La
iglesia en la
Guerra
Civil
Historia
social contemporánea
Por
víctor García Cabañeros
Índice
Introducción……………………………….2
La Iglesia y la
guerra civil……………....3
-Inicio de la guerra………....3
-Extremismo católico……….4
-Gomá
se justifica…………...4 y 5
-Sector minoritario…………..5
-Historia llena de odios……..5
y 6
-Los años 34 y 36…………….6 y 7
La
reacción católica mundial…………..8
-Guerra social………………..9
-Guerra santa………………..10
Testimonios……………………………….10
y 11
¿Cómo
actuó la Iglesia
ante la guerra?....12 y 13
Conclusiones………………………………14
Introducción
[1]La iglesia se pone del lado de los
sublevados porque en este bando no se la persigue, mientras que en la España republicana se
encuentra con feroces represalias pesar de ello, en opinión de los autores,
comete un grave error al no condenar la represión llevada a cabo por las naciones,
manifestando así el cerrado tradicionalismo de su episcopado.
Hay tres aspectos referidos a la Iglesia con respecto a la
guerra civil que parecen bastante claros; lo anticlerical no hubiera existido
en España sin una corriente opuesta, lo contrarrevolucionario. No existe
ninguna constatación documental que acredite la participación de la Iglesia en el golpe de Estado,
pero si hay conocidos católicos en la conspiración. Y por último, el Papa Pío
XI condenó tanto el asesinato de católicos como como cualquier comportamiento
cruel y violento de ambos bandos, pero no tomó partido.
El papel desempeñado en la España contemporánea por la Iglesia católica es
fundamental para comprender la génesis y el desarrollo de la guerra
civil.Durante mucho tiempo, el discurso político y social de los diversos
sectores de la opinión pública, apareció empapado por matices
religiosos,derivados muchos de ellos del auténtico monopolio espiritual que la
jerarquía eclesiástica disfrutaba en el Estado restauracionista.El tema
religioso contribuyó como pocos a la paralización ideológica de las dos
Españas,hasta el punto de que el binomio clericalismo-anticlericalismo terminó
identificándose con la antítesis derecha-izquierda.
El establecimiento de la segunda Republica
alteró las relaciones de poder entre la Iglesia y el Estado.Las medidas reformistas de
los primeros gobiernos, teñidas de un
cierto revanchismo anticlerical, forzaron un mayor alineamiento del
sector mayoritario del catolicismo español con posturas antirrepublicanas
primero y luego francamente golpísticas.
Iniciada la guerra civil, el tema religioso
se convirtió en uno de los aspectos mas decisivos en el alineamiento de ambos
bandos y en la represión desatada tras el fracaso de la sublevación.En la zona
gubernamental,la iglesia fue perseguida y prohibidas sus actividades.En la otra
zona, el clericalismo y el espíritu de Cruzada se revelaron como fundamentales
referencias políticas y propagandísticas bajo decidida colaboración entre las
autoridades militares y las eclesiásticas.
Sin embargo, todos
estos extremos,que han alcanzado la categoría de tópicos, deben ser
convenientemente matizados.La histografía especializada viene sometiendo el
tema a un proceso de revisión que ha sacado a la luz nuevos aspectos del tema y
brinda interpretaciones muy distantes del primitivo maniqueísmo que lo
envolvió.
En el
presente tema se abordara la polémica que aún sigue abierta, así como la
atribución y consideración de Cruzada a la guerra, la carta colectiva del episcopado,
el estudio de algunos obispos y la actitud del catolicismo mundial ante el
conflicto.
La
Iglesia y la
guerra civil
Resulta obvia la importancia que tuvo la posición
de la Iglesia
católica en la guerra civil española.Para algunos la guerra civil respondía a
un enfrentamiento entre la barbarie y los principios de la civilización
cristiana, y por ello merecía la denominación de cruzada. La denominación como
tal se siguió conservando hasta finales del régimen del general Franco, aunque
no siempre ni por todos. Los historiadores distinguen ahora entre la realidad
de la cruzada y el sentimiento en una pequeña porción de la sociedad española
de que la guerra tenía un contenido religioso.
Inicio
de la guerra
En 1937 un documento colectivo presta su
apoyo a los franquistas, su posición negociadora se complica: la iglesia ya ha
dado a Franco todo cuanto podía ofrecer pero aún está por ver si será pagada
con la misma moneda
Al estallar la guerra civil, el componente
religioso se hizo notar muy pronto.[2] Pero también se
convirtió en propaganda bélica para ambos bandos. Unos para atacarla y otros
para defenderla, todos reconocen tenerla en cuenta a la hora de tomar las
armas. Por parte de los nacionales la denuncia
de los crímenes contra los religiosos se convierte en la mejor
herramienta para legitimar el alzamiento en el extranjero.
Los revolucionarios, por su parte, se sirven
del también tradicional anticlericalismo español para buscar adhesiones, y
culpan a la Iglesia
católica de ser cómplice del fascismo, los militares y los empresarios. La
culpan, en definitiva, de todos los males de la clase obrera.
Al quedar España dividida tras la rebelión
militar, en la zona republicana se persigue a los sacerdotes y se les acusa de
haber alentado el golpe.
En la zona franquista, por el contrario, el
catolicismo se celebra como un valor moral inseparable de la nación española, y
se emplea para justificar la guerra contra las llamadas ideologías extranjeras,
es decir, el comunismo, socialismo y demás movimientos obreros. Obispos y
sacerdotes consideran el levantamiento como una “santa cruzada” destinada a
erradicar los valores ateos e instaurar en España un Estado religioso y
tradicionalista.
