1. Introducción
Una vez que la Filosofía –en
concreto su Historia- ha recobrado su condición de materia común en el
Bachillerato, las consideraciones que siguen intentan contribuir a afianzar su
función educativa en los contextos científico-técnico y socio-cultural. El tema
de esta conferencia no es nuevo. Tiene, por cierto, una larga historia, tan
larga como se quiera estirar en medida semejante a la erudición o a la
pedantería que cada cual posea. Su título, sin embargo, connota los de algunas
publicaciones de la segunda mitad del siglo pasado, principalmente dos libros
bien conocidos, uno por las repetidas citas- Las dos culturas, de C. P.
Snow-; el otro, por su cercanía a nosotros en el tiempo
– La tercera cultura, una antología del agente literario
John Brockman.
Pero estas referencias
pertenecen más bien al ámbito del quid nominis que al del quid rei.
Porque este último, como espacio de debate, ha estado abierto –al menos de modo
explícitodesde las consideraciones sofísticas acerca de la oposición entre naturaleza
y convención (fusiV y nomoV), hasta las recientes “guerras de la ciencia” agudizadas, especialmente,
por el incidente entre Sokal y los postmodernos dedicados a los estudios (socio)culturales
de la ciencia
También debe quedar claro
que la perspectiva que aquí se adopta tiene sus peculiaridades: en particular,
es tributaria de una manera de entender la filosofía que procede del modo en
que la filosofía de la ciencia de este último cambio de siglo nos ha obligado a
tratar con circunstancias que no han existido de una manera tan acusada en buena
parte de la segunda mitad del siglo XX –incluso, según algunos, con “otro mundo”
diferente en el que a la ciencia y la tecnología ha venido a añadirse, con tendencia
a predominar, una tercera forma actividad que contiene elementos de ambas, pero
con identidad propia y diferenciada: la llamada tecnociencia
Para establecer la noción de
una “tercera cultura”, deberá en principio utilizarse algún concepto de cultura
y delimitar dos tipos respecto de los cuales cobre forma el tercero. Existen
dos tradiciones sobresalientes al respecto.
La primera, más conocida y comentada, pertenece al ámbito de los
países de lengua inglesa, donde como es habitual, los dos primeros tipos suelen
identificarse con las ciencias de la naturaleza y las Letras o Humanidades,
incluso redenominadas ciencias humanas. Tres ejemplos de los últimos dos
siglos pueden servir de aclaración a esta oposición habitual: la polémica de
Thomas H. Huxley con Matthew Arnold, las tesis de Snow (con polémica incluida
de Leavis) y las más recientes mencionadas guerras de las ciencias con el affaire
Sokal como acontecimiento desencadenante.
La segunda, menos conocida
o, al menos, comentada, parte también de las dos culturas anteriores y propone
frente a ellas, como tercera cultura, la que se desarrolla en el marco de las
ciencias económicas y sociales. Un libro importante en esta dirección es Lepenies
(1994, edición original alemana de 1985), que reivindica para la Sociología la función
de tercera cultura, y que sed basa en el estudio histórico de la vida cultural
en Francia, Inglaterra y Alemania. Con motivo de las reformas planteadas en la
enseñanza secundaria francesa en los últimos años del siglo pasado, la
expresión “tercera cultura” se convirtió en el reclamo de los defensores de la
vía o rama (filière) de las ciencias económicas y sociales, frente a las
formaciones humanísticas y científico-técnica. Este planteamiento difiere del
clásico dicotómico en que la “tercera cultura” no es ni una síntesis ni una
reducción reflexiva de las culturas opuestas, sino que en realidad introduce
una tercera como las demás, pero deja pendiente el problema principal, a saber,
la posibilidad de comunicación significativa ahora no entre dos, sino entre
tres posibles interlocutores.
Pero la filosofía puede ser
también una “tercera cultura” en un sentido más general, aunque analizable en
cada caso concreto, frente a distintas dicotomías que se reparten el mundo
cultural o junto a las cuales compone un contexto de análisis para los elementos
enfrentados (por ejemplo, la filosofía junto a la ciencia y la técnica en los complejos
racionales como marcos de estudio de la historia de la ciencia, y frente a las ciencias
y las Letras como se desarrollará más adelante). Procederé a tratar estos extremos
en un orden semejante.
2.
La polémica de las culturas: la tercera cultura y la segunda incultura
2.1
La tercera cultura como nueva filosofía (natural)
La polémica de las “dos
culturas”, las ciencias naturales y las Letras o las Humanidades, tuvo un
episodio decimonónico en el enfrentamiento entre T. H. Huxley y Matthew Arnold,
pero es conocido para nosotros –sobre todo para los de mediana o mayor edad-
por el breve libro de Snow (1977), donde se presenta la oposición mencionada en
términos de una incomunicación superable con el advenimiento de una tercera
cultura resultante de un diálogo entre las partes opuestas5. Lo
cierto es que esa superación, aparte de casos individuales que como excepciones
confirmaban la regla, no se produjo. Cuando en 1995, Brockman (1996) volvió
sobre el tema, empezó por reconocer que el deseo de Snow no se había cumplido y
culpó de ello a las gentes de Letras:
Aunque he adoptado el tema
de Snow, éste no describe la tercera cultura que él predijo. Los intelectuales
de letras siguen sin comunicarse con los científicos.
Son estos últimos quienes están comunicándose directamente con el
gran público (Brockman, 1996)
La tercera cultura que se
expresa en los autores de la antología de Brockman no es la superación de la
dicotomía, es la presentación ante el gran público de los avances de las
ciencias (las naturales o en vías de naturalización) realizada por algunos científicos
con relación a cuestiones de importancia fundamental y general, tales como el
origen y naturaleza del universo, la vida, la mente, etc. Podría decirse que,
suprimida la idea de Dios del conocido trío de ideas kantianas, la tercera
cultura, como “una nueva filosofía natural, fundada en la comprensión de la
importancia de la complejidad, de la evolución” (Ibid.), rinde cuenta
positiva de las dos restantes:
Los sistemas de gran
complejidad –sean organismos, cerebros, la biosfera o el universo mismo- no han
sido resultado de ningún proyecto, sino de la evolución.
Hay un nuevo conjunto de
metáforas para describirnos a nosotros mismos, nuestras mentes, el universo
y todas las cosas que sabemos de él, y son los intelectuales que han concebido
estas nuevas ideas e imágenes –científicos que hacen cosas y escriben sus
propios libros –los que dirigen el curso de los tiempos. (Ibid., cursivas
añadidas)
Brockman reconoce que la
selección de los científicos que hacen con “nuevas metáforas” una nueva
filosofía6 (natural) dista mucho de ser exhaustiva: faltan en ella sociólogos,
etólogos, antropólogos, periodistas científicos, etc. Pero lo más curioso es la
presencia de un solo filósofo de profesión –Daniel Dennett- en esta antología
de la nueva filosofía de la naturaleza. ¿Cuál es la peculiaridad de Dennett que
justifica su presencia excepcional entre los científicos que difunden la nueva
filosofía? Su naturalismo no basta para justificarla, pues existe multitud de
filósofos naturalistas y algunos científicos –por ejemplo, Gould, quien mantuvo
con Dennett polémicas tan encendidas como con otros científicos seleccionados
(como Dawkins) o Goodwin con su defensa de una teoría estructuralista en
Biología- han escrito líneas tan filosóficas o más (esto es precisamente lo que
está en cuestión ahora) que el propio Dennett. Por no caer en la trivialidad de
que Dennett aparezca por motivos comerciales7, me
acojo a las propias palabras de Brockman: los autores reunidos son “los
intelectuales de la tercera cultura” (1996).
Conviene, pues, resumir las características de estos
intelectuales:
1. Exponen una nueva filosofía de la naturaleza que aspira a poner
de manifiesto el sentido de nuestra vida.
2. Expresan con nuevas metáforas esa filosofía.
3. Como intelectuales son comunicadores, “son los nuevos
intelectuales públicos”
(Cf., Brockman 1996).
Salvo excepciones, los
nuevos filósofos no son profesionales de la filosofía académica, son
científicos que se comunican con el público mediante nuevas metáforas que dan
sentido a la vida conforme a los conocimientos científicos más recientes. Las dos
culturas tradicionales - las ciencias naturales para científicos y las
Humanidades para la gente de Letras- son, por decirlo así, de consumo interno,
intrascendentes en una sociedad de la comunicación en que se impone dirigirse
al público suficientemente instruido. Los viejos filósofos, al parecer –en
tanto que pensadores no empíricos- deben haberse quedado entre aquellos cuya
cultura (se entiende que la segunda) “rechaza la ciencia, carece muchas veces
de base empírica. Emplea una jerga propia y lava sus trapos sucios en casa. Se
caracteriza principalmente por comentarios de comentarios, en una espiral que
se agranda hasta que se pierde de vista el mundo real”.
La inversión se ha
consumado, la filosofía tradicional ha quedado recluida en la segunda cultura,
no es la tercera cultura frente a las ciencias y las letras. Ahora la tercera
cultura es la nueva filosofía (natural), una filosofía, por otra parte, en
la que apenas hay filósofos (si la muestra antológica de Brockman es
significativa).
2.2 Y entonces llegó Sokal… transgrediendo fronteras
Un año después de la
publicación de la antología de Brockman, Alan Sokal, profesor de Física de la
Universidad de Nueva York, consiguió publicar en Social Text, conocida
revista de estudios culturales –es decir, de la forma más acusada de los
análisis hermenéuticos finiseculares de las diversas formas de cultura (la
segunda cultura aggiornata a la postmoderna), entre ellas las ciencias
(la primera cultura)- un curioso artículo titulado “Transgredir las fronteras: hacia
una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”. Si la identificación
de la tercera cultura con la nueva filosofía es de carácter sólo indirectamente
descalificadora, el artículo de Sokal es una burla o engaño (hoax) en
que se ridiculiza, con los propios textos literales, el análisis postmoderno de
la ciencia realizado por los autores más destacados de dicha corriente. Una
acumulación de disparates bien ornamentados con el discurso postmoderno al uso
constituyen el contenido de la famosa parodia 8. La
admisión del artículo en una prestigiosa revista a la que se le suponía un
control riguroso de los trabajos que publica, indujo a pensar en que eran
profundamente incultos en materia de ciencias naturales y
suficientemente presuntuosos como para publicarlo, porque parecía concordar con
sus puntos de vista.
Los debates desencadenados
por la provocación de Sokal han sido numerosos y variados. La posterior
publicación, junto con Bricmont, de Imposturas intelectuales
(Sokal y Bricmont, 1999), abundó en extenso en los dislates de los
postmodernos en cuestiones de cultura científica. Aquí se atenderá lo que es
estrictamente necesario para los fines de este apartado: ¿cuál fue la
pretensión, qué consiguió probar y qué repercusión para el debate de las culturas
tuvo el affaire Sokal?
En un comentario posterior
(Sokal 1996), el supuesto transgresor de fronteras aclara sus intenciones con
la parodia:
Uno de mis objetivos con
este texto es hacer una modesta contribución al diálogo, dentro de la
izquierda, entre humanistas y científicos de la naturaleza, “dos culturas”
que, a despecho de algunas declaraciones optimistas (casi siempre de miembros
del primer grupo) se encuentran hoy probablemente más separadas en cuanto a
mentalidad que en cualquier otro momento de los últimos cincuenta años.
Pero mi preocupación no es
defender la ciencia de las hordas bárbaras de la Critlit [crítica literaria ] Mi
preocupación es expresamente política, a saber: combatir la actual moda del
discurso postmoderno/postrestructuralista/ socialconstructivista (y, más en
general, una tendencia al subjetivismo) que es en mi opinión contraria a los
valores de la izquierda y una hipoteca para el futuro de ésta.
Las ciencias de la
naturaleza tienen poco que temer, al menos a corto plazo de las sandeces
postmodernas; son sobre todo la historia y las ciencias sociales así como la política de las izquierdas-,
[las] que salen perdiendo cuando los juegos de palabras sustituyen el análisis
riguroso de las realidades sociales. Decir
que “la realidad física es una construcción lingüística y social” es simplemente
una idiotez, pero decir que la realidad social es lingüística y social” es
prácticamente una tautología (cursivas añadidas).