Esta visión defendida con entusiasmo por la jerarquía española pero no tanto por
el Vaticano, choca frontalmente con los planes de ciertos sectores del propio
bando nacional. Mientras unos sueñan con controlar un Régimen inspirado en la
religión católica, las facciones más afines al fascismo y al nazismo pretenden
construir un Estado totalitario, dirigido por un partido único al que tendrían
que someterse todos.También los dirigentes de la Iglesia.
Los representantes de la Iglesia española temen que
Franco adopte los planes de sindicación obrera inspirados en el fascismo
revolucionario.
Los arzobispos, presididos por el cardenal
Isidro Gomá, máximo dirigente de la iglesia española, se reúnen en Palencia.
Durante el encuentro expresan – sin manifestación pública – su preocupación por
los proyectos del Estado y la FET
para la sindicación única y obligatoria. Es tras el trágico problema de los
clérigos vascos fusilados en 1936, la primera discrepancia importante entre la Iglesia y el franquismo
tal y como señala el historiador Ricardo de la Cierva.
En efecto, la misiva reconoce que pueden
darse casos en los que la
Iglesia apoye e incluso inicie una guerra, es decir, una
cruzada. Pero lo hace solo para precisar, que el enfrentamiento español no
pertenece a esa índole: “siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de la
humanidad, es a veces el remedio heroico, único, para centrar las cosas en el
quicio de la justicia y volverlas al reinado de la paz. Por esto la Iglesia, aún siendo hija
del príncipe de la paz, bendice los emblemas de la guerra, ha fundado órdenes
militares y ha organizado cruzadas contra los enemigos de la fe. No es nuestro
caso”.
La carta también insinúa los peligros del
influjo nazi a la hora de edificar el futuro Estado, y pone ya de manifiesto la
discrepancia entre la Iglesia
y sindicalismo revolucionario. Las intenciones de Franco, a su parecer, no
pretender levantar un Estado autócrata sobre una nación humillada sino más bien
restaurar “la libertad cristiana de los tiempos viejos”
De este modo, los obispos manifiestan su
apoyo a la causa nacional pero la identifican con una restauración de corte
religioso, y no como la simiente de un nuevo orden al estilo de las dictaduras
europeas de la época
Extremismo católico
Otros
movimientos católicos, cercanos a las ideas de Gomá, defienden posturas aún más
tradicionalistas. Así lo denuncia al Vaticano el cardenal de Tarragona, quien
acusa a agrupaciones políticas como Renovación Española o Acción Española de
ser las herederas directas de los “extremistas” católicos del siglo XIX, que se
negaban a asumir incluso las reformas sociales de la Iglesia.
En una extraña maniobra, propia de tiempos
de agitación, todos esos colectivos asumen la estrategia común de combinar la
tradición católica con la revolución fascista. Se trata, tal y como señala
Juliá, de una operación ciertamente complicada. Un ejemplo sería el caso del arzobispo de
Toledo, el cual se ve en la necesidad de reconstruir las miles de iglesias
saqueadas durante los primeros meses de la guerra. Para ello, organiza una
colecta mundial, que enseguida es aireada con gran interés por el Gobierno de
franco. Irlanda, país de tradición católica y en general simpatizante con la causa
nacional, participa generosamente en la recaudación. Estos fondos serán
desviados y entregados al ejército
rebelde. ¿Qué impulsa a Gomá a desviar los esfuerzos caritativos de los
irlandeses para que Franco compre armas? Entregando esta importante suma de
dinero, confía que el gobierno franquista se sienta menos hipotecado con estos países
(Alemania, Italia…) y, por el contrario, se vea obligado a conceder más
privilegios a la Iglesia
española.
Gomá
justifica su actuación
La actitud del general Gomá durante la
guerra; así como la de la mayor parte de
sus compañeros, arranca de su deseo de establecer un poder religioso en el
país: “nuestro problema básico no se resolverá en los campos de batalla, donde
no se hace más que roturar el terreno, sino en el fondo de las conciencias y en
la realización de un Estado netamente cristiano”. El apoyo de la Iglesia al bando
franquista ha calado en la memoria popular sobre todo a través de sus
expresiones, como la comparación de la contienda española con las cruzadas del
Medievo. Esta terminología es adoptada por el propio Gomá. Pero la postura
oficial de los obispos queda plasmada en una carta colectiva que redactan en
1937 y publican un mes más tarde. El contenido de este documento, dirigido a la
comunidad católica internacional, puede resumirse en tres ideas fundamentales, siguiendo
a los historiadores Ramón y Jesús Maria Salas Larrazábal; en primer lugar, la Iglesia manifiesta que no
impulso ni deseo la guerra. Pero también alaba las intenciones de los “miles de
hijos suyos” que “se alzaron en armas para salvar los principios de religión y
justicia cristiana”
En segundo término, subraya que el Gobierno
republicano se encontraba bajo la amenaza de “quienes así mismos se proclamaban
enemigos de Dios y de su Iglesia” y aseguraba que el frente popular había
llegado al poder por medio del fraude electoral. Recuerdan, el caso de José
Díaz, secretario general del PCE, quien había presumido en Moscú de “superar la
obra de los soviet” con la política antirreligiosa de la República.
El razonamiento episcopal concluye que, ante
el hecho consumado de un enfrentamiento civil, la iglesia se ha visto obligada
a tomar partido, y lo hace por los suyos. No usa nunca la expresión guerra
santa y la única vez que incluye la palabra cruzada es para negar ese carácter
a la contienda.