Para algunos los textos
citados pueden ser “políticamente incorrectos” y, desde luego, puede que lo
sean en dos sentidos. En el más banal no importa, porque no es necesario ser
políticamente correcto si ello comporta negar las verdades del porquero de Agamenón.
En otro sentido, más importante, la cuestión es más discutible, puesto que admite
dos interpretaciones. La primera, que la objetividad sea patrimonio exclusivo
de la izquierda, creo que rebasa las intenciones (comunicativas, en este caso)
de Sokal. La
segunda, que me parece la buscada, es contrarrestar la idea de que
el relativismo post-lo que sea y el constructivismo social no han de ser
entendidos como un avance, sino como un retroceso. Para quien se considera “un
viejo izquierdista impenitente que nunca ha entendido cómo se supone que la
deconstrucción va a ayudar a la clase obrera y un viejo científico pesado que cree,
ingenuamente, que existe un mundo externo, que existen verdades objetivas sobre
el mundo” (Sokal, 1996), la unión izquierda-relativismo plantea un conflicto de
valores, que hoy mejor que nunca consideramos un tema fundamental de la
filosofía de la ciencia 10. La objetividad sigue siendo el problemático valor nuclear de la
ciencia (recuérdese Monod 1970) y no cabe atribuírselo a una supuesta izquierda
científica –eso sería otra forma de relativismo frente a una derecha
relativista o subjetivista. Más bien creo que Sokal puede ser entendido si se
considera que la objetividad constituye el núcleo que aglutina los valores del
desarrollo técnico y las exigencias ecológicas en mundo caracterizado por la
sostenibilidad11. Las siguientes
afirmaciones parecen justificar esta interpretación: muchas de las cuestiones
políticas centrales de las décadas venideras (desde la sanidad y el
recalentamiento del planeta hasta el desarrollo del Tercer Mundo) dependen en
parte de ciertas sutiles (y acaloradamente discutidas) preguntas sobre hechos
científicos. Pero no dependen sólo de hechos científicos: también dependen de
los valores morales y de puros intereses económicos. Ninguna izquierda puede
ser eficaz si no se toma en serio las cuestiones relativas a hechos científicos
y a los valores éticos y a intereses económicos. Lo que está en
juego es demasiado importante como para dejarlo en manos de los capitalistas o
los científicos (o los posmodernos)
Lo que antecede responde a
qué intentó hacer Sokal. Pero también hay que preguntarse qué consiguió probar.
Su provocación no quedó sin respuestas y, frente a las Imposturas
intelectuales (Sokal y Bricmont 1999), se publicó, con contribuciones de científicos,
Imposturas científicas (Jurdant 2003), que trata de los “malentendidos
del caso Sokal”.
No voy a considerar aquí
está cuestión, pues, con todos los malentendidos que puedan señalarse, queda
bien señalado lo que no entendieron los pensadores (llamésmosles así) objeto
ilustrativo de la burla de Sokal, a saber, las ciencias sobre las que
produjeron interpretaciones inverosímiles. Sokal probó (y posteriormente junto
con Bricmont sobre autores con nombre y apellidos), con citas literales, que,
como dice el refrán, el papel aguanta todo lo que le pongan, con tal de que se
den al mismo tiempo convicciones e ignorancia en los responsables de las publicaciones.
No probó que sobre la ciencia sólo puedan hablar los científicos, ni mucho
menos que los científicos puedan hablar con sensatez (es decir, con filosofía12) de
lo que no entienden –lo que Ortega llamaba “el terrorismo de los laboratorios”.
Finalmente, la repercusión
del caso Sokal y sus secuelas para el debate sobre las culturas es la
renovación de la repetida queja de los científicos de que se consideran cultos
los humanistas (o intelectuales, término más vago aún) que no entienden nada de
ciencia o, peor aún –en contrapartida con el terrorismo de los laboratorios,
practicando el terrorismo de los escritorios- malentendiendo
pedantemente conceptos científicos se valen de sus interpretaciones confusas
para reclamar para ellos la deslegitimación de la objetividad de la ciencia
como una pretensión insostenible13. El caso Sokal no acarrea que
los científicos pasen juicio sensato sobre la otra cultura que, en cambio,
estaría incapacitada para juzgar en materia científica. Simplemente advierte
que determinados excesos verbalistas e insensatos en el análisis superficial de
las realidades científicas no son parte de la segunda cultura, sino de una
incultura infatuada e inconsciente de sus propias limitaciones. En ningún caso
es una exclusión de la consideración de las realidades científicas por parte de
los estudiosos culturales de la ciencia. Antes incluso de su formulación más
extremada por parte de los defensores de los estudios culturales, es una
llamada a la sensatez de sus planteamientos.
En el mismo año publicó
Rouse (1996) un libro donde formula la crítica más radical a la filosofía de la
ciencia existente, desde una filosofía alternativa de la ciencia que adopta la
perspectiva marcada por los estudios culturales. No sólo es una crítica a la forma
de estudio o análisis, sino a la pretensión de que el objeto de estudio existe
tal como lo considera la filosofía de la ciencia criticada.
Los estudios culturales de la ciencia rechazan la existencia de
una esencia de la ciencia o de un solo objetivo al que tenga que aspirar todo
el trabajo genuinamente científico. En la sucinta formulación de Richard Rorty,
“la ciencia natural no es un género natural”. Las prácticas de la investigación
científica, sus productos y sus normas varían históricamente. Si se argumenta
que la investigación científica como tal es superior a otras prácticas epistémicas,
o que “no es mejor que” otras, o que es de algún modo menos adecuada, el
supuesto equivocado es una vez más que el conocimiento científico pertenece a
un único género seme jante o distinto en género de alguna manera interesante de
otros géneros” (Rouse 1996).
Las palabras de Rouse oponen la unidad de la ciencia (género
natural) a la dispersión de las prácticas (transversalidad contingente). Esto,
sin embargo, no forma parte del enfrentamiento característico del caso Sokal.
La cuestión de la impertinencia de la diferencia de género afectaría “a
cualquier intento de distinguir la ciencia natural de la ciencia social o
humana” (Rouse 1996).
Las dos culturas
correspondientes no tendrían, en todo caso, diferencia de género. Claro está
que esto está dicho desde la filosofía, que no es ciencia natural ni ciencia
social o humana. Esto sitúa a la filosofía en una tercera posición respecto de
unas ciencias que no son ya genéricamente unitarias.
Pero, ¿hace esto de la filosofía una tercera cultura? Sin otras
matizaciones, no. La tercera cultura de Brockman es una reflexión
(¿filosófica?) desde las ciencias naturales que puede llegar a ser una
ordenación proyectada del mundo de los conocimientos al estilo de Wilson
(1999). El caso Sokal reedita la oposición de Snow requiriendo que quien hable
de ciencia sepa lo que dice, pero como tal reedición sigue sin llegar a
establecer las condiciones de una tercera cultura. El planteamiento de Rouse señala
una vía, pero en las obras citadas todavía no la recorre. Desconozco su
esfuerzo en Rouse (2002) y por ello no puedo pronunciarme sobre él.
2.3 Cultura y formación profesional
Aún dentro de estos
planteamientos dicotómicos, es posible formular el problema de las dos culturas
de forma diferente, tanto en lo referente al concepto de cultura en su sentido
subjetivo como en el sentido objetivo 15. En
su sentido subjetivo, en cuanto afecta a la formación de los individuos
(científicos o literatos, por ejemplo), la discusión acerca de las “dos
culturas” admite una formulación en la que ambos sentidos juegan un papel
diferente. Para un científico –digamos, un bioquímico- su conocimiento de la
bioquímica y ciencias afines es cultura en el sentido de la formación
especializada o, si se quiere, profesional, pero no lo es en el sentido que
atribuimos a la palabra “culto” cuando hablamos de que, aparte de su formación,
el bioquímico del ejemplo sea una persona cultivada en el otro ámbito cultural
dado en la cultura objetiva, es decir, objetivada en su contexto histórico. Lo
mismo puede decirse, inversamente, del humanista –por ejemplo, un helenista-
cuyo conocimiento de la lengua y la cultura griegas es formación profesional,
como la bioquímica en el ejemplo anterior. Si el bioquímico y el helenista no
dominan el contenido y las actividades que le son exigibles, no son incultos
propiamente dichos, sino incompetentes.
En esta consideración la
cultura no cae del lado de los humanistas frente a los científicos: la
formación de cada uno es competencia profesional (o, si se quiere, cultura en
sentido subjetivo, formación). Podría llamarse culto, en cambio, a quien
tiene formación adicional fuera de su formación profesional, a quien sin ser un
experto posee conocimientos y capacidad de apreciación en la otra cultura.
Tan culto (o inculto) es el científico que sabe (o ignora) de humanidades, como
el humanista que sabe (o ignora) de ciencias. La cultura aparece así como un plus
a mayores de la formación profesional (concepto que no tiene aquí ninguna
connotación negativa frente a los estudios universitarios, pues éstos son
también formación profesional), no como la formación en conocimientos y
actividades definidas previamente como características de la gente culta. Desde
el punto de vista de los sujetos, son cultos aquellos que no sólo son profesionalmente
competentes –esto es exigible de ellos-, sino que han accedido a conocimientos
y actividades sin los cuales pueden seguir siendo profesionalmente competentes.
La formación es una exigencia –tiene un valor de tipo eliminatorio-, la cultura
es un desideratum –tiene un valor de tipo liberatorio
La llamada “cultura” es un
complemento formativo de una cultura subjetiva primaria en el ámbito de la
cultura objetiva. Este planteamiento, sin embargo, no señala una tercera
cultura propiamente dicha, sino una tercera situación de los sujetos cuando éstos
superan los límites estrictos de su formación profesional.
No tres culturas, sino tres
estados culturales. La segunda cultura, cuando se da en el sujeto produce
en él el estado de cultura; cuando no se da, el sujeto está formado, es profesionalmente
competente, pero no alcanza propiamente el estado de cultura.
En el campo de la educación superior, la Universidad de Chicago,
durante el gobierno de Robert Hutchins17,
buscó una formación que consiguiera el estado de cultura como el resultado de
una educación en que se completara la formación profesional con el plus cultural
correspondiente. Se creó un grado de cuatro años – en el que podían ingresar
alumnos de los dos últimos cursos de Bachillerato (High School)- cuyo plan de
estudios se resume en la tabla siguiente:
Plan de Estudios del BA de Hutchins (Universidad de Chicago, 1950)
Primer cursor Segundo curso Tercer curso Cuarto curso
Ciencias sociales 1 Ciencias sociales 2 Ciencias sociales 3
Historia
Humanidades 1 Humanidades 2 Humanidades 3 Lengua extranjera
Matemáticas 1 Ciencias biológicas 1 Ciencias biológicas 2
Matemáticas 2
Inglés Ciencias físicas 1 Ciencias físicas 2 Observación,
interpretación e
integración (filosofía)
Los contenidos de estas asignaturas
se articulaban en torno a lecturas de los clásicos. Uno de los alumnos de este
programa fue el científico y gran divulgador –en los términos de Brockman, un
representante aventajado de la tercera cultura- Carl Sagan. Este tipo de
estudios puede haber favorecido su condición de “culto”. Así se expresa un
fragmento de una de sus biografías: Sagan fue uno de los últimos beneficiarios
de este controvertido programa de educación orientada a los clásicos. El
programa fue en sus buenos tiempos una fiesta intelectual y transformó la vida
de muchos estudiantes. No podían cursar y elegir asignaturas a su gusto, como
ocurre en los entremeses de los actuales catálogos académicos. Por el
contrario, tenían que estudiar un plan de catorce partes construido en torno a
las obras clásicas. La enseñanza era implícitamente histórica. Si se iba a
estudiar, digamos, física newtoniana, entonces se comenzaba leyendo los
escritos originales de Newton. Se presentaba la ciencia no como una disciplina
separada -como un camino regio hacia la verdad, independiente de otras
disciplinas- sino como parte de una cultura más amplia; en palabras de Sagan,
“como parte integral del maravilloso tapiz del conocimiento humano. Era
impensable que un aspirante a físico [de Chicago] no conociera a Platón,
Aristóteles, Bach, Shakespeare, Gibbon, Malinowski y Freud – entre muchos
otros”.