El sector
minoritario
Aunque la clara mayoría apoyara a Franco
como consecuencia de la persecución religiosa, hubo también un importante
sector que manifestó su reticencia respecto a él. Una minoría muy reducida, con
las excepciones vasca y catalana.
Hay que tener en cuenta, en primer lugar,
que, al margen de los nacionalistas catalanes y vascos, hubo también otros
sectores, procedentes del mundo católico que se inclinaron a favor de la Republica sin ser
nacionalistas. Se trató fundamentalmente de pensadores o escritores dedicados a
la propaganda social que habían desempeñado un papel importante antes del
estallido de la guerra civil y que ahora se sintieron desplazados en una España
dividida en dos. Algunos se colocaron claramente a favor del frente popular
durante la guerra civil. El presidente del gobierno vasco comenta que la guerra
civil es un conflicto de clases y no una lucha religiosa, la causa republicana
no era lo mismo que el comunismo y éste apenas sí tenía verdadera importancia
antes del estadillo del conflicto. Además de quienes se identificaron con la
causa republicana hubo quienes, procedentes de los sectores del pensamiento
católico, expresaron una postura de neutralidad ante la guerra civil.
Una historia
llena de odios
Además, en las guerras civiles que sufre
España en el siglo XIX, el mundo eclesiástico se había aliado siempre con las
posturas más conservadoras, llegando incluso a tomar las armas. Estos
conflictos, aún siendo menos sangrientos
que la guerra del 36, abren un abismo insalvable entre la Iglesia y una de las dos
Españas “sacerdotes fueron asesinados e iglesias quemadas en 1822 y 1834. Esta
violencia fue en parte provocada por el propio clero, ya que había participado
activamente en la lucha armada dentro de los varios conflictos entre
conservadores y liberales de la primera mitad del siglo XIX “explica José
Mariano Sánchez.
A lo largo de décadas de miseria,
enfrentamientos sociales y decadencia política, la Iglesia asume, en la
conciencia de los españoles, un papel de alineación con las clases más altas,
los terratenientes y las formas absolutistas de gobierno. Esta imagen, junto a
los intensos avatares de la vida política española, les costará la vida a no
pocos clérigos ya desde el siglo XIX. En 1834 fueron asesinados casi un
centenar de religiosos. También en la semana Trágica, de 1909, se dejó sentir
este odio hacia el mundo católico.
Sin embargo, los años del reinado de Alfonso
XIII y, sobre todo, la dictadura de Primo de Rivera, supone para la
Iglesia el restablecimiento de su influencia y prestigio.
Pero al proclamarse la República, el clero
pierde el protagonismo público del que gozaba durante la Monarquía, y que en
realidad no se correspondía con los sentimientos de buena parte de los
españoles. Así se desprende del testimonio de Gomá, quien lamenta tras la caída
de Alfonso XIX que “no abunda” la moralidad católica entre los ciudadanos.
Esta posición de debilidad política y social
contrasta con los firmes principios morales que mantiene el clero. Convencidos
de defender verdades eternas, los eclesiásticos se enfrentan una y otra vez a
la cultura laica que empieza a abrirse paso en la sociedad, en un proceso que
Azaña resume con su famosa frase: “ España ha dejado de ser católica”.
La
Iglesia es todavía
y pese a su menguante influencia en los asuntos públicos, “una institución militante y agresiva”
El año 1931 es el de intentar adaptarse a
cualquier régimen, no pocos clérigos se manifiestan contra la República. Y esta postura no
cambia cuando las izquierdas pierden el poder en 1933.
Mientras el nuevo gobierno de la República trata de
enterrar la legislación anticatólica promovida por el ejecutivo anterior, un
sector del catolicismo apuesta ya por una salida armada. Y este radicalismo se
extiende tras la revolución de Asturias en 1934, en la que los religiosos
sufren ya un trágico anticipo de la persecución que se desatará en la guerra
civil. Inmersos en una furia antirreligiosa como no se veía desde la primera
mitad del siglo XIX, los revolucionarios de Asturias asesinan a un total de 34
sacerdotes, monjes y seminaristas, lo que a su vez desata la ira de la derecha
política y, por supuesto, de gran parte de la Iglesia. Al contrario que hace
cien años, esta vez la violencia anticlerical había creado clérigos violentos,
según resume Sánchez.
Pero este odio a la Iglesia, más o menos
latente durante décadas, alcanza el paroxismo cuando estalla la Guerra Civil. Según han
indicado varios autores, ni la Revolución
Francesa, ni la soviética, ni las persecuciones del Imperio
romano se cobran proporcionalmente tantas víctimas religiosas como los ataques
revolucionarios que se llevan a cabo entre julio y diciembre de 1936. Por ello, la complicidad entre Franco y
el catolicismo español no puede entenderse sólo en base a las afinidades
ideológicas, siendo estas ciertas, sino también como reacción al hostigamiento
que sufre la Iglesia
por parte de los republicanos
De acuerdo con el historiador Ángel David
Martín Rubio “el inicio de la persecución religiosa fue anterior a 1936; se
remonta a 1931, cuando llegaron al poder unos partidos burgueses respaldados
por el socialismo, con el que coincidían en la idea de una Iglesia enemiga,
considerada como obstáculo del progreso ideológico y como aliada de todas las
formas conservadoras del poder”
El gobierno provisional toma una serie de
medidas que limitan la influencia religiosa en los órganos educativos y
eliminan la obligatoriedad de la asignatura de Religión. Los obispos reaccionan
con un pastoral que denuncian “la violencia de diversos derechos de la Iglesia”, y la situación
se vuelve trágica cuando en 1931, el enfrentamiento salta por primera vez a las
calles.