Este programa se mantuvo
mientras Hutchins fue presidente de la Universidad. A su partida, en 1952, se
volvió a los planes de estudio tradicionales –más especializados y
profesionales. Esta experiencia dejó residuos en la tradición académica norteamericana–
los cursos de Humanidades impartidos incluso en las carreras técnicas, pero con
el tiempo han ido desapareciendo en beneficio de la tradición profesional.
Antes de examinar en qué forma y medida la filosofía puede ejercer
de tercera cultura frente a dicotomías dadas, debo brevemente atender a la
pretensión de que las dos culturas sean tres, siendo la tercera una clase de
ciencias determinada: las ciencias económicas y sociales.
3. Tres clases de ciencias para tres culturas
No deja de ser curioso que
en el plan de estudios del College de Hutchins las agrupaciones asignaturas se
acerquen más –aunque sin alcanzarla- a una tripartición de las disciplinas en
ciencias naturales (físicas y biológicas), ciencias sociales y Humanidades. La
filosofía, sin embargo, no queda subsumida en la Humanidades, sino singularizada
como una actividad de observación, interpretación e integración. El tema de las
culturas –tradicionalmente dos- se ha planteado de forma más amplia con
relación a las trayectorias o vías de estudio. Pensemos, por ejemplo, en las
vías que actualmente existen en nuestras pruebas de acceso a la Universidad
relacionadas con los distintos estudios de Bachillerato. Por indicar brevemente
un ejemplo, en la línea de reclamación de una tercera cultura para las ciencias
sociales (o económicas y sociales, según la denominación de una rama (filière)
en la educación secundaria francesa), la tesis sostenida y argumentada
históricamente por Lepenies (1994), defiende que las ciencias sociales son una
“tercera cultura” junto y contra las ciencias naturales y los estudios literarios
(o filosóficos). En la “advertencia preliminar” del libro citado (Lepenies,
1994) se escribe:
Desde la controversia entre
C.P. Snow y F.R. Leavis, la contraposición entre las ciencias naturales y las
filosóficas (sic) se ha vuelto lugar común de las dos culturas. Soy de
la opinión de que es posible designar a las ciencias sociales como una tercera
cultura en la cual se oponen desde su nacimiento orientaciones científicas y
literarias.
Aquí reaparece la filosofía
con y en las Humanidades consideradas como estudios literarios. Pero la
cuestión básica sigue siendo la misma respecto de la filosofía, a saber, que su
situación está localizada en una de las tres culturas. No tendría esto nada de
extraño, por otra parte, puesto que si la partición en tres de la cultura en
sentido objetivo es exhaustiva18, la filosofía en tanto que
forma cultural ha de ser elemento de uno de los conjuntos resultantes y, en
concreto, por tradición del de las Humanidades.
No obstante, la tesis que aquí se defiende es que la filosofía
puede desempeñar un papel o cumplir una función especial respecto de las formas
culturales cuando unas se enfrentan a otras como excluyentes.
4. La terceridad plural de la filosofía
4.1 La filosofía con y entre las ciencias y Letras
La cuestión que ahora se plantea es si la filosofía es una tercera
cultura respecto de las dos culturas tradicionales las ciencias (naturales) y
la Letras o Humanidades, porque juega un papel análogo al que, en el ejemplo
que desarrollaré más adelante, juega respecto de la ciencia y la técnica. Si
efectivamente así fuera tendrían que cumplirse ciertas condiciones, que
presento a continuación.
1. La filosofía forma parte del mismo contexto en que se dan las
ciencias y las
Letras.
2. Una de las dos culturas se toma como referencia principal y la
otra, junto a la filosofía, completa el contexto en el que la filosofía expresa
el sentido reflexivo de la cultura de referencia en su relación con la otra. Lo
mismo vale cuando se toma como referencia la otra cultura.
La filosofía actual de la
ciencia da buena muestra de ello en algunas líneas recientes que han vuelto a
plantear la cuestión de la relación entre la ciencia y los valores. Una muestra
reciente es Echeverría (2002) donde, en consonancia con trabajos anteriores, se
explora esta relación más allá de los valores meramente epistémicos que en su día
trató Laudan (1984) en un libro de título semejante. Los valores han sido
asunto tradicionalmente relacionado con la filosofía, las Humanidades y las
ciencias sociales.
Tanto fue así que la
distinción entre las ciencias naturales y las culturales en el libro clásico de
Rickert (1937) se fundaba precisamente en que las segundas se ocupan de acciones
humanas que se desarrollan con vistas a la realización de valores. El desplazamiento
de la filosofía de la ciencia hacia las acciones o actividades más que a los
conocimientos ha conducido a la integración de los valores no epistémicos en su
análisis y, por ello mismo, es necesario integrar en ellos el conocimiento de
la segunda cultura como complemento sin el cual la filosofía de la ciencia
sería estéril.
Pero también, la recíproca es necesaria, a saber, en los análisis
filosóficos de la cultura humanista el complemento necesario es la cultura
científica en la cual han de introducirse como esenciales los valores
epistémicos –no vale sólo el dicho “se non e vero, e ben trovatto”.
También es importante para entender algunas direcciones de la creación su
relación positiva o negativa con valores epistémicos. Por poner un ejemplo popular,
Isaac Asimov sostuvo que la buena ciencia ficción había de ser verosímil, entendiendo
la verosimilitud como la compatibilidad con el conocimiento científico y la factibilidad
técnica. Si no recuerdo mal, ponía como mal ejemplo el relato Viaje alucinante,
que consideraba incompatible con la ciencia y la técnica por la imposibilidad
de la reducción del tamaño molecular implícito en la reducción de escala de los
viajeros en el interior del cuerpo del paciente. No hay por qué estar de
acuerdo con Asimov en esta tesis de la verosimilitud, pero el que la haya
planteado es ya algo significativo.
Con relación al Frakenstein
de Mary Shelley se puede leer en un conocido manual: Mary Shelley leyó y se
apoyó en los descubrimientos y teorías más recientes de la ciencia para crear
su relato. Sustituyó el tema mitológico del “fuego celestial” con los últimos
experimentos sobre la electricidad. Benjamín Franklin, cuyo nombre había sido
sugerido para el “Frank” de Frankenstein, puede haber sido el
Prometeo moderno de quien tomó [Mary] Shelley la inspiración. Los
conceptos de electricidad y calor fueron tratados teóricamente por Humphrey
Davy, cuyos experimentos realzaron lo eléctrico y lo químico en el proceso
conocido como galvanización del que se decía que era la clave para la animación
de la vida. La chispa de la vida era de naturaleza cuasieléctrica”
Unos meses después de la
publicación se intentó la galvanización de un reo ejecutado en Escocia. Es
claro que aquí se entrelazan temas literarios, científicos y filosóficos,
donde valores estéticos, éticos y epistémicos son apreciados filosóficamente desde
el punto de vista del sentido que caracteriza al análisis filosófico. En este
caso, para adquirir cultura, y no sólo formación profesional, es necesario
recurrir al conocimiento de la ciencia de la época y de las teorías filosóficas
de entonces acerca de la naturaleza de la vida. El problema docente reside en
dónde – en qué lugar académicose ha de llevar a cabo esta coordinación –lo que
en el plan de estudios de Hutchins se llamaba “Observación, interpretación e
integración- y se plantea en el marco indicado al comienzo, en el que la
Filosofía, como materia común en los estudios de Bachillerato, forma parte del
mismo contexto educativo que las ciencias y las Letras, pero igualmente podría
plantearse en el extremo final, como forma de postgrado e, incluso, de
doctorado.
En cuanto tercera posición
“cultural” en la cultura objetiva reflejada en planes de estudio alternativos
que reflejan en diferente medida las llamadas dos culturas, la filosofía ha de
encontrar su lugar y función apropiadas.
Pero ese tercer lugar que aquí se sugiere frente a la dicotomía
ciencias/Letras, puede también aparecer con ocasión de otras dicotomías
tradicionales; por ejemplo, la secular de reflexión sobre el origen de la vida,
sobre la problemática del conocimiento (entendido también como
autoconocimiento) y sobre la implicaciones morales, sociales e individuales del
mismo no es constante con las ideas tradicionales de la individualidad y de la
diversidad humanas».
Harold E. Varmus opone
ciencia y tecnología. En la sección siguiente se muestra con un ejemplo de cómo
la filosofía juega ese papel en los contextos que llamaré complejos
racionales, en los cuales tiene lugar la labor interpretativa de la
Historia de la ciencia.
4.2 La filosofía en los complejos racionales como contextos
próximos de la historia
de las ciencias
Apunto esquemáticamente a
que algo propio de la llamada civilización occidental es la coexistencia
solidaria de tres formas de actividad racional, interrelacionadas entre sí, la
técnica, la ciencia y la filosofía, cuyo conjunto ha llegado a constituir un complejo
(en el sentido de compuesto) que ha jugado el papel de núcleo aglutinante
de la constitución de la historia universal21.
Introduzco esta idea sin más justificaciones, si se quiere
"dogmáticamente" al efecto del tema que nos ocupa.
Quiero, de pasada, sentar dos puntos más al respecto. El primero
es que debe desecharse, por históricamente insostenible, que la historia de esa
solidaridad se haya iniciado con una racionalidad filosófica que progresiva mente
fue perdiendo terreno en beneficio de las ciencias positivas que, a su vez,
sirvieron de base a las técnicas que de ellas se derivan. Este "mito de
los orígenes" falsea ya de entrada el propio comienzo griego, donde al
primer "héroe" de la razón -Tales- se le atribuye la creación de la geometría
(apoyándose en el conocimiento de técnicas de agrimensura) al par que la filosofía.
De haber algún orden inicial, éste sería más bien la secuencia técnica ® ciencia ® filosofía.
Entrados en la historia, la
interrelación inicial se complica, si se tiene en cuenta, además, que técnica (o
tecnología), ciencia y, tal vez, filosofía se dicen en plural. En el complejo
mencionado (que va ría históricamente según la índole de sus componentes y la
naturaleza cambiante de las relaciones entre ellos), la filosofía (cfr. Bueno
1972, Lafuente 1986) es una reflexión que regresa en su discurso desde las ciencias
y las técnicas, mientras éstas progresan en el conocimiento y en la producción.
En vez de ir desvaneciéndose con el crecimiento científico y tecnológico, la
filosofía va cambiando a formas cada vez más exigentes, precisamente porque sus
reflexiones parten de ciencias y tecnologías más elaboradas23. La
reflexión filosófica sobre las ciencias tiene el punto de partida asignado, no
puede inventárselo. Desde esta noción de complejo técnico-científico-
filosófico24, la pregunta por la utilidad (o, si se quiere, por la necesidad)
de la filosofía está ya casi respondida. La filosofía es necesaria (o útil)
como condición de conservación y ampliación de la racionalidad en continuidad con
su forma histórica. Es claro, por otra parte, que esa continuidad puede
romperse, pero esa ruptura significaría un cambio de cultura. Todos somos
libres de "irnos de viaje", pero la alternativa final reside en
volver a tierra o quedarse en el limbo.
La ciencia genera
conocimientos en forma de teorías, la técnica produce obras en forma de
artefactos. Quintanilla ha defendido la tesis (1988) de que la ciencia es la forma
positiva superior de la razón teórica y la tecnología la de la razón práctica.
Considerando en esa línea las formas reflexivas al lado de las
positivas, nos hallamos con la filosofía de la ciencia y la filosofía de la
tecno logía como formas específicas de la razón reflexiva teórica y práctica26. En
el mismo argumento, Quintanilla (1988) relaciona las teorías y los artefactos,
respectivamente, con las propiedades de la verdad. En el complejo
técnica-ciencia- filosofía debe asignársele a la filosofía - a sus productos-
una propiedad distintiva. Llamaré sentido a la propiedad de los productos
filosóficos (sistemas o discursos, para no incomodar a nadie), tomando la denominación
en las dos formas siguientes. Sentido equivale, por una parte, al significado de
expresiones simbólicas, a aquello que entendemos por ellas, al concepto.