Después de
la persecución del 34
Con los violentos antecedentes del año 34,
en la cual hubo una persecución religiosa, se llega al levantamiento militar y,
tras él, a la guerra civil española. En el golpe de Estado del 36 no participan
las jerarquías eclesiásticas y, contra lo que asegura la propaganda
republicana, prácticamente ningún sacerdote toma las armas. A pesar de ello, la Iglesia se convierte desde
un primer instante en el principal objetivo de la revolución que sigue al
pronunciamiento.” No hubo que esperar órdenes de nadie para lanzarse a la
acción” asegura el historiador Julián Casanova.
En los carteles que llaman a la lucha
armada, los partidos obreros dibujan obispos alimentados en exceso, con lujosas
vestimentas y siempre en compañía de militares decimonónicos, soldados nazis o
fascistas y capitalistas millonarios. El estereotipo del clérigo español, amigo
del poder y las riquezas, se emplea como reclamo propagandístico para buscar la
adhesión de las clases bajas, y la
Iglesia representa, en el imaginario obrerista, un papel
similar al de personajes como Hitler.
Las cifras de la represión son bastante
elevadas, sus autores según Javier Tusell, se dedicaron desde el primer momento
a la eliminación física del clero; por ejemplo en una comarca catalana, hasta
un 85% de los asesinados tenía que ver con el mundo religioso. Aún más
estremecedor son los detalles que relata Moa: “acompañado a la siega una
extrema crueldad. Un anciano coadjutor fue desnudado, martirizado y mutilado,
metiéndole en la boca sus partes viriles. A otro lo fusilaron poco a poco,
apuntando sucesivamente en partes no vitales. Varios fueron toreados, y a
alguno le sacaron los ojos y le castraron. Otro fue atado a un tranvía y
arrastrado hasta morir. Once detenidos en una checa fueron golpeados y cortados
con mazas, palos y cuchillos, hasta hacerlos pedazos”.
La religión
no influyo en el 36
“En los militares sublevados no apareció en
ningún momento la decisión de imponer un Estado confesional ni nada que se le
pareciese” recuerda el historiador Gonzalo Redondo. De hecho, uno de los
máximos responsables, el general Emilio Mola, se enfrenta a los carlistas
durante los preparativos del alzamiento porque pretende mantener las leyes
republicanas que limitaban los poderes de la Iglesia. Y el propio Franco
defiende la separación entre Iglesia y Estado en uno de sus primeros discursos
como líder de los rebeldes. En cambio, algunos de los conspiradores, y en
especial los monárquicos, son fervientes católicos, como José Calvo Sotelo o
Ángel Herrera. Y el principal representante político de la España religiosa, José
María Gil Robles, también colabora en el levantamiento militar, donando fondos
provenientes de su partido, la CEDA. Pero
la Iglesia
como institución no toma parte en ningún momento en el golpe, cuyos propósitos
iniciales no la conciernen: “en ninguno de los bandos, ni uno solo, se apela a
la defensa de la religión como razón del golpe. Los motivos invocados son
otros”, recalca Raguer. Sin embargo, cuando el pronunciamiento militar fracasa
y se transforma en Guerra Civil, los sublevados se dan cuenta de que necesitan
de una ideología en la que apoyarse, no sólo para motivar a sus tropas y
reclamar nuevos reclutas, sino también para justificar su rebelión ante las
naciones extranjeras
Los militares ven frustrados sus planes de
dar un golpe rápido y eficaz, pero se encuentran con el apoyo entusiasta de los
católicos y descubren en la defensa de
la religión, más amenazada que nunca durante los sangrientos primeros meses de
la guerra, una justificación de su causa.
“Es preciso dejar claro que no fueron los
sublevados quienes solicitaron la adhesión de la Iglesia, sino que fue ésta
la que muy pronto se le entregó en cuerpo y alma. Fue una grata sorpresa para
los generales sublevados y la cuerda religiosa se convirtió muy pronto en la
más vibrante en la ira de la propaganda nacional”, concluye Raguer.
Para Juliá, “fue la Iglesia, volcando sobre el
ejercito el apoyo de los pequeños y medianos campesinos de toda la meseta, la
que dio a los rebeldes una base territorial desde la que emprender el ataque
contra la República.
La
reacción católica mundial
En el
territorio español se enfrentaron fuerzas e ideologías procedentes de diversos
países y resultaba decisivo el apoyo que se esperaba recibir de uno y otro
lugar. El mapa español no había quedado dividido en dos partes inequívocas en el
plano católico, sino que había católicos en ambos contendientes. Europa sabía
que el pueblo vasco era uno de los más practicantes del momento y este pueblo
ha optado por apoyar a la
República, dando al traste, aparentemente, con algunos de los
argumentos más utilizados por los nacionales y ofreciendo a los intelectuales
de distintos países, pero sobretodo franceses, motivos de duda e incertidumbre.
Fue necesaria, una labor de información, persuasión y propaganda, desconocida
en las guerras anteriores.
Ya en la Carta Colectiva, en su
conclusión, los obispos españoles rogaban a los extranjeros: “ayudadnos a
difundir la verdad. Sus derechos son imprescindibles, sobre todo cuando se
trata del honor de un pueblo, de los prestigios de la Iglesia, de la salvación
del mundo. Ayudadnos con la divulgación del contenido de estas letras,
vigilando la prensa y la propaganda católica, rectificando los errores de la
indiferente o adversa.