En otra acepción, sentido se asimila a orientación o finalidad, cuando
nos preguntamos no por el sentido de una expresión, sino por el sentido de una
acción. La filosofía, en su reflexión sobre la ciencia y la tecnología elabora
ambos contextos del sentido (el del significado y el de la finalidad respecto
de las teorías y las actividades científica y tecnológica). Es propio del
complejo técnica-ciencia- filosofía que la razón aspire, sin conseguirlo nunca
del todo, a adoptar tres formas: la razón eficaz de la técnica, la razón verdadera
de la ciencia y la razón "sensata" de la filosofía. La
"sensatez" de la filosofía es una característica de la reflexión que,
en el complejo, se desarrolla complementariamente a y respecto de la veracidad
de la ciencia y de la eficacia tecnológica.
Esta es la función que tiene
la filosofía respecto de la ciencia y la tecnología.
Respecto de las restantes
formas culturales tiene la filosofía una función semejante –con relación al
arte, a la religión, a la política, etc., aunque no se puede considerar ahora
si existen solapamientos entre estas formas y aquellas. No hace falta ser un
hermeneuta de estricta observancia para concederle a la filosofía la búsqueda
del sentido que, con relación a esas formas, también se duplica según nos
fijemos en los aspectos representativos (teóricos, doctrinales, etc.) y
operativos (prácticos, productivos, etc.) de la religión, la política, etc.
Como ejemplo puede servir,
ya en la Antigüedad, la Geometría griega que culminó con los elementos de
Euclides, respecto de la cual el “complejo de racionalidad” correspondiente
contiene como elemento técnico la tradición instrumental que Boutroux denominó
teoría de la construcción, cuyo principio fundamental, para la geometría
plana 30, puede enunciarse así:
“se reserva el nombre de construcciones geométricas a las
construcciones efectuadas con la regla y el compás. Sea como fuere, todas las
construcciones planas que se especifican en los enunciados de las
proposiciones de Euclides, o que intervienen en la demostración de esas
proposiciones, son construcciones que llevan a cabo mediante “la recta y el
círculo
La condición de figura
geométrica está ligada a ese principio de construcción: es figura geométrica
(plana) aquella que puede resultar de la composición de rectas y (arcos de)
circunferencias, es decir, la que se puede construir con la regla y el compás.
El componente técnico del complejo de racionalidad de la geometría
griega clásica está definido por el nivel de resolución figuras
simples (rectas y circunferencias)/figuras compuestas.
La construcción discurre precisamente dentro
de ese nivel de resolución.
Veamos una realización
“científica” en que este principio de construcción opera en la resolución de un
problema, en concreto, la proposición 1 del libro I de los Elementos de Euclides,
cuya prueba, como anota Vega “suele oficiar como paradigma de la demostración
euclídea”. Reproduzco a continuación el texto de la misma, según Euclides
(1991), anteponiendo a cada parte su denominación característica entre
corchetes:
PROPOSICIÓN 1
[Proposición] Construir un triángulo equilátero sobre
una recta finita dada.
[Exposición] Sea AB
la recta finita dada.
[Especificación] Así pues, hay que construir sobre la recta
AB un triángulo equilátero.
[Construcción33]
Descríbase con el centro en A y la distancia AB el círculo BCA [Post. 3], y con
el centro en B y la distancia BA descríbase a su vez el círculo BCE, y a partir
del punto C donde los círculos se cortan entre sí, trácense las rectas CA, CB,
hasta los puntos A, B.
[Demostración] Y puesto que el punto A es el centro del
círculo CAB, AC es igual a AB; puesto que el punto B es a su vez el centro del
círculo CBE, BC es igual a BA ; pero se ha demostrado que CA es igual a AB; por
tanto, cada una de las (rectas) CA, CB es igual a AB. Ahora bien, las cosas
iguales a una misma cosa son también iguale s entre sí ; por tanto, CA es
también igual a CB; luego las tres CA, AB, BC son iguales entre sí.
[Conclusión] Por consiguiente, el triángulo ABC es
equilátero y ha sido construido sobre la recta finita dada AB. (Que es) lo que
había que hacer.
En las proposiciones euclídeas se distingue entre las que son
problemas y las que son teoremas. “Un problema representaba ante todo un objeto
geométrico (la construcción de una figura) a hacer. Un teorema es, en cambio,
una proposición a establecer acerca de alguna característica –propiedad,
relación- esencial de objetos matemáticos construidos o dados” (Vega 1991). La
proposición anterior plantea un problema que se resuelve haciendo lo
pedido a partir de lo dado. Pero ha de justificarse que el factum final
– el triángulo construido- es tal como se había pedido, a saber, equilátero.
Para ello es necesaria una demostración, es decir demostrar el “teorema”: “el triángulo
ABG, construido siguiendo el procedimiento descrito, es equilátero”.
Por ello, la conclusión (sympérasma) retoma en orden inverso la
demostración y la construcción.
En la resolución del problema de la proposición anterior, se
combina la eficacia de la técnica instrumental que produce adecuadamente
un resultado y la verdad científica “demostrada” de la equilateralidad
del triángulo cuya construcción se pide.
Pero aquí se plantea una
dificultad, porque si la equilateralidad se predica de un triángulo
efectivamente construido con regla y compás reales, resulta falsa con tal de que
se busque una lupa de resolución suficiente, y si la equilateralidad demostrada
es verdadera, lo será no del triángulo construido, sino de otro al que no
afecte la facticidad de una construcción gráfica con instrumentos reales.
Situación aparentemente sin salida: sobre las construcciones efectivas no caben
verdades y a las verdades no le corresponden construcciones efectivas. Parece
un total contrasentido, salvo que se encuentre una concepción que muestre –o al
menos lo intente- que este contrasentido no es un sinsentido, es decir, que
como tal contrasentido tiene sentido. No es necesario inventar esa
concepción. En el tercer vértice del triángulo cultural, junto a los vértices técnico
y científico, en el filosófico se encuentra históricamente dada la teoría de
este contrasentido asumido como tal: su versión explícita, en el marco
histórico considerado, es la teoría platónica de la diánoia que aparece en La república.
Para exponerla, seguiré las
mismas líneas de un trabajo ya antiguo (Álvarez 1977) donde esta concepción fue
tratada en detalle con relación a la geometría y a este mismo ejemplo. Presentaré
de forma abreviada aquel análisis.
Es bien conocido el llamado ejemplo de “la línea dividida” del que
se valió Platón en La república para clasificar los tipos y grados del
conocimiento coordinados con sus respectivos tipos de objetos. El ejemplo presenta
dos variantes, dos lugares textuales que difieren entre sí, pero que aquí
presentaré combinados y simplificados. Devenir (génesis) | esencia (ousía)
A D C E B
conjetura | creencia | diánoia | dialéctica
___________________________________________________________________
opinión (dóxa) intelección (nóesis)
Platón utilizó este esquema
para correlacionar tipos y objetos de conocimiento.
El segmento AC corresponde a la opinión como conocimiento de los
objetos sensibles o visibles (horatá) y el CB a la intelección como
conocimiento de los objetos inteligibles (noetá). Estos segmentos se
dividen a su vez, siendo AD en el que la conjetura corresponde a las imágenes
de las cosas y DC en el que la creencia corresponde a las cosas sensibles. Para
caracterizar los objetos correspondientes a CE y EB, Platón se sitúa del lado
del conocimiento y describe el modo de proceder en la adquisición de los conocimientos
llamados diánoia36 y dialéctica. Afirma que el alma, para conocer los objetos
de la diánoia, se vale de las cosas sensibles –los de DC- como imágenes
de esos objetos y se ve obligada a partir de hipótesis desde donde continúa, no
hacia los principios, sino hacia las consecuencias de esas hipótesis. Respecto
de los objetos de la dialéctica –los de EB- el alma va de las hipótesis (lo
condicionado) al principio no condicionado (no hipotético, anypothetón),
sin hacer uso de las cosas sensibles como imágenes de los objetos conocidos,
moviéndose únicamente entre Ideas. La diánoia aparece ejemplificada como
“la geometría, la aritmética y otras ciencias del mismo género”. Puesto que la
geometría es una forma de diánoia, las características de la diánoia servirán
para aclarar el contrasentido que hemos apreciado al tratar de la geometría
entre la eficacia de la técnica y la verdad de la ciencia, es decir, para encontrar
el sentido (filosófico) de ese contrasentido.
Según la concepción de
Platón, las ciencias con que ejemplifica la diánoia se caracterizan por,
1) emplear como objetos de referencia inmediata cosas sensibles (las
figuras geométricas), 2) acceder a sus objetos propios sólo de forma mediata
(sobre estos discurren), y 3) partir de hipótesis dadas por
evidentes, a partir de las cuales, llegan a estar de acuerdo sobre aquello a
querían llegar.
Las dos primeras características permiten establecer una oposición
entre diánoia y dialéctica, ya que ésta se ocupa inmediatamente, sin
recurso a imágenes, de sus objetos –las Ideas-, aunque ambas parecen
coincidir en tener como objetos propios las Ideas que forman parte del
mundo de la esencia (ousía).
El problema resuelto en la
proposición I, 1 de Euclides puede ser entendido, desde esta perspectiva,
distinguiendo la parte constructiva de la parte demostrativa.
Cuando Platón afirma que el geómetra se sirve de figuras para
discurrir sobre objetos que no son sensibles, está contemplando esos dos
componentes del método geométrico: la construcción y la demostración. La diánoia
y la dialéctica comparten el elemento demostrativo, pero la primera no
puede prescindir del constructivo.
La cuestión de la identidad
de los objetos de la diánoia – en este caso de la geometría- está ligada
a esa imposibilidad que, a su vez, es la base de la distinción de dos tipos de
Ideas: aquellas que son propias de la diánoia y aquellas de que se ocupa
la dialéctica sin necesidad de imágenes. Ross (1971, 80) insistió en que Platón
distinguió entre ideas atadas a lo sensible (atadas a la tierra, earthbound
ideas) e ideas que no requieren el auxilio de lo sensible para su
conocimiento. Hay ideas como la rectitud, la circularidad, la triangularidad,
la centralidad, la distancia, etc. que son inseparables de las construcciones,
mientras que otras como la identidad, la igualdad, etc. no están unidas a ellas,
aunque son las que sirven para armar la demostración. En el trabajo citado las llamé
Ideas-configuraciones e Ideas-relaciones, respectivamente. Esta distinción permite
plantear la cuestión del contrasentido de la forma siguiente.
La geometría trata de
determinadas configuraciones y sus relaciones. Como se desprende del análisis
de la proposición I, 1, el geómetra se sirve de figuras para representar
configuraciones, pero no para representar relaciones. La geometría está unida a
lo sensible a través de las Ideas-configuraciones, pero no a través de las
Ideas - relaciones. La geometría trata de las Ideas-configuraciones y sus
relaciones mutuas.
Está ligada por ellas a lo sensible en sentido instrumental:
construye figuras con el auxilio de instrumentos para facilitar el razonamiento
demostrativo, para el cual necesita apoyarse en Ideas como la igualdad. Está,
por tanto, ligada por otro extremo a los objetos de la dialéctica; por ello,
puede ser una preparación para ella.
La teoría platónica de la diánoia
dota de sentido al contrasentido apreciado anteriormente. Claro está que
ese sentido es discutible y puede la geometría entenderse de otra manera. Ello
no obstante, en el contexto histórico de la geometría griega en la vuelta de
los siglos IV y III A.C., la teoría platónica de la diánoia ejemplifica
la tercera instancia cultural que unifica y completa el complejo de
racionalidad en que aquella nos es comprensible.
Lo mismo podría hacerse con
un complejo cultural moderno en que la técnica matemática del cálculo
infinitesimal, la Mecánica newtoniana y la filosofía kantiana (textualmente
materializada en los Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza)
jugaron un papel semejante.
El ejemplo desarrollado
desde el punto de vista de la Historia de la ciencia tiene su contrapartida en
el que tome el punto de vista de la Historia de la técnica. Para una técnica o
tecnología determinada existen conocimientos y actividades científicas, y reflexiones
filosóficas que completan su contexto de análisis.
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