[3]El cardenal Gomá escribía una carta en 1937
al cardenal Pacelli, secretario de Estado, en la que daba cuenta de un ruego al
general franco: “en orden de la difusión en el extranjero de un escrito
colectivo del Episcopado español con el fin de desvirtuar la información falsa
o tendenciosa que tanto daño ha hecho al buen nombre de España y de la Iglesia en ella. Días más
tarde, escribiendo al mismo destinatario, expresa que la intención ha sido
reprimir y contrarrestar las opiniones adversas, especialmente del elemento
católico extranjero.
Alberto Bonet, enviado por el cardenal de
gomá a diversos países europeos para informarse sobre la opinión católica. ¿Quiénes
y por qué se produjo la disidencia? ¿Por qué molestó tanto? En realidad fueron,
fundamentalmente Bernanos, Mauriac y Maritain quienes con sus escritos
defendieron la legalidad de la actitud de los católicos vascos y denunciaron
las irregularidades cometidas por el banco nacional
Georges bernanos, el escritor valiente,
capaz de denunciar con pasión y sin matices cuando consideraba contrario a los
principios evangélicos. Su reacción inmediata fue favorable a los nacionales y,
de hecho, su hijo mayor militó con la Falange. Escribiendo
una de las novelas-denuncia más famosas de la época, novela que constituyo la
censura más radical que se haya hecho contra
una Iglesia que administra el cristianismo como un capital político o
una ideología.
La guerra de España es un pudridero. Es el
pudridero de los principios verdaderos y falsos, de las buenas maneras y malas
intenciones. Para él resultó absolutamente intolerable el silencio de la
jerarquía ante los excesos del ejército
o las represalias de los vencedores: Hago notar, que la masacre de estos
desheredados no arrancó una palabra de censura, ni la más mínima reserva, a las
autoridades eclesiásticas, las cuales se conforman con realizar procesiones en
acción de gracias.
La protesta cristiana de Bernanos contra el
terror se confunde con la acusación a la jerarquía de haber confundido, por
conveniencias políticas y, tal vez, por miedo, el movimiento de los militares,
y tras ellos de Musolini y Hitler, con una posición religiosa y consideraba muy
grave el hecho de haber avalado con el sello de la religión actuaciones que
revelaban la bestialidad del hombre moderno.
Guerra
social
A menudo, tanto los católicos europeos como
los no católicos vieron la guerra civil como una guerra de clases, una guerra
desatada entre quienes vivían en la más absoluta miseria y quienes no estaban
dispuestos a modificar la realidad social. En este importante tema estaba
presente, evidentemente, el juicio que las diversas partes implicadas
realizaban acerca de la sensibilidad y acción social del clero español.
La
revista Esprit juzgaba que el sistema vigente estaba basado en la injusticia
social y no tenía de duda de que la violencia existente constituía una
consecuencia inevitable de una política eclesiástica equivocada, que tuvo su
lógico final en el apoyo a la sublevación militar.
Luigi Sturzo, en el exilio, insistió en el
carácter de guerra social adquirido por el conflicto y auspiciaba en sus
artículos el final de la guerra mediante
un plan de conciliación política y social.
Este convencimiento lo tuvieron y lo
defendieron muchos católicos. Hoog, por ejemplo, aunque reconocía que la guerra
de España presentaba aspectos religiosos, excluía sin dudar el que se tratase
de una guerra de religión y subrayaba su carácter social, ilustrando las
miserables condiciones de vida del pueblo español.
Bruce Marshall, criticó severamente a la Iglesia española de antes
de la guerra. Esta perplejidad, la angustia de no poder respaldar a los
hermanos de la fe y de defender a quienes los perseguían quedaba expresada en
el siguiente párrafo: “confesamos, que nos repugna extremadamente el asemejar a
una Cruzada la guerra de los nacionales contra la España roja. Por sus
atrocidades contra los ministros de la Iglesia, los rojos han dado a la lucha desde sus
comienzos un carácter violentamente antirreligioso. Pero, en cambio, ¿Conviene
ligar de tal suerte la religión a la causa nacionalista, que los excesos del
Gobierno militar, y los ha habido, especialmente en Mallorca, recaigan
necesariamente sobre la
Iglesia?
El horror por la represión y la violencia de
los nacionales en Burgos, quedará de este modo registrado, con gran escándalo
de dominicos y jesuitas que clamarán en sus revistas contra esta actitud que
consideran cínica. ¿Por qué no han protestado contra los crímenes de los
republicanos?, se preguntan, sin caer en la cuenta de que los católicos
franceses conocían y condenaban aquellos desmanes, pero exigían otra actitud a
quienes se proclamaban católicos y defensores de la doctrina cristiana.
La prestigiosa revista de los dominicos
franceses Sept afirma en un cuidado editorial que en el momento del alzamiento
no se daban las condiciones que justificasen su legitimidad, mientras Sturzo declara
que los objetivos de franco podrían ser buenos, pero que los medios que utiliza
repugnan a la moral común, al tiempo que considera que el gobierno republicano
ya no representa los resultados electorales de 1936. Esta situación de
perplejidad lleva a muchos creyentes a propugnar la no intervención, manteniéndose
en la actitud de denunciar todos los crímenes, viniesen de donde viniesen.
La idea de mediación es adoptada por un
grupo de católicos franceses que deciden crear un Comité francés para la paz civil
y religiosa de España, con el objetivo de humanizar la guerra y la eventual
victoria, al tiempo que se esfuerzan por conseguir una tercera solución.
Uno de los crímenes considerado unánimente
abominable fue el bombardero de Guernica. En mayo de 1937 aparece el Manifiesto
a favor de los vascos, en el que se lee: Es a los católicos, sin distinción de
partido, a quienes corresponde levar la voz antes que a nadie para hacer saber
al mundo la masacre despiadada de un pueblo cristiano. Nada justifica, nada excusa
los bombarderos de ciudades abiertas, como el de Guernica.
En diversos artículos, de los considerados
católicos belgas, expresan su dolorosa indignación ante los bombarderos de
ciudades abiertas en España, que han causado, especialmente en Barcelona,
tantas víctimas inocentes entre mujeres, niños y ancianos; proclaman que los
excesos antirreligiosos, por abominables y sangrientos que hayan sido y contra
los que se rebela, con justicia, la conciencia mundial, en nada pueden
justificar prácticas de tal crueldad, que son una violación flagrante de los
principios más elementales del Derecho de Gentes; conjuran a los dirigentes
responsables del movimiento español a renunciar a métodos de guerra indignos de
la causa cristiana de la que se declaran campeones, e invitan al Gobierno belga
a apoyar los esfuerzos de los gobiernos franceses y británico en orden a poner
fin en ambos campos a los ataques aéreos contra poblaciones civiles.
Guerra santa
Franceses e ingleses demostraron, con motivo
de esta guerra, una especial sensibilidad hacia el nazismo y el fascismo con
los que alineaban a Franco. Una revista católica de San Luís, publicaba una
Carta abierta al General Franco en la que conjuraba al general para que
estableciese en la España
nueva un régimen democrático, porque si establecía una dictadura traicionaría a
los católicos norteamericanos, que no tendrían respuesta contra sus enemigos.
El combate de los nacionales es presentado a
los católicos del mundo como una guerra santa, noción rechazada por Sturzo y por
dominicos franceses, que intentaron distinguir entre el juicio debido a la
persecución religiosa y el causado por el levantamiento; todo católico no puede
menos de simpatizar con los católicos españoles. Pero es falso y anticristiano
ponerse, por este motivo, al lado de los insurgentes y rehusar la simpatía a
los que combaten por creer, y no sin fundamento, que se enfrentan con una
tiranía reaccionaria feroz. El hecho de que Franco sea católico y los jefes
rojos se declaren ateos, no cambia los términos del problema… por lo que hace a
la persecución religiosa, entendámonos, o son mártires los sacerdotes y
religiosos de España, o no. Si lo son es sacrílego explotar su sangre y su
martirio para atizar la guerra civil fratricida y solicitar la intervención extranjera
a favor de los rebeldes.
Testimonios,
personajes y obispos españoles
Testigo en Mallorca(por Bernanos):El autor, católico, denuncia
la pasividad de la Iglesia
ante las atrocidades cometidas por los nacionales, a la vez que critica a la
prensa francesa, a la que acusa de parcial y de mantenerse al margen de la
contienda. Según nos cuenta Bernanos, es muy triste escribir las palabras que
escribo y más tener que leerlas. La realidad en esos momentos era la de una guerra,
de bombarderos bendecidos por el arzobispo de Palma y la de oficiales italianos
jactarse del bombardero de Málaga…así era la situación, y Bernanos como muchos
otros no podían reprimir sus emociones y expresarlas abiertamente. Bernanos nos
comenta que no existe ni un solo francés que haya pasado más de seis meses al
otro lado de los Pirineos que ignore el odio secular de la derecha española,
particularmente del ejercito y del clero, hacia nuestro país. Este odio se
afirmó durante la Guerra
“solo la canallada y yo queremos a Francia”, decía Alfonso XIII.
Simona Weil: La filósofa responde a su compatriota Bernanos, con el que no
coincide ideológicamente, asegurándole que comparte su opinión respecto a la
guerra, al considerar que “se ha perdido la razón misma de la lucha”.
Nadie es inocente: Un obispo que mantiene un tono conciliador, es el obispo de
Santander, Eguino Trecu. Poco después de firmar la carta colectiva, este pastor
de la Iglesia
se distancia del tono de aquel documento
con una nueva pastoral que publica en 1937: “la inmensa mayoría de
nosotros no somos inocentes”, y recuerda a sus fieles las palabras con las que
Jesucristo salva de la lapidación a una prostituta: “el que de vosotros se
halle sin pecado, tire la primera piedra”
El obispo pide en esta carta perdón
cristiano para el enemigo y una reconstrucción pacífica del Estado: “más que a
derechas e izquierdas políticas, clasificación de conveniencia, de la que tanto
se ha abusado, miremos a la derecha y a la izquierda de día del juicio, mirando
que nuestra vida de ahora nos merezca ser entonces de la derecha de Cristo”
Cardenal Pedro Segura: Arzobispo de Toledo con Alfonso XIII,
durante la República
se radicaliza y es obligado a abandonar el país hasta que la Guerra propicia su vuelta,
dedicándose a defender el catolicismo pero alejado del régimen franquista.
[4]Cardenal Isidro Gomá: máximo dirigente de la Iglesia española desde su
nombramiento como obispo de Toledo en abril de 1933, ofrece todo el apoyo de
los católicos al bando sublevado pero se opone a un Estado totalitario al modo
fascista. Es consciente de haber cometido algunos horrores, pero se despide de
este mundo convencido de haber actuado de acuerdo a sus convicciones. El golpe
de Estado y la Guerra Civil
le obligan a ejercer su responsabilidad sobre la Iglesia de España en las
más trágicas circunstancias, y su reacción es la de alinearse con los alzados.
Esta decisión la toma motivado tanto por sus recelos a los republicanos, a
quienes considera “títeres de Moscú”, como por su confianza en el general
Franco, en quien ve a un católico ejemplar.
Papa Pío XI: Ofrece reconocimiento a Franco. Inicialmente adopta una posición de
neutralidad, aunque en el verano de 1937 reconoce al Gobierno de Franco y
establece relaciones diplomáticas con la zona nacional. Fallece en 1939
intentando reconducir la delicada de situación de Europa.
Marcelino Olaechea: Obispo de Pamplona, desde el principio de la Guerra apoya a la causa
nacional, exhortando a los católicos a que no hagan “causa común con enemigos
declarados y encarnizados de la
Iglesia”, poco después escribe una carta pastoral en la que
invita a sus seguidores a ofrecer el
perdón a sus enemigos. Se traslada a Valencia donde promueve obra de carácter
social en las cuales dedicara toda su vida.
Anselmo Polanco: Durante la contienda, según varios testimonios, se dedica a visitar a
los heridos en las trincheras y en sus casas, pero esta labor humanitaria no le
servirá de nada cuando en 1937 las tropas republicanas toman Termal. Anselmo
Polanco ha firmado la carta colectiva del Episcopado español, un documento que
supone la adhesión pública de la iglesia al bando nacional y va a pagarlo con
su vida. Se convierte en uno de los mártires de la Iglesia durante la guerra.
¿Cómo
actuó la Iglesia
durante la Guerra?
La mayoría de los autores se
muestran de acuerdo en que el alzamiento no se produjo por motivos religiosos y
en que existió un brutal ensañamiento contra la Iglesia, pero el hecho de
que la jerarquía eclesiástica se sitúe desde el primer momento junto a Franco
es analizado de distintas maneras entre los que aseguran que el clero sirvió
para “suavizar la represión política del Nuevo Estado” y los que opinan que
llegó a “justificarla”
Calló ante la represión nacional
Por Hilari Raguer
Hay algo anómalo en la política
antirreligiosa de la Segunda República.
El clero no era fascista aunque sí mayoritariamente conservador. Tampoco los
campesinos eran anticlericales, no obstante la descristianización de las masas.
La propia Iglesia no participó en la rebelión militar del 36. Si posteriormente
amplios sectores eclesiásticos apoyaron a los insurrectos fue, como observa
Paul Jonson, “más el resultado y no la causa de la violencia ejercida contra
ellos”. Sin embargo, fueron asesinados la quinta parte de los obispos, el 12% del
clero regular y el 14% del secular. El alzamiento de 1936 no se hizo por
motivos religiosos. No los menciona ni uno solo de los bandos de declaración
del estado de Guerra proclamados en las distintas localidades. Solo querían
derribar el Gobierno del Frente Popular. De Franco se decía que “ni misa ni
mujeres”. Pero en muy poco tiempo se produjo levantamiento laico convertido en
guerra santa o cruzada.
Varios factores contribuyeron a ello. En
primer lugar, la adhesión de católicos voluntarios, sobre todo en Navarra y en
algunas de las zonas de Castilla La
Vieja, que con su fervor desbordaron el laicismo de los
generales. La persecución religiosa atroz que los extremistas desencadenaron en
todas las ciudades donde el levantamiento había fracasado. Pero el 1 de
octubre, en su discurso de posesión como Jefe del Estado, Franco habló de
separación entre Iglesia y Estado, aunque por la presión del cardenal Gomá se
suprimieron aquellas palabras en el texto oficialmente divulgado.
Franco, leyó el pastoral de Pla y Deniel y
pensó que le venía de perlas. Ambos bandos carecían de municiones para una
guerra larga, dependían de los suministros exteriores y por lo tanto sabían que
la guerra se decidiría en las cancillerías. De cara a la opinión internacional,
presentarse como el defensor de la religión (de la propiedad) maquilaba
ventajosamente la militarada.
La Santa Sede fue mucho más reticente y menos belicosa
que los obispos españoles. Ningún Papa ha llamado cruzada a la guerra civil
española. Las relaciones entre Franco y el Papa solo eran idílicas, pero la
documentación reciente de asuntos exteriores revela fuertes tensiones, que en
más de un momento rozan la ruptura de relaciones
La
Iglesia española
denunció, con toda razón, la persecución religiosa sufrida, pero, con muy
contadas excepciones, calló ante la represión franquista, o incluso la
justificó.
Sirvió para moderar los odios
Por
Rafael Navarro Valls
No fue, una consecuencia del fantasma de las
“dos Españas”. El origen hay que retrotraerlo al siglo XIX. Con esta mayor
dicotomía entre las clases dirigentes del país y el pueblo sencillo. Si en las
primeras existían numerosos casos de agnosticismo o simplemente de
indeferencia, en los segundos se detecta una fe religiosa casi generalizada.
Pero esta fe estaba acompañada de un altísimo porcentaje de analfabetismo,
cercano al 60% a finales del siglo XIX. Si a todo eso se une que un importante
sector de la prensa y de las ediciones populares insistía en ver a la Iglesia como un poder
espiritual que tiranizaba las conciencias, se explica la batalla frontal contra
la Iglesia
desatadas en las Cortes Constituyentes. En realidad, lo que a una gran mayoría
de diputados con escasa formación religiosa molestaba era la presencia del
catolicismo en la vida social y cultural. Eso explica que la legislación
republicana en materia religiosa no resista hoy un análisis a la luz de los
documentos internacionales sobre derechos humanos.
El inicial y relativo fracaso de la rebelión
militar de 1936 dio lugar a lo que se ha llamado la “ tercera República”, en
palabras de Burnett, la cual desencadenó dos revoluciones( una anarquista y
otra socialista), supuso la quiebra del Estado republicano y recrudeció la
persecución religiosa. Esto último llevó, a su vez, a que los insurrectos comenzaran
a unir motivaciones religiosas a las inicialmente políticas. Con el tiempo,
proclamaron que la lucha por su religión había sido uno de los motivos
principales de la Guerra. La
finalidad de la carta de Gomá fue la de explicar las causas de la guerra y la
actitud de la jerarquía católica. Los obispos dieron su parecer sobre la
contienda ya que, aun cuando la guerra fuese de carácter político o social, su
repercusión religiosa ha sido tan grave que una de las partes iba a la
eliminación de la religión católica. Lerroux lo dijo con otras palabras”la Iglesia no había recibido
con hostilidad a la República. Su
influencia en un país tradicionalmente católico era evidente. Provocarla a
luchar, apenas nacido el nuevo régimen, era impolítico e injusto, y por consiguiente,
insensato
A lo largo de la Guerra, y en cierta medida
por la acción del mismo cardenal Gomá, el general Franco tomó la decisión de
configurar un Estado español “nacional y católico.
En síntesis, en esa tragedia general que fue
la contienda civil española, el papel de la Iglesia fue procurar moderar los odios. En 1986,
con motivo del 50 aniversario del comienzo de la Guerra Civil, los obispos
españoles manifestaron: “Aunque la
Iglesia no pretende estar libre de todo error, quienes le
reprochan haberse alineado con una de las partes contendientes deben tener en
cuenta la dureza de la persecución religiosa desatada en España desde 1931.
Nada de esto, ni por una parte ni por otra, se debe repetir.
Conclusiones
Por supuesto, lo sucedido por la guerra
civil respecto a la Iglesia
católica era el resultado de unos antecedentes más inmediatos que remotos. En
efecto, para encontrar la causa de la persecución religiosa y del
nacionalcatolicismo no hay que remontarse a una supuesta característica
esencial del catolicismo español, sino sobre todo a la experiencia de la etapa
republicana.
Nunca se insistirá de modo suficiente en el
carácter religioso que tuvo la lucha política en ese periodo: cuando se
profundiza en él se siente la sensación de que lo que luego aconteció fue
inevitable, tanto en lo que tuvo de persecución como de identificación entre un
bando bélico y el catolicismo. En definitiva, estos dos aspectos no eran sino
la doble cara de un mismo fenómeno que tenía sus factores previos y sus
antecedentes. Julián María ha escrito que en el momento mismo de estallar la
guerra civil la Iglesia
tenía todas las oportunidades de ser perseguida o ser profanada: sufrió ambos
procesos y en un grado sumo.
Nunca se dirá de modo suficiente que la
barbarie de la ejecución de ministros de una religión por el hecho de tan solo
serlo, la supresión del culto y la incautación de edificios religiosos eran
inaceptables y que además resultan una vergüenza en nuestra trayectoria como
pueblo civilizado, porque fenómenos de este tipo no se han solido dar en la
historia del mundo. Tampoco se dirá de
manera suficiente hasta qué punto resulta un abuso injustificable la mezcla
entre lo religioso y lo político y la utilización de lo primero para galvanizar
a unas mesas a las que ya suficientes factores empujaban hacia la intolerancia.
Podía, por supuesto, no haber sido así. En
este sentido, aunque no sean estrictamente reflexiones imparciales, merecen ser
recordadas las palabras de dos importantes intelectuales liberales acerca del
papel jugado por la Iglesia
en el conflicto. Madariaga escribió que es dudoso que haya habido jamás en
ningún país institución alguna que contase con medios más esplendidos y que
menos hiciera con ellos que la
Iglesia en España; al estallar la guerra civil la Iglesia española debió
haber abierto los brazos y el corazón a ambos lados en ademán de paz y unión;
debió haber luchado por la paz y la unión y por ellas muerto. Por su parte,
Azaña afirmó que aunque la
Iglesia se sintiera
atacada, su papel era muy otro.
En general, la histografía española ha
centrado su reflexión en el papel de la Iglesia en la guerra civil en los últimos tiempos
insistiendo en que la actitud de los católicos fue más heterogénea y más
matizada de lo que se pensaba hace algunos años. En realidad, en el caso
español y esta división afectó también a los católicos. Hubo católicos en los
dos bandos, aunque principalmente en uno. La actitud del Vaticano o la del
propio Gomá fueron mucho más variables y menos sesgadas de lo que unas citas de
algunos discursos podrían hacer pensar. Queda todavía por investigar la labor
de un grupo de católicos no españoles que, en su voluntad de mediación y de
logro de la paz por medios pacíficos, representaron quizá la postura éticamente
más correcta en un conflicto como el español.
Finalmente, una última consideración: no
cabe la menor duda, que la
Iglesia fue profanada(es decir, utilizada) durante la guerra
civil; lo aceptó e incluso se congratuló de esa profanación. Pero no lo es
menos que vivió en sus carnes la herida de esa profanación, a la que se ha
llamado nacionalcatolicismo, y que antes de la propia sociedad española y mucho
antes que la política, supo reemprender un camino de reconciliación que era el
de paz, piedad y perdón que le hubiera gustado encontrar a Azaña en sus frases
citadas en un párrafo anterior.
Bibliografía
-
Dictadura y monarquía en España. Editorial Ariel, S. A
- La Iglesia durante la Guerra. Ediciones
Folio, S. A Barcelona
- La Guerra civil Española mes a
mes. Biblioteca El Mundo Unidad Editorial S. A
- Testimonio religioso sobre la guerra civil
española de Gallegos Rocaful. Ediciones
Península, S. A, 2007
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